Desde hace tiempo he notado que el peatón es cada vez más invisible e insignificante ante los altivos y orgullosos ojos del conductor, cualquiera que este sea su medio de transporte. Para notarlo solo hay que echar un vistazo en derredor cuando se está en la calle, pero sobre todo es preciso notarlo cuando eres el peatón mismo. Sí, me considero una persona que procura usar lo menos posible el coche o la moto, incluso. Si a donde tengo que ir no queda muy lejos o si no tengo que hacer un periplo de mandados ni hundirme en una insufrible tramitología yendo de lugar en lugar, entonces me dispongo a caminar para disfrutar de esa extraña estimulación que tienen los pensamientos al andar; por el gusto de reconocer la ciudad en la que vivo y de la que formo parte activa como ciudadano y, ¿por qué no?, por el simple y llano hecho de poder caminar todavía; de que mis piernas, con todo y sus achaques, aún tengan la fortaleza para llevarme de un lado al otro, más aun a sabiendas de que un día indefectiblemente fallarán.
No obstante, el sencillo hecho de caminar respetando la señalética y con responsabilidad se ha vuelto cada vez más un terrorífico cadalso: hay que esperar durante eones a que el conductor sea quien pase antes y de muy mala gana, solo entonces es posible capotear el vehículo y cruzar la calle, avenida, calzada o lo que sea que se pretenda atravesar para llegar al destino deseado, no sin antes hacer un par de cabriolas dignas de un miembro del Circ du Solei. También resulta desafortunada y mezquina la forma en la que están dispuestos a echarle encima el coche al peatón con tal de pasar primero o de plano ni detenerse, como si andar en auto fuera un privilegio ignoto al que haya que rendirle pleitesía, bajar la cabeza y hacer una reverencia ante el que transita soberbio y envarado, hasta que a algún cauto, responsable y considerado conductor se le ocurre dejar pasar al menospreciado viandante.
Y es un acto deleznable, lamentable y fuera de lugar que eso suceda en nuestra actual sociedad. Si el que camina, ya sea por necesidad o por elección, no tiene ningún complejo de inferioridad en llevarlo a cabo, ¿por qué entonces el que conduce tiene que hacer alarde de ese fatuo complejo de superioridad que solo tendría cabida en una sociedad putrefacta y sin ningún valor cívico? Al contrario, al peatón debería de reconocérsele el hecho de que no contamina; que no desgasta los de por sí ya arruinados arroyos vehiculares que están para llorar; que no contribuye al ingente e infernal tráfico de la ciudad, un tráfico cada vez más y más intransigente; que no coadyuva al ensanchamiento de la consabida neurosis del conductor que afecta a tantos usuarios de tránsito, volviéndolos sumamente infelices y peligrosos al volante.
Así que si eres de esos conductores para los que el peatón es invisible y no tiene lugar en el mundo mágico del automovilismo por el simple hecho andar a pie, piénsatelo dos veces antes de hacer alarde y sucumbir antes esas ínfulas de virrey en un carro tirado por ágiles corceles de gran alzada, porque el peatón es primero. Mejor te invito a sumarte a contribuir incrementando la cultura del respeto hacia el peatón y la consciencia de una mejor cultura vial, más favorable y sana. Otórgale preferencia, que eso no cuesta nada y, de ser posible, emúlalo de vez en vez, sobre todo cuando la ocasión de poner un pie en la calle así lo amerite y puedas dar ese paso con confianza, a sabiendas que el conductor será respetuoso contigo como peatón, también. Porque eso es un signo de empatía que te llevará lejos en tu andar donde sea que vayas: el saber que seguro llegarás, y que llegarás seguro.
Buena y necesaria observación, la prisa o el abuso de ir en vehículo, a cualquier lado vicia enajena, la personalidad de la persona soslaya el respeto y el derecho que tiene el peatón
Una redacción concisa donde se puede hablar de un tema muy extenso respecto a la vida diaria de un peatón. El autor de esta reflexión la marca muy exacta, como en lugar de ser la prioridad ante una sociedad transitable, pasa a ser una «amenaza» por el disgusto de los conductores. Cuando debe de ser mas respetable. Me agrada para levantar mas la mirada y ver «mas allá de la nariz» de uno.
Muy acertada su reflexión, a veces el automovilista se siente bien porque da el paso pero está gritando o con ademanes al peatón que se apresure. Aunque creo que también debemos de reflexionar acerca de la educación del peatón, que pienso que también existe. Y en muchas ocasiones ni entre peatones la hay.
Muchas gracias por el comentario. Y tiene razón, la educación vial es una calle de dos sentidos que se extiende tanto para el conductor, como para el peatón cuya imprudencia a veces se encuentra con el conductor bienintencionado y respetuoso.