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Todos conocemos de sobra el desastre de México en el que estamos viviendo. La inseguridad, los asaltos, balaceras, corrupción, en fin. Las noticias, las pláticas de café, las comidas, los periódicos, las redes sociales, un sinfin de cosas nos lo recuerdan a diario, al grado que se vuelve complicado explicarnos a nosotros mismos, ya no digamos a nuestros hijos, por qué vivimos en este país.

Por eso, hoy quiero escribir un poco acerca del otro México. Ese que existe también, pero que cada vez se vuelve más difícil ver.

Quiero empezar por algo que me sucedió hace unos meses cuando, manejando de vuelta a casa, me quedé atorado en medio de un accidente en la carretera que lleva de Toluca a la Zona Esmeralda. Un camión se volcó en medio de la carretera haciendo imposible avanzar. Al darnos cuenta de lo que estaba sucediendo, los que estábamos ahí apagamos los autos y esperamos, literalmente, un par de horas sin movernos.

“Pinche camión de mierda”, fue lo primero que pensé. “En esta pinche ciudad es imposible moverse, maldito tráfico infernal”.

Pasado el coraje inicial, hice lo único que podía hacer en medio del desastre: me puse a tuitear. A contar mi desgracia en Twitter. Eran las 11 de la noche y, al cabo de unos minutos, empecé a recibir palabras de aliento de gente. Consejos de gente que había pasado por lo mismo (en esta ciudad, ¿quién no ha pasado por lo mismo?), chistes, o gente que simplemente me platicaba para hacer más llevadero el tiempo. Mexicanos que, en la mayoría de los casos no conozco siquiera personalmente. Las dos horas se me fueron como agua. Podría decir que hasta me divertí. Fue como haber estado en una especie de “reunión virtual”. Una experiencia increíble.

“Que a toda madre somos los pinches mexicanos”, recuerdo haber pensado entonces.

Hace un mes, viví otra experiencia mucho más dolorosa. Un buen amigo estaba en el hospital, muy grave, a punto de ser operado y necesitaba sangre. Se me ocurrió mandar un tweet pidiendo ayuda. Increíble. En cuestión de segundos me empezaron a llegar respuestas de gente dispuesta a donar: preguntando qué se necesitaba, a dónde había que ir, retuiteando mi mensaje, de nuevo mandando mensajes de aliento, en fin.

Desafortunadamente, mi amigo murió por una complicación y, al día siguiente, fueron más los mensajes de gente dándome el pésame y de nuevo, escribiendo palabras de aliento. De nuevo, en muchos casos, gente que no conozco. Gente dispuesta a ayudar y a hacerme sentir mejor, solo porque sí. Porque está bien.

No sé si en todo el mundo pase lo mismo. Quisiera pensar que sí.

Lo que sí sé, es que los mexicanos sí somos “a toda madre”, como pensaba aquella vez en la carretera, parado en medio del tráfico. Este país está lleno de gente buena y de cosas buenas. De no ser así no podríamos con lo que está pasando. Uno sale a la calle y ve gente sonriendo, trabajando, burlándose de sí misma (o de Ninel, en el peor de los casos), gente feliz. Ahora mismo escribo esto en un café y a mi alrededor la gente ríe, habla de sus planes, lo pasa bien.

Este país también está lleno de oportunidades. Somos muchos, es un mercado enorme, gigante, que le abre las puertas a gente de todo el mundo. A mí en lo personal me ha permitido tener una carrera profesional increíble, montar mi propio negocio, dar trabajo a gente talentosa y buscar crecer, aún en medio de las constantes crisis. Me ha enseñado a planear, a estar alerta, a resolver problemas y a transformarlos en oportunidades. En este país conocí a la mujer de mi vida, nacieron mis hijos y formamos una familia.

A ti, que estás leyendo esto, seguramente te ha ofrecido más o menos las mismas cosas que a mí.

Mira un poco a tu alrededor: nuestra afición por el fútbol, nuestro público en los conciertos, la manera en la que ayudamos a cualquier pueblo hermano que esté en desgracia, nuestra solidaridad ante los desastres, lo buenos anfitriones que somos, nuestros tacos, nuestras fiestas, nuestras tradiciones…

Ese es el otro México: el de Cantinflas y Chespirito. El de las playas increíbles, el del clima maravilloso, el de la cultura prehispánica, el de Diego y Frida, los museos, la buena comida, la música, los poemas, los murales, la gente que sonríe y te ayuda por la calle, los meseros que se pasan de amables, los albures, los chistes de Pepito (o de Ninel), el México que, por más que lo intenten, la corrupción, el narcotráfico y la violencia no van a poder tapar, porque sin duda los buenos somos más y porque sin duda, los mexicanos somos a toda madre y somos nosotros, tú, yo y los demás, los que vamos a llevar a este país a donde se merece estar.

Con esto no intento tapar todo lo que sucede ni hacerme (o hacerte) pendejo ante la terrible situación por la que atravesamos, sino simplemente recordarme, al menos a mí mismo mientras escribo todo esto, que de pronto vale la pena ver lo bueno, hacer una pausa, voltear a otro lado y descubrir ese otro México, el México por el que vivimos aquí.

Ese otro México vale la pena. Ese otro México es el que va a prevalecer.

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