Cristóbal da un trago a su café, siente como el líquido negruzco y caliente se desliza por su garganta, dejando en su boca una amarga sensación. Tenía varios días sin dormir bien, pensando en resolver la crítica situación de Buffy, uno de sus perros, que atravesaba una larga temporada con problemas de salud. Un día antes, en familia, después de deliberar un tiempo, se emitió la resolución. Había que terminar con el sufrimiento colectivo.
Ese mediodía llegaba a su casa Buffy, con su robusta figura, imponente por su presencia, venía de un refugio temporal. Su esposa lo sorprendió, pero no le desagradó la idea de traer un compañero para Swat, el cual tenía poco tiempo de duelo por la partida de Duby, su colega muchos años, desde su llegada cuando apenas era un cachorro indefenso. Juntos habían pasado una prolongada estancia, no exenta de ríspidos momentos, por diferencias insuperables.
La historia de Buffy, un dachshund o salchicha, se desconocía, sin embargo no se le dio importancia. El nuevo huésped, al ingresar a la casa de Cristóbal y su familia, se notaba contento, satisfecho de haber llegado a un buen hogar. Su rostro delataba el gusto por iniciar una mejor vida, en lo que sería su nuevo territorio. No pasaría mucho tiempo en asegurarse espacios y conciliar con Swat otros lugares comunes.
No hubo gran recibimiento del otro inquilino, pero tampoco rechazo o disgusto visible. Fue evidente que ambos no aceptarían la convivencia cercana, solo estaban dispuestos a la tolerancia elemental y compartir algunos espacios. El poderoso Buffy, estaba revestido de una imagen de seriedad, de escasa capacidad de interacción, y desconfiado como mecanismo de defensa.
Un incidente interrumpió la relativa fraternidad. Swat murió como una incauta víctima, a manos de un despiadado sapo, que no titubeo, al sentirse amenazado, en lanzar al hocico del perro su letal tóxico. Buffy padeció también la orfandad perruna, pero no permanecería mucho tiempo como dueño absoluto del territorio, porque después de un corto pesar, llegó Jimmy, un pequeño de su misma raza, a quien tendría que soportar en sus primeros años.
Buffy empezó a presentar síntomas de decadencia
Sucedió algo muy extraño, mientras Jimmy crecía y se preparaba para ser un perro joven, Buffy empezó a presentar síntomas de decadencia. Los estragos de una vulnerable condición genética o las secuelas de un incomprobable maltrato físico, sufrido antes de su rescate por los héroes del albergue, fueron apareciendo en forma sucesiva e incontrolable, minándolo paulatinamente, al grado de afectar sus facultades motoras y otras básicas como el sentido del equilibrio y de orientación, menos su voraz apetito.
Menos de un año fue suficiente para que en Buffy se mostraran los signos del declive. Su salud fue a la baja, en una crisis también anímica, que le restó energía para convivir y cumplir con sus rutinas cotidianas. Afectado de su movilidad, requería asistencia para sus desplazamientos habituales. Caminar, dormir y satisfacer sus necesidades fisiológicas, le reclamaban grandes esfuerzos y dolor inevitable. Había penetrado al oscuro túnel sin salida.
La eutanasia o muerte asistida para los humanos, permitida por las leyes en algunos Países, no deja de ser una práctica cuestionable y siempre en el debate familiar y social, por sus implicaciones éticas y morales. Cristóbal y su familia nunca estuvieron ajenos a ese tema, no obstante, al ver el creciente deterioro de su mascota y su estoica resistencia, habían tomado la decisión de dormirlo, asumiéndolo como un acto piadoso y compasivo para todos.
Un viernes a las diez de la mañana
Un viernes a las diez de la mañana entraban Cristóbal y su hija a la clínica veterinaria, media hora antes se había realizado el ritual de despedida, lágrimas en caras tristes, daban el natural toque de dramatismo a las escenas previas.
Buffy, con su cuerpo frágil, en silencio permitió llevarlo cargado y presentarlo ante el médico. Éste solo al verlo dijo, ¡Ya está listo!
Ya acostado en la fría mesa metálica, bastaron dos inyecciones, primero un analgésico y después un potente tóxico, para que el animal se quedara inmóvil ante sus empañados ojos. Fue como cerrar el ciclo de vida de un ser cercano y querido, atendiendo que físicamente había partido, pero estaría guardado siempre en sus corazones.
Hasta la próxima.