El negocio más importante del mundo y su CEO. Como desafortunadamente sucede en ocasiones, hace poco más de un año falleció la hermana de una amiga muy cercana.
Era muy joven, con toda la vida por delante y con una linda familia. Esas cosas suceden y aunque es complicado entender por qué dos niños pequeños se tienen que quedar sin madre cuando más la necesitan, lo cierto es que la vida es así y que las cosas tienen que seguir adelante.
Evidentemente “la familia extendida”, junto con su papá, se asegura hasta donde puede de que a estos dos chicos no les falte cariño y que extrañen lo menos posible a su mamá.
Mis amigos se los quedan en casa cada tanto, los invitan los fines de semana, los ven tanto como pueden y están ahí siempre que su papá, por motivos de trabajo, tiene que salir de viaje, cosa que ocurre con frecuencia. Sus abuelos hacen lo mismo y, afortunadamente, entre todos los están criando de la mejor manera posible.
El más grande, Emiliano, tiene justo la edad de mi hijo Nico y son buenos amigos. Van juntos a la escuela y juegan en el mismo equipo de fútbol. Cuando lo veo, no puedo dejar de preguntarme cómo sería la vida de Nico si su mamá no estuviera. Cómo sería nuestra vida, como hombres, si de repente tuviéramos que encargarnos, solos, de educar a nuestros hijos y administrar su vida, además de trabajar.
Independientemente del amor de una mamá que estos chicos ya no tienen y que sin duda no se puede reemplazar con nada, hace poco mi amiga nos contaba sobre todo lo que ha tenido que hacer su papá para poder organizarse y educarlos.
El hombre ha tenido que montarse prácticamente una empresa de administración y logística en casa, solamente para poder asegurarse de que el día a día de sus hijos transcurra de la mejor manera posible mientras él se ocupa de lo que el resto de nosotros, que somos papás, hacemos y vemos tan “normal”: trabajar y asumir que en casa, más allá de si somos casados, separados o divorciados, “todo va a estar bien con nuestros hijos” como por arte de magia, porque ahí está su mamá.
El papá de estos dos chicos ya no puede dar eso por sentado. Esa “magia”, eso que vemos “tan normal”, no sucede en su caso.
Y para tratar de arreglarlo ha tenido que contratar, además de la muchacha que le ayuda con las labores de la casa, una nana, una institutriz para que los ayude específicamente con la escuela, un chofer para que los lleve a las actividades que tienen por las tardes, entre clases, deportes y demás y a una terapeuta prácticamente de tiempo completo para que los ayude y vaya a la escuela a hablar con sus maestros cada vez que se requiere y trate todo lo relacionado con las broncas que, como es lógico, les surgen a los niños por la ausencia de su mamá.
Estamos hablando de “5 empleados”, 5 personas solamente para que su vida pueda seguir un curso más o menos normal y que puedan hacer todo lo que otros niños hacen y que los papás damos por sentado, a veces incluso sin darnos cuenta de cómo se logra que sucedan esas cosas.
Toda una nómina. Una “microempresa”, por llamarle de alguna manera. No pregunté cuánto dinero tiene que invertir este papá mes con mes para poder “administrar” la vida de sus hijos pero me imagino que 5 sueldos son bastante dinero.
Esa “microempresa”, si queremos definirla así, se llama “Mamá”. O “ama de casa”, como en muchos casos nos gusta decirles, incluso de manera peyorativa, a esas “señoras que no trabajan”, que “no hacen nada, más que gastarse el dinero de sus maridos”.
Hoy escribo sobre esto porque me quedé pensando cuál debería ser, si la ley lo exigiera, el “sueldo” que debería cobrar una mamá por hacer el trabajo que hace. Y ojo, no estoy hablando del cariño o de las emociones, estoy hablando del trabajo, puro y duro, que supone administrar una familia, con o sin la presencia de un papá.
No voy a entrar en el cliché de “bueno, al final si una mujer se casa, tiene y hijos y no trabaja es porque ella así lo decide, así que no tiene por qué quejarse” ni tampoco me interesa, para efectos de esta reflexión, que me digan que “muchas mujeres crían a sus hijos y también trabajan”, cosa que me parece increíble y que admiro y respeto, muchísimo más aun ahora que estuve pensando en todo lo que este papá tiene que hacer y que muchas mamás hacen mientras también trabajan.
No intento ser feminista a ultranza ni mucho menos. Pienso que cada pareja y cada persona, papá o mamá, es libre de decidir cómo organiza y administra la educación y el desarrollo de su familia y que se puede trabajar o no trabajar, dedicarse a los hijos total o parcialmente y que si se hace bien las cosas estarán bien, pero sí me parece que cuando una mujer decide, ya sea sola o con su pareja, ya sea por necesidad o por obligación, dedicarse a “trabajar” (porque eso es lo que hacen) en su familia, esa labor debería ser mucho más reconocida de lo que es.
Y para muestra, basta pensar un poco en los divorcios. Todos tenemos amigos o conocemos gente que ha pasado, está pasando o pasará por este proceso, incluso algunos lo hemos vivido en lo personal.
¿Y qué es lo común en un divorcio, cuando la mujer en la pareja “no trabaja”?
Que en el proceso para llegar a un “acuerdo”, invariablemente, el hombre se siente dueño absoluto del dinero y del patrimonio de la pareja y piensa “¿por qué la tengo que seguir «manteniendo” si la idea es separarnos para estar mejor»?, “le voy a dejar una casa (o parte)” y listo, ya era hora de que se ponga a trabajar»
¿Cómo que “manteniendo”?, ¿que “se ponga a trabajar”?
¿Qué significa eso?
Resulta fácil decir, así, de pronto, “que se ponga a trabajar”, como si durante todo el tiempo que duró el matrimonio, uno, diez, quince o veinte años, no hubiera “trabajado”…la única diferencia es que antes “así nos convenía”, pero de repente ella debería poder ser capaz de “trabajar y ganar lo suficiente para dejar de ser una mantenida, ser autosuficiente y además seguir cuidando a los niños”
No sé si estoy loco, pero yo nunca lo he visto así. Jamás pensé, cuando me casé, que a mí me tocaba “mantener” a mi mujer que, de hecho, por cierto, ganaba más que yo cuando lo hicimos y probablemente hubiera ganado mucho más toda su carrera. Cuando llegaron los niños, para mí el tema era simple: éramos un equipo en el que yo salía a trabajar a una oficina y ella trabajaba (trabaja) en asegurarse de que estuvieran bien y de que no les falte nada, en ningún sentido.
Yo traería el dinero y ella lo administraría y punto, pero ese dinero, las responsabilidades, el patrimonio, eran y son de los dos. No se trata de “mi dinero” que “ella se gasta” ni de “mi patrimonio” del que “le dejé una parte”, no. No entiendo por qué los hombres pensamos que si las mujeres, por la razón que sea, “no trabajan en una oficina o en una carrera entonces no trabajan” y que nosotros “les hacemos el favor de mantenerlas”.
Ver lo que está pasando el marido de la hermana de mi amiga que falleció y todo el dinero que tiene que pagar para que sus hijos estén bien, me confirma que “el favor” es mutuo: nosotros trabajamos por dinero, ellas trabajan para que esa sociedad llamada “familia” funcione.
Tengo una hija maravillosa, con ideas claras acerca de quién es y de lo que quiere en su vida y si bien no podría asegurar qué es lo que va a hacer cuando decida casarse o vivir con su pareja, si de algo tratamos de asegurarnos, tanto su mamá como yo, es de dejarle claro que a ella nunca, ningún hombre, la debe hacer sentir que la está “manteniendo” independientemente de que en el futuro decida desarrollarse trabajando en un “trabajo” o trabajando en casa para criar a sus hijos.
Entiendo perfecto que un matrimonio pueda funcionar o no y que es normal que cuando, por la razón que sea, una pareja decide separarse es para estar mejor, pero no me parece que está bien que cuando eso sucede, si la mujer no “trabajó” por dinero, de la noche a la mañana pase a ser una “mantenida” que “ya no tiene por qué ser nuestra responsabilidad”.
Mi amigo Lalo, que es muy sabio para muchas cosas (ojo, no para todas, no quiero que lea esto y se sienta mucho) siempre dice que hay que ver el matrimonio como si fuera un negocio con dos socios a partes iguales y que, como cualquier negocio, cuando se decide liquidarlo se divide la sociedad, se liquida a los socios en partes iguales y listo.
No hay negocios en los que un socio, después de 20 años trabajando, le diga a otro “esto se terminó, date de santos de que te deje un departamento y ya no te voy a mantener”, incluso aunque vaya que en los negocios hay veces en las que un socio puede no trabajar y sí, ser un “mantenido”.
Llámenme mandilón, “feminista”, anticuado, tarado o lo que quieran. No importa si son casados o divorciados. Si tienen hijos y su mujer o su ex mujer “no trabajó” o “no trabaja” porque tiene que asegurarse de que su empresa llamada “familia” funcione y “entregue resultados”, los invito a pensar un poco en el papá de los dos sobrinos de mi amiga.
En la posición en la que la vida lo ha puesto y en lo que le cuesta poder hacer que esa empresa funcione sin su “ama de casa” o, lo que es lo mismo, sin su CEO. Piensen qué pasaría en su caso.
En el mío, lo tengo claro. Casado o no, todo el dinero del mundo no me alcanzaría para pagarle a la mamá de mis hijos, la “CEO” de mi empresa llamada familia, el trabajo que hace todos los días para que mis hijos sean lo maravillosos que son.