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Guanajuatense, nacido en 1886, en la ciudad afamada por sus túneles- hoy más cercanos a tubos del drenaje – creció Diego Rivera para convertirse en uno de los más emblemáticos pintores del siglo XX. A los diez años ingresaría en la Academia de San Carlos.

Como todo hombre vehemente de darle un estilo propio a su trabajo Diego habría dotado de características propias su obra. ¿Qué sería hoy de la pintura y los pintores sin el apoyo de los mecenas?  Rivera recibió apoyo de Gerardo Murillo -dr. ATL – al organizarle exposiciones en las galerías de San Carlos.

Contó además con apoyo del gobierno veracruzano para acrecentar su preparación en Europa.

En 1907, cuando Picasso mostraba “Las demoiselles d’ avignon”, Diego llegaba a Madrid para ceñirse en el taller de Eduardo Chicharro al perfeccionamiento del refinado realismo español que tomaba tintes impresionistas.

En el Louvre apreció las tendencias del inicio de siglo, cualquier iniciado en la pintura se empequeñecería ante la dominante competencia parisina, una vez adentrado en la obra de Cézanne y entender los “cambios” propuestos por Braque y Picasso, así como la naciente corriente futurista, cualquiera se vería obligado a actualizarse, sin embargo, para Rivera no sería tan fácil.

De su paso por Inglaterra y su regreso a México en 1910 para estar presente en el centenario de la Independencia, expuso su obra en las galerías de San Carlos y sería todo un éxito, Carmelita Romero Rubio – esposa del dictador – le compró seis cuadros y el gobernador Dehesa otros siete, presentando Diego obras con influencia clásica de sus maestros españoles, un estilo adulador para un público conservador.

La inconformidad social, la dictadura y la bomba de tiempo de la revolución obligaron a Diego a regresar a Europa, sabía que sus mecenas seguirían apoyándolo siempre y cuando Díaz se mantuviera en el poder, Siqueiros se había aliado al ejército para luchar contra los asesinos de madero.

El dr ATL -Gerado Murillo- y Clemente Orozco participarían en el ejército carrancista.

De manera utópica, Diego comentaba las razones que lo llevaban de regreso a Europa, entre ellas: el llamado de Lenin para mediar entre las facciones revolucionarias de México.

Imagen: El Economista

En 1911 al regresar a Francia se encontró con la exposición de los jóvenes cubistas, regresó en Rivera las reflexiones que la obra de Cézanne le había provocado, se negaba abandonar el fructífero y bien remunerado estilo que le daría éxito, herencia de los maestros del XLX, ahora con más conciencia de que era inminente hacerlo, su exposición en México habría pasado indiferente a la crítica francesa.

Tomó como punto de partida el puntillismo -técnica obsoleta- para acercarse a las nuevas expresiones y frecuentaba los cafés de Montparnasse, que era ya la meca de las discusiones entre pintores e intelectuales.

Coincidió con Ángel Zarraga y conoció al holandés Piet Mondrian, quien abandonaba la figuración para incursionar en el cubismo, con miras hacia la abstracción, esta cercanía permitió a Rivera comprender más a fondo los conceptos cubistas.

Una de las muestras más sobresalientes del abandono de la rigidez académica, la influencia de Cézanne y la apertura a una rica y amplia paleta de colores fue en la fuente de Toledo, en la primavera de 1912 cuando realizó junto a Zarraga, Angelina y el pintor Best Maugard en un viaje a Toledo para estudiar la obra de El Greco.

La loza de la revolución – como uno de los episodios más violentos del país – y el asesinato de Madero en 1913 daban como resultado el final del subsidio gubernamental a los artistas en el extranjero.

La situación precaria lo obligaba a dejar la sublimación a sus mecenas y competir ahora en el mercado parisino, ya para 1915 se veía completamente involucrado en el cubismo, ahora viviendo en el número 2 de la Rue du depart, coincidiendo con Mondrian y frecuentando ahora el café La Rotonde, al grupo de los futuristas y al crítico de Guillaume Apollinaire.

El cubismo ya tenía conceptos definidos, con objetivos claros y precisos, jamás pretendió encasillar la creatividad definiendo reglas.

Sin embargo, algunos de sus seguidores pretendieron hacerlo escribiendo manifiestos, Rivera se alió durante un tiempo a un grupo llamado “la sección aurea”, aún dentro del cubismo siguieron por iniciativa los principios de la “regla de oro” aplicando matemáticas a la pintura con el fin de buscar perfección en las proporciones de la figura y el espacio, creando armonía estética, de identificación espontánea con este grupo, provocado por la educación recibida en San Carlos, principio que jamás abandonaría.

Con obras que reflejaban la aportación de su personalidad creadora  y su visión estética.

Los géneros que trabajó comprendieron naturalezas muertas, retratos y algunos paisajes que adquirieron intuición y dominio del lenguaje. Gracias al círculo de amistades en que se desarrollaba, conoció a un sinnúmero de artistas rusos, de los cuales se empaparía de las ideas del marxismo revolucionario.

En agosto de 1914 un acontecimiento marcaría la declive de Rivera y su cercanía con el cubismo, la muerte del archiduque Francisco Fernando -semanas después provocaría la gran guerra – cortaría de tajo los apoyos del consulado mexicano, esto orilló su regreso a París para continuar con el oficio del pincel.

Imagen: Instituto Cultural de León

La guerra transforma, París no estuvo exento, la escasez provocó un alza desmedida en los precios de cualquier producto básico, muchas personas -en particular mujeres viudas – recurrieron a la prostitución para obtener algún ingreso, París perdió grandes talentos -franceses y voluntarios extranjeros – pero el cubismo había fructificado para Diego Rivera, firmó un contrato con un «marchant” logro contar con un pequeño ingreso mensual.

En 1917 surgió la separación del cubismo, en principio su distanciamiento con Picasso, el español gustaba de observar las propuestas de los jóvenes -de quienes tomaba inspiración – aquellos acusaron plagio sin muchas posibilidades de éxito.

Rivera experimentó esto con su “Paisaje zapatista”, paree que Picasso había tomado elementos como el follaje espeso, el concepto del espacio negativo que se manifiesta con sombras blancas.

Esto molestaría a Rivera y entre las divulgaciones de Diego sobre plagio harían luego abandonar el cubismo.

Alimentado con una controversia con el crítico Pierre Reverdy – quien despreciaba a los cubistas, en especial a los que realizaban retratos – de quienes Diego Rivera era de los más destacados.

De experiencia útil y enriquecedora que llevarían a Rivera a tener mayor soltura en sus composiciones formando parte de su saber estético.

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