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El fantasma de un pequeño niño farsante. Dicen que durante las noches, solo cuando la luna sale a menguar, puede verse a un infante diáfano dormir sobre el viento, que le arrulla entre sus delgados hilos con la gentileza de un anciano quien en el letargo que trae consigo la vejez encuentra ya en las simplezas invaluables recuerdos y les acaricia con lo que queda de sus memorias.

Dicen que durante las noches, solo cuando la luna se mira llena, entera, y consuela con su luz a las almas víctimas del infortunio, se puede admirar entre ellas, el jugueteo de un anima errante, quien entre sombras se va ocultando, en un intento malgastado, para que le encontrasen, y así, al fin  pudiese librarse del infinito ciclo que se repite, casi de manera macabra.

Dicen que durante las noches, cuando la luna se mira ausente, ni se siente, ni a los lobos escucha, no hay magia que acompañe a la solitaria figura, que en repleta obscuridad, casi  parece terrenal, en la penumbra puede vérsele yacer llorando con melancolía en una terrible y escalofriante escena con desgarradora melodía.

Antes de la crueldad caída sobre el ahora tenue niño, las noches solo fueron tristes para los poetas enloquecidos, las damiselas moribundas y los amantes embebidos.

Antes, aquel niño cuyo nombre ya ha sido por los mortales olvidado, era brillante estela, muy lejos del sombrío espectro, solía mentir sin convencer, pero si escabulléndose de los regaños, ganándose con su simpatía e ingenio el afecto, incluso de los entes más amargos, gustaba de brincar a todos lados, de esconderse de su madre mientras le perseguía en el parque, cometía crímenes a los que nunca a otros fueron adjudicados y menos con malicia elaborados.

“-¿Qué le ha pasado al panecillo que deje en la mesa?- preguntaba su padre.

-Pues ha venido un Ángel papá, le he dicho que parara, que ese panecillo era tuyo, que si se lo comía le iba a pegar, pero veras que estaba cansado de volar, y a mí me dio un no se que,de lastima, si lo hubieras visto, tan pálido el pobrecillo, entonces le dije que tú eras bueno, retebueno y que seguro no te importaba siempre que le dijera a dios que habías sido tu el que se lo había regalado- decía el infante con las boronas cubriéndole las mejillas – ¿verdad que no te importa, que eres retebueno, que no he dicho mentiras? – entonces el padre solo reía.”

Un pequeño niño farsante, que mentía crédulo sin engañar a nadie, quien gustaba más de la emoción de la espera, que de la sorpresa recibida, o de la broma consumada.

“-Por que has llegado tan sucio – preguntaba la madre con severidad, tras verlo cruzar por la puerta con los pantaloncillos y tenis repletos de lodo.

-¿No te has enterado? Mi maestra ha dicho que tal vez lo pasarían en las noticias, la entrada de la escuela se ha hundido y convertido en pantano, me han dicho que me quedara, en lo que construían un puente, pero les he dicho que te enfadarías si llegaba tarde, como no era muy profundo, fui valiente, había cocodrilos, y me ha tomado un tiempo domarlos, pero afortunadamente ha salido todo muy bien.- Y se fue pirado a su habitación, mientras su progenitora, no podía evitar quedar sorprendida de la imaginación de su tan joven hijo.”

Deleitaba durante su último día el sentimiento insano e infantil escondido tras la banca blanca como el marfil, dentro de un parque que se hallaba a unos metros, de su casa, con las piernas encogidas, y una mano en su boca  para callar la risilla que picara brotaba de sus labios.

La broma consistía en una moneda, pegada en el pavimento, solo hacía falta, que algún ingenuo se convirtiera en víctima de tan inocente delito, fue cuestión de tiempo para que la noche cayera, aunque la espera no cesaba mientras que la diversión para el crío comenzaba a extinguirse, fue muy tarde cuando advirtió de los gritos de su madre, que le ordenaban regresar a casa, ignoro la bestia que a su costado se hallaba, basto solo una explosión sorda, para silenciarlo por siempre, y cállese tendido en el suelo, con la escarlata recorriéndole el frío gesto.

Nadie supo porque, las vecinas murmuraban como si de un drama tratara, sobre el padre y unas deudas, decían que fue ajuste de cuentas, decían que fue una mujer despechada, dijeron que el diablo o alguien de su calaña, lo cierto era que nunca supieron a donde señalar, y que su madre quien le mimaba, quien le reía, quien le besaba, no pudo siquiera llorarle y tomar sus manos, pues con su vida, también se llevaron el cuerpo, aunque los familiares nunca cesaron de buscarle, para las autoridades fue más que obvio, la sangre enrojeció por completo la banca blanquecina, y los casquillos no se demoraron en ser encontrados, sobra decir, que no hubo justicia para la madre, menos aun justicia para el infante, quien aun ronda junto al sepulto de sus huesos, en la espera de que alguien le hallase.

Fin

El amor desorientado
Una musa muerta

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