El don de la reflexión

Al transitar por una sociedad agotada y apresurada, fácilmente olvidamos que somos como estrellas fugaces, aquellas que están en el firmamento moviéndose velozmente y de pronto desaparecen de nuestra vista. Vivimos envueltos en una crisis del reflexionar, donde valoramos la aceleración más que la introspección, donde pocas veces o casi nunca hacemos una pausa para pensar en la finitud de la vida, en el trayecto que va desde el nacimiento hasta la muerte, y en las vicisitudes que surgen día con día.

El acto de reflexionar solo está presente en el ser humano. Si bien es cierto que los animales tienen algún grado de inteligencia con respecto a las situaciones que les rodean, sólo en el hombre esta acción de cavilar puede ser objeto de exploración, dotándolo de infinitas posibilidades. Tenemos el don de la reflexión por el simple hecho de que somos homo sapiens.

Muchas de nuestras aflicciones se evitarían si reflexionáramos más y mejor antes de decidir lo que deseamos. Incluso en las pequeñas decisiones de la vida cotidiana, la elección hecha con reflexión podría cambiar nuestra percepción del mundo.

Reflexionamos cuando examinamos, cuando analizamos nuestros pensares y sentires, cuando ejercitamos la crítica no sólo sobre lo ajeno, sino sobre lo propio. La reflexión va acompañada de la paciencia y la honestidad, ya que sin ellas no puede darse. También implica recapitular y dejar pasar el tiempo.

La reflexión debe ejercitarse frecuentemente porque estimula a pensar sobre lo que se ha hecho, el porqué de lo que se está haciendo y sobre las consecuencias que pueden surgir de alguna situación.

Pasemos del placer de hacer al placer de pensar. Hagamos un paréntesis para la reflexión, para detenernos, para mirar hacia adentro, para mirar hacia afuera y apreciar lo que realmente vale la pena.