En el pueblo, las cafeterías compiten en número con las panaderías, mínimo dos por cuadra en el centro histórico. Hay para todos los gustos y poder adquisitivo. Hoy un miércoles desapercibido, decido estar un rato en uno de esos sitios donde se despacha buen café y se degusta servido en una taza.
Plácidamente sentado en el interior del local, que se encuentra frente a la parroquia principal, donde se venera al santo patrono de los católicos. Con un sorbo del humeante café americano, que me agita los sentidos, empiezo a revisar lo verde del lugar, mientras escucho en el apacible ambiente, La Fuerza del Destino,(1989), canción de Nacho Cano, del desaparecido grupo español Mecano.
Destino, con sus acepciones, es común referirlo al final de la vida. Dicen, se construye o se deja a que lo defina el universo, la inercia o la fatalidad, ese es el dilema.
Se piensa que cada individuo y cada pueblo buscan y esperan el mejor destino. Esto no significa necesariamente tener hegemonía o riqueza. Para muchos, solo implican a la paz y el bienestar.
Sin embargo, se impone la perenne inconformidad. La ambición y otros componentes de su naturaleza mueven al ser humano y lo vuelven inestable, voluble, insensible, incomprensible y hasta irracional. Las revoluciones y otros movimientos sociales tienen ese germen de la natural violencia o reacción defensiva, ante situaciones adversas o reglas sociales que son desventajosas para ciertos sectores o grupos.
En este ya avanzado siglo, la exhausta humanidad sigue su camino, en medio de guerras y movimientos radicales que los actores justifican, pero una parte del mundo cuestiona y califica como lamentables muestras de involución. En un planeta donde todavía persisten los actos de genocidio, no solo contra el medio ambiente, también para dañar o aniquilar a otros congéneres.
En este marzo, mes del recordatorio al mundo, del atraso que padecen las mujeres, en el esfuerzo por alcanzar la igualdad en el goce de derechos y oportunidades. Se han visto las nuevas versiones de la lucha que mujeres vanguardistas emprendieron en los siglos que pasaron. Porque aún permanecen los resabios de un trasnochado patriarcado, que se niega a morir, alentado también por la decadente cultura misógina, vigente en la mayor parte de las sociedades contemporáneas.
En esas nuevas versiones de movilización a favor de la equidad y el alto a la violencia contra las mujeres, este 8 de marzo, ya se confirmó la percepción de anarquía en la expresión del reclamo o protesta, que por su esencia debería ser aceptada y merecer la solidaridad social. Es notorio, que a través de los años, la manifestación se ha desvirtuado y contaminado por la presencia de grupos políticos con otras intenciones, lo peor, las movilizaciones se han radicalizado, hasta llegar al vandalismo que intimida y paraliza la dinámica citadina.
El escenario se hace más complejo en naciones como México, con ancestrales rezagos en esa materia, porque su explosividad aumenta por el trance electoral que el país atraviesa. Es una temporada álgida para el pueblo mexicano. Son fuertes, pero con pobres resultados, las voces que convocan a la serenidad, a la empatía, a la fraternidad, a una objetiva evaluación de avances y saldos pendientes.
Existe irritación desmedida y manipulada, en algunos sectores que perdieron ganancias, privilegios y oportunidades, porque fueron cancelados sus injustos e ilegales contratos o convenios a perpetuidad. Elites, familias, grupos corporativos que tomaban decisiones y disponían de los recursos del País.
Se requería una transición diferente, una cirugía mayor, y eso ocurrió. La exaltación de la violencia, como factor que intimide e induzca el voto a favor no funcionará, menos incendiar el País.
Se necesita en estos tiempos de rispidez social, mesura, racionalidad, civilidad y una pequeña dosis de empatía. Si México tiene un destino glorioso nada ni nadie lo va impedir, ni la guerra declarada por los combatientes en turno. Hasta la próxima.
Excelente artículo.