Sembramos ese árbol de ahuehuete mi padre y yo, en una noche estrellada perfecta y una luna llena alumbrando esa hermosa labor. Nuestra casa a la orilla del lago era propicia para su crecimiento saludable, y es un árbol que significa “aquel que no envejece”, y mi padre me prometió no envejecer tan rápido para poder disfrutarnos mutuamente.
Mi madre murió hace apenas un año, llenándonos de una tristeza infinita. Los doctores nunca pudieron detectar la causa de su muerte, padeciendo una enfermedad muy rara, quien atacó despiadadamente a su corazón. Tal vez porque su amor ofrecido era demasiado, y ese corazón no resistió tanta actividad de ternura, cariño y amor hacia nosotros.
Hoy se cumple un año de su muerte, y por este motivo ese árbol cuyo significado “aquél que no envejece”, me impactó desde que le pedí a mi padre que lo comprara. Me serviría para recordarle a mi padre que debería de aplazar su llegada hasta la tercera edad, de una manera lenta y sosegada. Prometiéndome mi padre que así sería.
No pude evitar derramar una lágrima, como un fiel recuerdo de mi progenitora, y lo hice de manera discreta, porque solo se necesitaba una sola lágrima, para no empañar la felicidad en esa noche feliz por nuestro árbol tan encantador.
A mis cuatro años de edad, la vida se me habría generosamente, regalándome la dicha de tener al mejor padre del mundo, quien se encargaba de satisfacer a manos llenas, una felicidad fuera de los parámetros cotidianos y aburridos de esta época.
Mi padre jamás se volvió a casar, y no es que no tuviera oportunidades, es un tipo muy guapo sin aparentar presunción de parte mía y menos de él. Y así se nos pasaron los años donde nuestro árbol creció siempre apapachado por la lluvia, el sol, los pájaros, los insectos, y por nuestros cuidados hacia ese gran amigo de la naturaleza.
Para no hacerte la historia tan larga, pasaron los años rápidamente. Encontré una buena mujer con quien ahora estoy felizmente casado, pero desafortunadamente no hemos podido tener hijos, razón por la que me encuentro con un cierto pesar, no encontrando la razón de nuestra infertilidad. Mi padre ha cumplido su promesa de no envejecer tan rápido, conservándose en muy buena forma física, pero nuestro árbol de ahuehuete, no ha podido desarrollarse como debiera, al solo tener una altura de diez metros, cuando su altura promedio debe de ser de cuarenta.
Una noche de verano tuve un sueño muy inquietante. En las noches dejábamos la ventana de nuestra recámara abierta, y hasta ahí llegó un pajarito jilguero para hablarme de mi árbol, quien se encontraba muy triste al no tener un columpio en sus ramas, y porque le hacía mucha falta un niño columpiándose alegremente. Además había detenido su crecimiento para que mi padre pudiera cumplir su promesa de no envejecer. Al despertar recordé con gran exactitud el sueño y me di a la tarea de colocar ese columpio solicitado por mi amigo el ahuehuete, y a partir de ese momento se suscitaron una serie de eventos hasta cierto punto mágicos. Mi esposa por fin quedó embarazada, mi árbol, empezó a crecer nuevamente y tuve una plática con mi padre, para devolverle su promesa de no envejecer, aceptando él de manera gustosa porque esa es la ley de la vida, y no podemos oponernos a ella.