Siempre supe que estudiaría algo relativo a Ciencias Naturales (en aquel entonces así le decían a la materia) y aunque tenía como primera opción ser Médico Veterinario, haber estudiado Biología fue una elección que tenía que ver con mis inquietudes desde niña. Quería saber sobre las hormigas y las plantas y las mariposas y las flores y todos los mecanismos de la Vida.
Me gradué con esfuerzo (he de confesar que sí me costó) de la Facultad de Biología de la Universidad Veracruzana -orgullosamente U.V.- en 1991 y desde entonces ya comenzaba yo con mis charlas sobre murciélagos, tema en el que versó mi tesis para obtener el título de lo que hoy día soy.
Mi padre me preguntó con asombro un día: “¿Entre tantos animales que hay, viniste a escoger a los murciélagos?”, y yo muy feliz le dije siempre que sí, que eran importantes y que a mí me habían cautivado. Veintitantos años después aún sigo defendiendo su existencia y su valor en los ecosistemas. Pero bueno, el punto es que en 1996 cursé un Diplomado en Educación Ambiental. Ni recuerdo cómo llegué allí, pero yo decía “¿Ay, por qué no me metí mejor a uno de Legislación? ¿Ay, por qué no elegí otra cosa?, sin saber las satisfacciones que a la postre tendría. Es más, después de la carrera y del diplomado sabía que tenía una gran responsabilidad como bióloga, como profesionista, sobre mis hombros, y la verdad tenía temor, tenía recelo, no sabía qué ni cómo iba a ser mi desempeño.
Recuerdo a un profesor Gasperín que nos decía en las clases que éramos como frasquitos de agua: cada uno iba a tomar un color diferente de acuerdo a sus compromisos y yo pensé “Úchala… ¿Qué irá a pasar conmigo? Todos ellos sobresaldrán ¿y yo que haré?”. Al cabo del tiempo creo ser, de todos aquellos compañeros del diplomado, la única que tomó en serio la bandera de Educadora Ambiental.
Y así fue que me llamaban para dar algunas charlas sobre Educación Ambiental, o sobre «Murcis», hasta que un día, estando casada (debo mencionar esto por el orgullo que representa para mí, más que por el daño causado) que quien es el padre de mis hijos me dijo una noche “Eso que estás haciendo son… m… (no puedo repetir la palabra) tontadas! Dame de cenar”. No le quise escuchar y seguí realizando unos dibujos en pellón con 4 crayolas que era todo lo que tenía y mi mejor intención de llevar a los niños de kínder un mensaje de respeto a los animales y al medio ambiente. En mi corazón y en mi mente nació la inquietud de inculcar o fomentar respeto desde edades muy tempranas para que se detuviera en cierta medida el maltrato a los “bichitos”, que es muy común en los niños que desconocen el valor ecológico de cada ser vivo. De manera que con mis dibujos bajo el brazo (que aún conservo de recuerdo), hechos a 4 colores, lágrimas y mucha ilusión, me dirigí al Jardín de Niños de mis hijos y allí comencé. Al igual tomé a mis tres hijos y 4 sobrinos, los senté en el patio de la casa y inicié con mi proyecto de Educación Ambiental Oikos, que yo digo que Dios me inspiró (el padre de mis hijos es historia lejana afortunadamente, pues yo no podía seguir viviendo con quien me humillara, con quien pateara al perro y con quien fuera y siga siendo agresivo, pero eso es otra historia). Así seguí entre escuelas, tocando muchas puertas que se cerraron, viendo la indolencia y la molestia de muchos maestros pero con enormes satisfacciones que me han dado las puertas que sí se han abierto, hasta el sol de hoy.
Tras este “breve” relato introductorio, vayamos a ver qué es la Educación Ambiental, porque la teoría nos puede decir mucho, la realidad otra cosa.
Según la definición oficial “La educación ambiental es la acción educativa permanente por la cual la comunidad tiende a tomar conciencia de su realidad global, del tipo de relaciones que los hombres establecen entre sí y con la naturaleza, de los problemas derivados de dichas relaciones y sus causas profundas”. Se habla de Educación Ambiental formal y no formal, dependiendo el ámbito en que se desarrolle. En resumen, nos habla de tomar conciencia sobre la realidad ambiental que enfrentamos los seres vivos, las actitudes que manifestamos y los valores con los cuales nos conducimos ante dicha situación. Además del planteamiento de programas que permitan el conocimiento y la toma de las mejores decisiones en favor del entorno.
Quiero mencionar que cuando escuchamos que alguien es EDUCADO nos viene a la mente que es una persona que saluda siempre, que es cortés, que no importa su grado de estudios trata con respeto a todos y que te dará un trato digno. En materia ambiental, educación es en primer lugar tener CONCIENCIA es decir abrir los ojos ante los problemas ambientales que todos conocemos: contaminación del agua, de las calles, del aire, cambio climático, pérdida de especies animales y masa forestal, derribo de árboles sin misericordia, uso y abuso de fertilizantes y plaguicidas… ¿Le sigo? La lista es interminable, pero al menos es el primer punto que nos lleva a tomar las acciones que corresponden para minimizar el impacto y el daño que hacemos al planeta cada día. Tener EDUCACIÓN AMBIENTAL es TENER VALORES, situación nada fácil en esta sociedad tan, pero tan sumergida en consumir, enfrascada en supuesto progreso, queriendo tener más sin pensar en las generaciones que ya están aquí, ya no son los niños del mañana, son lo que ahora están viviendo ríos espumosos, animales que ya se perdieron para siempre, aire contaminado y espacios naturales comidos vorazmente por los conjuntos habitacionales; más y más y más población echando fuera de su hábitat a un sinnúmero de seres vivos dejándoles un destino incierto. Panorama triste, pero real.
Y por eso estamos las voces en el desierto, los profetas ambientales levantando la voz para gritar al mundo a quien quiera escuchar que necesitamos hacer un alto, que urge RE PLANTEAR nuestros actos cotidianos, que ser ambientalmente educados es volver a lo natural, separar nuestro residuos domésticos adecuadamente, nos guste o no, sí o sí debemos separar lo que llamamos basura (fuente de ingreso para otros). Tenemos que elaborar composta en casa con el desperdicio doméstico, apagar luces que no se ocupan, desconectar electrodomésticos mientras no los usamos, caminar en distancias cortas en lugar de subirse al coche, elegir productos con poco envoltorio, preparar huertitos de traspatio, valorar cada gota de agua porque nos acercamos al día en que muy difícil será que llegue a nuestras casas, aprovechar la de la lluvia, elegir lo orgánico, lo que se degrade con mayor facilidad y se reincorpore pronto a la tierra. Educación Ambiental es también evitar tener mascotas que no podemos cuidar y que las arrojamos a las azoteas, a la intemperie a servir de alarmas baratas. Es esterilizar para evitar sufrimiento animal y contaminación en las calles por las heces de los perros de la calles y los propios (por lo que hay que cargar una bolsita de plástico al sacarlos a pasear). Es entender que cada ser vivo por muy feo que nos parezca, es un eslabón en una cadena perfectamente diseñada en la naturaleza donde nada se desperdicia y nada sobra.
Educación Ambiental es despertarse cada día y pensar de qué manera impactarán nuestras actividades para que tratemos que el daño sea menor. Es contemplar las flores a detalle, aún esas pequeñitas de las banquetas, es agradecer por los atardeceres y las aves que alborotan buscando su lugar entre los árboles. Es sentirse y saberse vivo, siendo solo compañeros de espacio de otros seres y no los dueños del mundo.
En mi experiencia, la labor de educadora ambiental combinada con el Diplomado de Guía de Turistas de la zona Córdoba -Orizaba ha sido una tarea no fácil pero sí gratificante. He podido ver la carita de asombro de muchos niños mientras tenemos las charlas de Ecología con videos, fotos inéditas de los colaboradores, animales conservados de los diferentes ecosistemas y en algunos casos hemos elaborado huertos con PET o lombricomposteros, además de poder hacer senderismo interpretativo con los alumnos y llevarlos del salón al campo donde valoran cada elemento a su paso.
He podido compartir mi mensaje, mi loco mensaje de RESPETO, de por favor ¡HAGAMOS ALGO YA! a través de un folleto que diseñé y creé con aquellos dibujitos del pellón y que después me digitalizaron para que los niños colorearan. He realizado publicaciones en los diarios de mi ciudad con temas ambientales a través de una columna llamada Oikos, he participado en programas radiofónicos y sobre todo a través de muchas y muchas pláticas con niños, jóvenes y adultos de diferentes localidades de la zona, de distintos estratos sociales y de diferentes grados de educación he podido decirles ¡HEY!! ¡DESPERTEMOS!! ¡ES URGENTE, ES YA!
La respuesta al final queda en cada quién pero en mi corazón se siembra la semilla de la gratitud, del deber cumplido, de la satisfacción de hacer algo por este planeta que se nos cae en pedazos por nuestra indolencia y negligencia y del que solo tenemos UNO SOLO,“Unito”, que se nos fue dado en resguardo nada más.
Por eso estoy aquí, nuevamente aquí, tratando de emitir mi voz y mi humilde ejemplo de respeto a la vida, al medio ambiente en primer lugar educando a mis hijos, dando charlas en diferentes foros, recogiendo la basura que otro tira, haciendo ladrillos ecológicos, sembrando en traspatio, cuidando cada gota de agua, eligiendo ser en la medida de lo posible, natural en la alimentación; conversando con productores agrícolas sobre el uso de abonos en lugar de químicos y otras tantas pequeñas cosas más. Así espero hasta que Dios me permita, continuar aportando. Por eso considero que la Educación ambiental más que una materia es una forma de vida, un día sí y al otro también tener respeto a este único lugar que se nos fue dado para vivir. Como se dice por allí: si no cumplo “Que Dios y la Patria me lo demanden”.