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Two Door Cinema Club

Cambiaron los sintetizadores por las guitarras y con esto dejan ver que la reinvención va en serio.

La diferencia con su anterior intento de renovación es que el mensaje desalentador deja espacio a una gran gama de colores, con un sentido más irónico y sarcástico, dando lugar a una enorme luminosidad que combina bien con melodías mucho más pop que antes.

En la medida en la que intentan hacer más nutrido su discurso se van perdiendo un tanto musicalmente, pero esta especie de purga que han emprendido puede dar frutos algún día.

No es un disco de transición, es más un experimento, un modo de retarse a ellos mismos y lo que ofrecen son melodías más pensadas pero con menor acabado.

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Big Thief

Los neoyorquinos siguen por la ruta de jugar a los simbolismos en sus canciones y es en este cuarto LP donde más conexión existe entre ese discurso y la sonoridad que presentan.

El título del disco es contundente: nos pide ser «amigables» con aquello que desconocemos, precisamente por eso las melodías son tan diversas y místicas, arrojando un trabajo que construye una mística amigable a modo de aquellos álbumes que funcionan igual para acompañarnos por la carretera que para tomar un café en casa.

Lo que aquí aparece es una enorme niebla que nos invita a buscar qué hay detrás de ella. El simple recorrido entre tanta espesura ya vale la pena, lo que viene detrás es un estado de tranquilidad que no suena lindo pero sí apacible.

Bruce Springsteen

«El jefe» apela al más clásico sonido del country estadounidense. Y aunque lo hace como el maestro que es, no es suficiente para que estallemos de júbilo, pues se siente más como un homenaje a sus raíces que un intento de hacer explotar en género con la energía que le caracteriza.

El problema cuando alguien de su tamaño aparece con un trabajo así es que esperamos un refresco y en esta ocasión hay un elegante tratamiento de las bases de la más pura «american music» que no alcanza nunca momentos climáticos.

Hay una enorme muestra de talento, como es costumbre, estamos ante el Bruce más apegado al vaquero que siempre vemos en escena, pero no se planta frente a nuestros oídos con la bravura que nos ha regalado cuando se nos vende como un domador motorizado o un patriota declarado. Aquí hay una timidez extraña que no nos logramos explicar.

La poesía olvidada de Chespirito
Los cautivos sin celda

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