Los dichos han formado parte del lenguaje humano desde tiempos inmemorables. Existen en todo el mundo y su contenido varía de acuerdo al contexto cultural de cada país, ciudad o región.
Sus orígenes provienen de diferentes contextos: religioso, histórico, de la literatura, frases de personajes célebres e incluso de hechos aislados.
Están catalogados como una forma de expresión lingúística que además tiene una aportación social en el sentido de provocar reflexión en las diferentes formas de proceder ante ciertas situaciones.
Lo verdaderamente interesante de todo esto, es que los dichos son frases que surgieron en su mayoría hace siglos
y por lo tanto los contextos de su creación, no tienen mucho o nada que ver con lo que pasa hoy en día; aún así, mucha gente sigue queriéndolos encajar sin dudarlo, sin detenerse a reflexionar sobre su utilidad en la actualidad e incluso en sus muy particulares situaciones de vida.
Lo que yo creo es que son frases con una carga fuerte de tradiciones y costumbres que en su mayoría son mezcla de diferentes lugares y situaciones pero que al estar tan presentes en el inconsciente colectivo, su uso es automático.
Afortumadamente, desde mi punto de vista, las generaciones de hoy, (dependiendo sus contextos socio culturales) en su mayoría no los conocen y quienes sí, los cuestionan.
Eso es de aplaudirse
pues cómo sería posible un planeta más consciente y amable como todos al menos externamos que queremos que sea, si no dudamos en aplicar el “ojo por ojo, diente por diente” de la época de Hammurabi, o “el que quiere azul celeste que le cueste” de no sé qué siglo, que además se refería al trabajo duro y prolongado que se requería para encontrar y comercializar la piedra preciosa lapislázuli y que muchas personas no dudan en usar en automático para sentirse y promoverse inalcanzables y etéreos.
Dicho todo lo anterior, si seguimos tratando de sostener los paradigmas a punto de caer ¿dónde queda nuestro maravilloso poder de elección ante las infinitas posibilidades en cada situación?
