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Un pequeño pueblo. En algún lugar de Roma finales del siglo pasado. La historia comienza con una familia de artesanos. Al menos tres generaciones estaban reunidas en el taller. El padre estaba enseñando con felicidad y esmero a sus dos hijas cómo utilizar el barro, haciendo un gatito. La hija mayor de 7 años rápidamente concluyó la tarea, se podía ver un futro brillante como artesana. Sin embargo, no así con la hija menor cuya figura fue difícil de sostenerse por sí misma, pero claro ella sólo contaba con escasos 5 años, por lo que lo dejó pasar.

Pasó los años, las dos niñas fueron creciendo y sus diferencias fueron acrecentando cada vez más hasta que un día se hicieron latentes. Lo que las dos hijas desconocían era que su familia y en sí todos los artesanos del pueblo estaban próximos a la quiebra. Ya nadie valoraba las artesanías. Así que el padre fue a buscar una solución a la ciudad. Por el camino el padre se topó con un comerciante que le propuso participar en el evento más grande de artesanos de toda Italia, si necesitaba patrocinadores y dinero ése era el lugar perfecto. Sin embargo, había una condición, cada participante tenía que traer por lo menos unas cuatrocientas piezas de su mejor trabajo.

La feria iba a ser dentro de un mes, así que no quedaba mucho tiempo.


A su regreso el padre puso a trabar a todo el pueblo. Su hija mayor, que ya contaba para ese entonces con 14, no fue la excepción.
-Yo también ayudare- menciona la hija menor de diez años
– ¿Tú? Pero ¡¿qué dices?! Si todo lo que sabes hacer es una pila de lodo- se mofa de ella la mayor
-Te lo mostraré- se enfadó la pequeña y se puso manos a la obra
Un día antes de la exposición todos lograron terminar las cuatrocientas figuras de barro y la pequeña un plato.
-Inicialmente era un vaso- se escuso la hija menor

Pero al menos su obra maestra ya estaba terminada. Ya estaba avanzada la noche cuando esto paso, pero como la niña no podía contener más la emoción fue corriendo para poner su creación al lado de los otros cuatrocientos.


Pero el destino quiso que fuera distinto. La hija menor tropieza y del impacto rueda hasta hacer chusa como en los bolos a las estanterías repletas de vasijas de barro.


Ahora sí que estaba en problemas. La competencia era dentro de unas horas y todo el trabajo de las últimas semanas estaba hecho pedazos en el suelo.
La niña agarro carreara, sin rumbo sus pies corrieron lo más lejos del taller posible. Cuando ya no tuvo fuerzas se detuvo en un lugar bastante similar al que había dejado. Por un momento pensó que había corrido como loca todo ese tiempo alrededor de su casa. Pero, para su suerte no fue así.

Reseña de “El castillo de Otranto” de Horace Walpole
En el nido del halcón

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