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Mi padre solía los días domingos llevarnos de excursión. Sin previo aviso notificaba a mi madre que nos preparara para ir sin rumbo fijo. Algunas ocasiones invitaba a nuestros tíos y primos, otras, únicamente íbamos mis hermanos y yo.

Participar en este tipo de “viajes” era sin lugar a dudas algo excepcional.

Conocer otros lados, pueblos, bosques, riachuelos o caminos por donde nunca habíamos transitado se convertía en una aventura sin igual.

Emocionados subíamos al auto lo que creíamos que nos podía hacer falta, y así, enfilábamos a donde mi padre se le ocurriera. Observar era una de las reglas que debía uno de acatar. Mirar el paisaje y llenarse de él, de la fragancia, de las corrientes del aire, de las formas de las nubes y sobre todo del calor que emanaba nuestro auto referente al núcleo familiar.

Indudablemente mi padre era un ser que amaba la vida y se congratulaba por vernos felices.  Mantenía nuestra familia unida.

¡Mi padre era un ser que convocaba!

Una ocasión visitamos una reserva ecológica que se ubica por un lugar denominado “Las vigas”, poblado que se encuentra a unos 20 minutos de la ciudad de Xalapa, ver.  la reserva se llama “el monte del jefe”. Una extensa tierra llena de pinos y oyameles, de olores a vida y cortezas que se entremezclan con el verdor y sobre todo con el sentir que de ellos comparten.

Eso me hacía feliz, aunque no era yo muy elocuente, mi sonrisa me delataba, Me quedaba yo como solía decirme mi madre, “distraído observando todo”.

Aquella ocasión compramos chicharrones en una de las tantas carnicerías de las vigas, así mismo tortillas y chiles en vinagre.

Quizás sea por eso que el bosque siempre ha sido parte de mi vida, de mi tranquilidad.

Hoy lo mismo hago con mi nieto. Lo tomo de su mano y caminamos por el sendero de árboles, en momentos se detiene y me señala a lo alto y sonríe. Yo lo miro y siento la presencia de mi padre. Creo que él sigue con nosotros, entre las ramas que nos saludan ondeando sus hojas, o en el mismo árbol cubierto de figuras geométricas de color gris, mientras sobre la tierra   nuestros pasos crujen mientras dejamos huellas, cual si fueran páginas de un libro que poco a poco se va llenando de recuerdos.

 Mi nieto y yo hemos permanecido distraídos, sin ocultar nuestra alegría por ser partícipes de esta gran fiesta llamada vida.

Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa

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El equilibrista

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