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Supongamos que estás totalmente embebido en la pantalla de tu celular, leyendo algo interesante, cualquier cosa que ha atrapado toda tu atención.

De pronto, escuchas un tímido “hola” que te sorprende mucho pues, estabas tan concentrado en tu lectura, que no pudiste advertir en qué momento fue invadido tu mágico momento de soledad

Al levantar la vista, te encuentras sentado frente a ti a un pequeño niño que te observa con su curiosa mirada y una amable sonrisa.

Vives unos segundos de tenso silencio que pesan más que una eternidad… De pronto, te resultan aplastantes, cuando descubres que ese niño eres tú mismo… el que fuiste algunas décadas atrás.

Rompiendo el silencio

Ese pequeño “tú” que te sigue observando casi sin parpadear, finalmente se anima a romper el silencio para hacerte una pregunta que quizá ya conocías, pero no querías enfrentar.

Y te dice el pequeño con inocente amabilidad: “¿En dónde perdiste mis sueños, mis deseos de todo eso que me iba a dar felicidad?”

Sientes un nudo en la garganta que no te permite hablar. Tus ojos se llenan de lágrimas y entonces bajas la mirada, tratando de evitar que el pequeño “tú” te vea sufrir.

Abriendo el corazón

Controlas el llanto, intentas dominar la emoción y con profunda vergüenza, decides pedirle perdón a ese niño que alguna vez estuvo tan lleno de ilusión.

Le pides que te perdone por haber renunciado a tu pasión, a tus talentos y dones, para ir tras una profesión que los adultos dijeron que te haría un gran señor.

Le pides que te perdone por haberte acobardado frente a ese terrible dragón, que con rugidos y llamas, custodió aquel castillo en el que tenían prisionera a la princesa que, tú bien lo sabes, fue y es tu verdadero amor.

Le pides que te perdone por los bailes no bailados, las carcajadas silenciadas y los gritos apagados… Le pides que te perdone por todo aquello que “la buena educación” censuró

El abrazo

El pequeño saltó emocionado para abrazarte con renovada ilusión, y así te responde:

“Claro que te perdono, y además te agradezco por abrir tu corazón. Todo lo que creímos perdido, está ahí adentro, intacto, quizá un poco empolvado, pero por fin lo encontramos… ¡Corre! ¡Ve por un sacudidor!»

Acosado por los recuerdos
Decido sembrar

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