Dentro de avasallantes batallas, de luchas a las que nos enfrentamos a diario nos damos cuenta que aceptar ciertas circunstancias crea en nuestro ser un espíritu guerrero.
La vida no es para hacer daño. Si acaso nuestra existencia es un bisbiseo que pronto se extingue. Las buenas obras perduran.
No nos damos cuenta y caminamos de la mano del péndulo. Me detengo por instantes.
¿Quién nos recordará cuando habremos partido? Quizás un póstumo homenaje, después, es el mismo tiempo que dicta su discurso. El silencio lo confirma.
Y mientras tanto, ¿de qué se trata la vida? De recordar lo azul del cielo fugitivo, de recrear las sonrisas vividas y alzar la vista en señal de agradecimiento.
De haber tomado caminos erróneos y darnos cuenta que nuestra ruta no era la correcta.
He visto más de una vez esconderse el sol, de contar las figuras refulgentes creando formas etéreas. Nada es nuestro. ¡Nada nos pertenece!
Y sonrío y cuento mis errores. En lo profundo de mi canto, de mis letras y mi llanto.
¡De qué se trata la vida? De ser como mar que revuelto agita sus olas creando un vaivén de fuerzas que al final del día la espuma llegue hasta mis orillas.
Tomo entre mis manos las cálidas aguas del olvido. Hago mi encomienda.
Mientras la vida prosigue todo consiste en amar, al prójimo, al desahuciado, al afligido, a mí mismo.
La vida no es para hacer daño. Morir no tiene mérito sin dejar un legado para la posteridad.
¿De qué se trata la vida?
[…] Esos montones de los llamados “saldos”, podríamos decir que son lo que sobró, lo que ya nadie quiso. Sus empaques (cuando los tienen), ya lucen maltratados, rotos, abiertos, porque se han ido deteriorando de mano en mano, y no precisamente porque muchas personas los tomen para revisarlos mientras deciden o no comprarlos, sino porque han dado ya muchas vueltas mientras los hacen a un lado para arrumbarlos y que no estorben la búsqueda de algo quizás mejor. […]