Las calles se atiborran de personajes, gentes que corren desesperados con el afán de obtener un lugar en el servicio urbano, otros más, caminan entonando música citadina en sus zapatos. Y mientras conduzco observo todo, los paisajes, los colores, la conglomeración de rostros con expresiones varias.
Lejos de enfadarme por el tráfico intenso por las mañanas, me alegro de poder admirar eso, lo simple, lo que otros han dejado de observar.
Cada día me asombro más de lo fascinante que puede ser la vida. Me sorprende la capacidad que tienen las personas más humildes para enfrentar las adversidades con coraje y determinación. Con fuerza empujan un diablito lleno de cartón para venderlo y así obtener un poco de dinero para sopesar el día. ¡Todo está tan caro! Decía una mujer recién llegaba a un mercado de frutas y legumbres.
Observé con asombro la complejidad del pensamiento humano, su capacidad para crear, soñar y transformar.
Admiro la valentía de aquellos que luchan sin descanso por sus sueños, que se esfuerzan por respirar en medio de la oscuridad y la incertidumbre. Aquellos que con tenacidad, perseverancia y disciplina obtienen lo que anhelan. Cada día descubro nuevas formas de resistencia y superación en los rostros de quienes, a pesar de todo, no pierden la esperanza y prosiguen avanzando.
La vida nos sorprende con sus giros inesperados, como decimos en la literatura «las vueltas de tuerca» necesarias para obtener un resultado distinto al que hemos obtenido, teniendo sus altos y bajos, sus alegrías y tristezas. Pero también nos ofrece la oportunidad de crecer, de aprender, de explorar el mundo que nos rodea.
Hoy, como siempre, me siento agradecido por todo lo que la vida me ha dado y por todo lo que aún está por venir.
Disfrutaré este periodo en donde cada vez que manejo por la ciudad me siento más libre de mis pensamientos.
Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa
Edgar Landa Hernández.
