¡Todo pasa! y ¡la vida sigue!. El mes de Diciembre se quedó atrás, agregado a los recuerdos que vamos archivando en la memoria. Nuevas historias se hilvanaron o se están tejiendo sobre pasajes de aventura, amor, desamor, duelo, nostalgia, encuentros, desencuentros, reconciliaciones y otras reacciones y emociones propias del ser humano. Nadie pasa inadvertido al embrujo del ambiente navideño y la tradición del fin de año. Sin embargo, siempre queda la sensación de que la experiencia no resultó del tamaño de la expectativa, pero de cualquier manera se agradece.
Casi dos semanas en la frontera con Estados Unidos, afianzaron mis ideas y creencias relativas a ese otro México poco cercano o convenientemente alejado del resto del País. Con una cultura diferente, común en la ciudades fronterizas, con una fuerte influencia del estilo de vida americano, pero sin el poder adquisitivo de los gringos, que locos de contentos se pasean en los valles, playas y pueblos mexicanos, algunos creados o construidos a su imagen y semejanza.
En cualquier recorrido es evidente la presencia de los vecinos del norte, que también han contribuido a dolarizar las economías domésticas. Muchos servicios y mercancías se cotizan preferentemente en moneda estadounidense, es cuestión de ver solamente el mercado inmobiliario para darse cuenta.
Desde luego, eso no preocupa y menos horroriza a nadie, en el trasfondo de esa realidad están episodios históricos que revelan la ineludible vecindad y la compleja evolución de la relación entre las dos Naciones.
Tijuana, B.C., una megalópolis de la frontera, es hoy un conglomerado humano que muestra lo mejor y peor de los dos mundos, el desarrollado imperialista y el subdesarrollado con debilidad crónica. Ciudad cosmopolita, multicultural, multirracial, y con la diversidad que quiera y piense. Uno de los sitios de mayor movimiento migratorio en el planeta, en donde se encuentran y entrelazan las necesidades e intereses de las habitantes de los pueblos, que por su vecindad están destinados a coexistir en los términos del más poderoso, del que mantiene subyugado no solo ese territorio, sino buena parte del mundo.
En noviembre se reabrió la frontera de Tijuana y el tránsito para un lado y el otro de la línea, apenas empieza a recobrar la intensidad de siempre. La actividad comercial y el flujo de trabajadores, poco a poco recuperan dinamismo. Tijuana es tierra de oportunidades y ahora también estación migratoria, situación que se ha sumado a su aguda problemática social. Son visibles aspectos comunes de las grandes urbes mexicanas, como el desorden urbano, la inseguridad, y la crítica vialidad que se observan en las zonas metropolitanas.
En esa relativa y corta tregua que dio la pandemia, antes de la cuarta ola de contagios provocada por la nueva variante Omicron, y desafiando los pronósticos, viajamos al Norte del País y después al Sur de Veracruz, en un intento por terminar con el ayuno del contacto con la familia. Ya con el esquema completo de vacunación y acatando las medidas de prevención, en forma paulatina podremos retomar prácticas de nuestra vida, especialmente las que nos revitalizan y nos alientan como las tradicionales reuniones familiares. En la siguiente entrega seguiré la narración. Hasta la próxima.