Con Dark se cumple aquello de “lo bueno si es breve es dos veces bueno”. En tan sólo ocho capítulos, dos menos que en su primera temporada, el director Baran bo Odar concreta una segunda temporada que responde a las expectativas generadas alrededor de esta serie alemana de televisión creada para Netflix.
Con Dark se confirma también el refrán de “pueblo chico, infierno grande”. En esta segunda temporada se profundiza en una de las ideas centrales de serie: los secretos que guardan los habitantes de Winden son igual o más letales que lo que se esconde en las entrañas de la planta nuclear de esa comunidad. Esos secretos destruyen y envenenan cualquier relación.
Más que una serie de aventuras de ciencia ficción y de viajes en el tiempo se trata de una reflexión acerca de la naturaleza humana y de lo proclive que es a cometer actos reprobables. Uno de los personajes lo resume: “Todos los humanos somos culpables. Ninguno merece un lugar en el paraíso”.
Baran bo Odar, quien escribió el guión con su esposa, Jantje Friese, desmenuza las relaciones padres-hijos, el cómo estos cuestionan el actuar de los adultos y cómo la imagen que tienen de ellos se derrumba de manera inevitable.
Visualmente atractiva, con una ambientación que resalta lo oscuro de la historia, Dark es un ir y venir por lo que fue y lo que hubiera podido ser, y por una de las batallas más enconadas del ser humano, es decir, evitar que el mal triunfe.
No se trata de una serie fácil. Es para sentarse y verla con calma, sin distracciones. Es ideal para quienes les encanta encontrar fallas argumentales y ubicar la pieza que no embona en el rompecabezas. De una u otra forma, es un relato que no se puede dejar pasar de largo.