Cuidemos nuestras cosas
En esta gran esfera, habitamos un mundo donde las cosas tienen un destino incierto. Nuestras manos, frágiles y efímeras, tocan la materia que conforma nuestra realidad, y es nuestra responsabilidad cuidar de ella con diligencia y respeto.
El deber de cuidar las cosas se manifiesta en la esencia misma de nuestra existencia. En cada objeto que encontramos, en cada obra de arte creada por manos humanas, yace una historia, una demostración de habilidad y creatividad. Son testigos silenciosos de nuestro paso por el mundo, y al igual que nosotros, están sujetos a la implacable marcha del tiempo.
¡El tiempo no da tregua!
En ocasiones, nos encontramos tentados a menospreciar la importancia de las cosas que nos rodean. Los objetos se vuelven prescindibles, reemplazables en un flujo constante de consumo y deseo. Pero si reflexionamos profundamente, nos detenemos un instante, descubrimos que cada cosa encierra una parte de nuestra identidad, de nuestra historia personal y colectiva.
En el crisol de los recuerdos, nos encontramos con los objetos que han sido testigos de nuestra vida. La antigua consola que permanece en el rincón de la habitación evoca melodías del pasado, los libros que albergan ideas y emociones inmortales, historias sin fin a la espera de ser consumidas por un ávido lector, o incluso los utensilios de cocina que nos permiten alimentarnos y compartir momentos en torno a la mesa. Estas cosas, aparentemente triviales, se definen en refugios de significado, en fragmentos de nuestra memoria.
El cuidado de las cosas se entrelaza con el cuidado de nosotros mismos y del mundo que habitamos. Cada acto de cuidado hacia un objeto es una declaración de amor hacia nuestra propia humanidad. Es un acto de resistencia contra la cultura del desechable, que nos invita a olvidar la belleza inherente a las cosas y a banalizar su valor.
El deber de cuidar las cosas se extiende también hacia la naturaleza que nos rodea. Los ríos, los bosques, los animales, todos ellos son tesoros frágiles y preciosos. En nuestra responsabilidad está la de proteger y preservar estos dones, encontramos una conexión profunda con el mundo que nos alberga. En cada acto de cuidado, nos convertimos en guardianes de la tierra y honramos nuestro papel como seres conscientes.
Dejémosle un mundo mejor a nuestros niños, cuidemos de nuestro entorno dando y agradeciendo todo lo que esta bella tierra nos ha dado.
Así como las palabras cuidadosamente seleccionadas enriquecen y dan forma a una historia, nuestro deber de cuidar las cosas da sentido y profundidad a nuestra propia narrativa. En el acto de cuidar, reconocemos la interconexión de todo lo que nos rodea y el valor intrínseco de cada objeto.
En un universo en constante cambio y movimiento pueden, nuestras manos ser anclas de pasión y respeto. El deber de cuidar las cosas se convierte en una oportunidad para tejer hilos de significado y trascendencia en el tapiz del tiempo. Que cada objeto sea una invitación a cuidar, a valorar y a celebrar la belleza que existe en el mundo.
Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa
Edgar Landa Hernández.
*Imagen tomada de la red*