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Imagina por un momento que estás llevando una vida tranquila, una rutina de la cual es difícil cambiar, acostumbrado a lo que te espera día a día, y que todo lo que te sucede, tú respondes de forma automática, sin meditar que tus decisiones pueden desembocar en algo distinto a lo que vives actualmente.


Comparémoslo con navegar sobre aguas tranquilas, como flotar sobre un estanque. Pero en esta embarcación, no estás solo, sino acompañado. Y tú eres quien lleva el timón, eres quien lleva las riendas, quien toma las decisiones y en quien recaen todas las responsabilidades de este navío.


Ahora, se avecina un huracán. Tú tienes la convicción de que no existe algo que pueda perturbar las aguas donde te has posado. Existe en ti la certeza de que, por más vientos que surjan, por más que las olas sacudan el bastimento, todo volverá a apaciguarse sin tener algún daño visible.

Y no.


Esta fuerza de la naturaleza, que escapa de tus manos, te agarra desprevenido. Puede que en un inicio lo tomes con calma, pero llega un momento en el que, llega a ti la desesperanza, y ¿sabes?, puedes permitirte cualquier cosa, menos rendirte, ¿sabes por qué? porque hay gente que depende de ti, existen personas que se apoyan en quién eres, en lo que representas para ellos y en tu fortaleza que, aunque tú no te sientas fuerte, debes mostrarlo.


¿A dónde quiero llegar con esta alegoría?


Octubre, mes de la lucha contra el cáncer de mama, es cuando los medios de comunicación hacen énfasis en la prevención de este mal que aqueja principalmente a las mujeres; y, al lado de estas mujeres, estamos personas que nos dedicamos a sus cuidados; personas que hacemos la labor de atender y acompañar en este terrible proceso a quien aqueja alguna condición.


Los cuidadores de personas con cáncer, somos ese pilar inamovible en el cual nuestro familiar puede sentirse resguardado ante este golpe de la vida que le ha acontecido.


Sé que es una función que Dios nos confirió, el dar a ese ser querido la fuerza que por sí solo sería difícil de encontrar.


Mis palabras para ti, querido cuidador, son:


“Gracias por estar ahí, gracias por la fuerza que logras proyectar a esa personita que tienes a tu cuidado; sé que no es fácil, pero gracias a ti, puedes volver una pena en una racha más llevadera”.

Señorita lluvia de peces
Libertad de expresión

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