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Fueron días bastante angustiosos y en los que por primera vez conoció el miedo. Emmy, faltó a clases durante ese lapso de tiempo, pero la sensación de inseguridad estaba ahí; presente en todo momento. Sentía que la frialdad con la que ella había lanzado esas amenazadoras palabras con las que le sentenciaba que no se apartaría de su lado, aún resonaban como eco sonoro dentro de su pecho. Al menos, ningún mensaje incomodo había llegado a su celular y eso para Manolo era ganancia. Pensó que la ausencia de Emmy le brindaría esa paz que ya comenzaba a pedir a gritos, y que, a su vez, también le daría la oportunidad de salir con Leonor; con esa chica que de forma milagrosa y ante el asombro de sus amigos, despertaba en el joven algo que nunca antes se le había visto. Amor.

 El tiempo con esa chica era tan real y tan placentero que evidentemente la convivencia hizo que, entre ambos adolescentes, el amor se acrecentara desmedidamente; sin imaginar que dentro de poco aquel sentimiento se vería opacado por un suceso espeluznante. Fue durante un día normal, un día que solo prometía ser tan rutinario como el resto. Leonor, quien para ese momento se había dado a conocer como una excelente estudiante y querida compañera de clase, no se presentó sorpresivamente a la escuela. Manolo, sabiendo que solo una razón de consideración podría encontrarse tras esa ausencia, no desistió de mandarle mensajes, ni de querer hablar con ella. Las horas de silencio se volvieron de angustia, y dos días transcurridos más solo conspiraron en volverlos de absoluto desconsuelo.

Manolo, no deberías preocuparte tanto; quizá ella está solo enferma-exponía el joven que junto a él caminaba por esa acera que llevaba a la casa de la ausente chica.

– ¿Enferma, Sebastián?; se ve que tú no la conoces como yo. Leonor no faltaría a la escuela ni siquiera por enfermedad.

– Han pasado días y ella no atiende mis mensajes, ni tampoco mis llamadas.

– Posiblemente se encuentra muy resfriada-insistía el adolescente-Manolo, hubiera sido mejor si esperabas a que ella te respondiera. Pudimos habernos quedado en mi casa.

– Recuerda que mi tía regresa a África mañana por la tarde, y mamá está preparándole un banquete para despedirla. Se enojará, si no le ayudo.

– En un momento nos vamos; solo quiero saber, si ella se encuentra bien.

Pero no lo estaba y desafortunadamente jamás volvería a estarlo. La intuición de Manolo no se había equivocado al susurrarle que algo muy malo había pasado con la chica. En cuanto se aproximaban a la pequeña casa en la que ella vivía, fueron encontrándose con un horrible escenario.

Policías rodeando la casa, y dos pares de camilleros que sacaban dos cuerpos cubiertos por sábanas blancas. Uno seguido del otro, sobre esas camillas.

Manolo y Sebastián, corren en dirección a una pareja que lloraba desconsolada frente a la puerta de ese domicilio. Manolo, quien ya había tenido la gracia de conocerlos, ha visto en esos rostros familiares la máxima expresión de tristeza que solo un padre puede conocer entre lágrimas tras la muerte de un hijo. Al aproximarse, no dudó en preguntar sobre lo que ocurría en esos momentos. La respuesta, la gran explicación por desgracia, terminaría quitándole abruptamente el aliento. Los padres de Leonor, habían salido durante esa noche en la que por última vez vieron a su hija. Una emergencia familiar, los había hecho salir de improviso de la ciudad. Durante unos días se encontrarían fuera, sin imaginar el terror al que se enfrentarían a su regreso esa misma tarde. En el cuarto de Leonor, su cuerpo apuñalado y bañado en sangre había sido encontrado. Y como si eso no hubiera sido suficiente, sobre las escaleras, justo del techo, un cadáver colgante yacía; meciéndose por el cuello.  Manolo, luego de escuchar tal e impactante narración que solo podría provenir de alguna película de terror, sale corriendo con el rostro lloroso rumbo a los camilleros solo para confirmar lo que de los labios de esa pareja había salido. El segundo cuerpo que estaba por subir a la ambulancia, pertenecía a Leonor y el que aún conservaba ese semblante de miedo en su más siniestro manifiesto. Sus piernas pese a temblar y amenazar con hacerlo caer en cualquier momento, lo llevan hacia la otra ambulancia que ya se encontraba a punto de arrancar a su siguiente destino. Se interpone en el camino del vehículo, orillándolo a detenerse en seco. Tras lograr su cometido, el adolescente asciende a la ambulancia para corroborar esas sospechas que lo torturaban. Sin el menor rastro de compasión, destapa el rostro de ese cadáver…y el que pertenecía a Emmy.

Manolo, no pudo resistir tanta brutalidad. Sintió que caía en una pesadilla de la que no podía despertar. Corrió desesperado rumbo a su casa; queriendo refugiarse de su asfixiante sufrimiento. Huyó a su cuarto, encerrándose bajo llave y hundiendo sus lágrimas sobre su cama. Sobre esa almohada sobre la que tantas veces había derramado sus ambiciosos deseos.

– ¡Quiero que se detenga!; ¡Quiero que esto pare! -exclamaba con desesperación- ¡Yo anulo cualquier trato que haya hecho!

– ¡Yo lo anulo cualquier trato!, ¡Yo lo anulo!

Con las manos entrelazadas en señal de rezo, el chico no paraba de suplicar. De implorar que aquello fuera una pesadilla. Pero no hubo respuesta a sus plegarias. Con agobio y sin más opción en su cabeza, el chico sale de su dormitorio. Sin dar el más mínimo indicio del destino al que se dirigía. 

Las dos vacas
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