La buena nueva no tardó en expandirse como pólvora por toda la escuela. Entre esas aulas no había otra cosa de la que se hablara, más que de la repentina noticia. Aquella novedad en la que, para creerse, debía verse. El noviazgo entre Manolo y Emmy fue tan sorprendente como insospechado. Verlos tan juntos parecía ser solamente las líneas de un cuento mal inventado. Tomados de las manos, ignorantes de los murmullos que a sus espaldas resonaban. Había pasado poco más de una semana, y el revuelo que causó el nacimiento de su relación fue más que caótica para la comunidad estudiantil que en su mayoría, había sido testigo de los rechazos que Manolo sufrió incontables veces por parte de la chica que ahora presumía, era su novia. Lo que nadie sabía, de lo que nadie si quiera podía sospechar; era de la personalidad tan turbia que esa joven comenzó a manifestar cuando las miradas de los demás no la tomaban como objeto de cuchicheos. Durante esos días, Emmy, empezó a mostrar una personalidad sumisa, obediente ante los caprichos de Manolo. Sencillamente, se volvió con el pasar del tiempo en una simple muñeca de porcelana que se mostraba feliz y dichosa. Dispuesta a complacer los deseos de su creador.
– No puedo creerlo, Manolo-sonreía Rayan, iniciando con esa conversación que muchos deseaban protagonizar con tal de saber a detalle cómo había surgido a detalle esa relación entre ambos adolescentes.
– Aún me es sorprendente verlos a ti y a Emmy juntos; ¿Cómo fue que sucedió?
– Solo sucedió, Rayan-respondía entre soberbios aires- ¿Qué puedo decirte?; supongo que al final Emmy se dio cuenta de que nosotros debíamos estar juntos.
– Pues a mí la verdad es que me parece sospechoso-exponía Sebastián con suspicacia-que yo recuerde, Emmy no quería saber nada de ti.
– ¿Cómo es que le nació tan repentinamente ese amor por ti?
– Ya lo dije; solo sucedió, Sebastián. ¿Por qué no puedes aceptarlo?, ¿Acaso tienes celos?
– ¿Celos? -sonreía sutilmente- no, en lo más mínimo. Solo sentí curiosidad.
– Además, ¿Por qué debería sentirlos?
– No sé, porque es posible que esa mente tuya esté llena de deseos que a ti nunca se te cumplirán-ponía una mano sobre su hombro, en medio de un gesto burlón.
– Pues borra esa idea de tu mente, porque no es así, Manolo.
– En este momento, por si fuera poco, solo puedo pensar en otras cosas. Entre ellas, encontrar el libro de mi tía. Me está volviendo loco. No deja de buscar esa cosa por toda la casa. Inclusive la vi husmeando en mi cuarto; ¿Pueden creerlo?
– Pobre, ya está tan loca que inclusive pierde sus cosas con facilidad.
– Mi tía está preocupada, Manolo; ya deja de molestarla. Ella insiste en que ese libro es en extremo peligroso.
– Eso lo piensa porque está loca. Debería agradecer que ese libro se perdió, así tendrá una excusa para desechar esas creencias tan absurdas que tiene.
– Y ahora, entremos a clases; no quiero que la idiota de la profesora nos vuelva a regañar por llegar tarde a su clase.
El chico, se había vuelto en poco tiempo un excelente actor. Uno capaz se fingir desinterés e incredulidad por un tema que él estaba seguro de comenzar a dominar. Ante los demás, seguía siendo el mismo joven incapaz de creer en cosas sobrenaturales. Sin embargo, lo que nadie sospechaba es que al comprobar que la brujería le había resuelto uno de sus más grandes caprichos, decidió que un deseo más tendría que serle cumplido de nueva cuenta con su intervención.
Esa misma noche, luego de quedarse despierto hasta muy tarde en espera de que sus padres fueran a dormir, volvió a dirigirse a ese parque solitario. Con los mismos elementos utilizados durante su primer ritual. Pero dispuesto a recurrir a un ente mucho más poderoso, el chico se colocó dentro de ese pentagrama invertido, pidiendo su segundo deseo. Ese coche que sus padres le habían prohibido deliberadamente. Lo pidió con la misma fuerza con la que había pedido que Emmy se volviera su novia. Al final, la señal solicitada también llegó de la misma forma, con esa ventisca derribando otra rama, la cual caía esta vez frente al confiado y sonriente adolescente. El deseo, pese a tener la garantía de que sería cumplido, demoraría en llegar. Tanto que poco a poco iría perdiendo la paciencia.
Entre esas semanas de impaciencia, llegaría a su grupo una nueva chica. Una joven provinciana de la que mucho se hablaba a causa de esa personalidad tan dulce y amable con la que se daba a conocer. Era una joven que encima de todo, tenía una belleza física que no podía pasar desapercibida. Con el transcurso del tiempo, una atracción involuntaria surgió por esa chica. Se trataba de algo que no tenía explicación. Tan solo bastó con ver su sonrisa y esa mirada tan pura para saber que su encanto iba más allá de un simple premio. Por si fuera poco, su relación con Emmy iba en decadencia, cada vez más, pues pronto ese “amor”, se transformaría en algo mortal, en algo que lo atormentaría entre insistentes llamadas y visitas frecuentes que generalmente concluían en discusiones y episodios de enfermizos celos. Emmy, marcaba a cada hora para saber de él, para saber qué era lo que hacía y con quién. Manolo, empezó a desesperarse, a sentirse asfixiado por la presencia de la chica. – ¡No finjas!, ¡Sé que ella ha comenzado a gustarte!; ¡La tal Leonor!, ¡Esa chica nueva!
– ¡Te ha gustado! -a las afueras de esa casa, plantada frente a esa puerta, la chica no dejaba de arrojar enfurecida sus reclamos.
– ¡Emmy!, ¡Ya fue suficiente!; ¡Te he soportado muchas cosas!
– ¡He soportado tus arrebatos!, ¡Tus arranques de celos!; ¡Esto, sin embargo, es lo último que estoy dispuesto a tolerarte!
– ¡No has parado de llamarme en días!, ¡A cada hora para saber lo que hago!
– ¡No puedo salir tranquilo, hace mucho que no lo hago!
– ¡Porque me importas!, ¡Porque me aterra el hecho de que alguien más pueda gustarte!
– ¡¿Qué no lo entiendes, Manolo?!; ¡Yo te amo!
– ¡No!, ¡Tú no me amas! -replicaba enfurecido.
– ¡Por supuesto que te amo, tanto que la simple idea de vivir sin ti me quita el aliento!
– Pues tendrás que hacerte a la idea de vivir sin mí, Emmy; porque ya no lo soporto, ¡Esto ha sido todo!, ¡Terminamos!
– ¡No! -respondía enloquecida- tú no puedes terminar conmigo. No puedes hacerlo-la tomaba de los hombros con desesperación.
– ¡No puedes dejarme!
– Sí, puedo; de hecho, ya lo hice, así que déjame tranquilo-se daba la media vuelta, con la intención de ingresar a su casa, dejando sola a la adolescente.
– Tú no te irás, ¡¿ME OYES?!, ¡NO TE IRÁS!, ¡NUNCA LO HARÁS!, ¡JAMÁS LO PERMITIRÉ! -gritaba, golpeando con ambas manos la puerta. La chica, tocaba con tanta insistencia y angustia, que poco le importó que sus palmas comenzasen a sangrar y que sus cuerdas vocales se rasgasen, a tal punto de que su voz parecía ser el graznido de un pobre cisne moribundo.