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La lectura se volvió fascinante, durante noches enteras no hizo otra cosa más que leer los encantamientos que parecían mezclarse con su mirada juvenil, especialmente aquellos que le prometían el amor de una persona, y la obtención de lujosas posesiones materiales, esas que inclusive sus padres le habían prohibido pese a tener los recursos económicos para brindárselos.

La idea de tener todos y cada uno de sus caprichos fue seduciéndolo hasta llevarlo a probar uno de los rituales que en ese libro estaba desglosado para que el brujo en cuestión pudiera realizarlo. Fue durante una madrugada cuando Manolo decidió dirigirse al parque que se encontraba cerca de la escuela para poner en duda sus propias creencias, su propio pensamiento. Con el libro en mano y los materiales que necesitaría dentro de una bolsa de plástico negro, el adolescente procedió a realizar el ritual. En la parte más escondida de ese paisaje nebuloso y gélido, él dibujó un círculo de sal, con un pentagrama invertido en el centro. Tras lanzar un profundo suspiro a la nada; Manolo se coloca en el centro de este símbolo, con ese libro de cubierta oscura entre sus manos, sujetándolo cual gran predicador. Ha encendido a su alrededor seis velas negras, las mismas que emitían esa tenue luz anaranjada que alumbraba su soberbio semblante. Se arrodilla, mientras que del interior del bolsillo trasero de su pantalón saca una pequeña navaja con la cual, corta su muñeca izquierda, dejando caer con esta acción tres gotas de sangre frente a él, al a par de que las palabras de invocación adecuadas emergían de sus labios, con la única intención de atraer al ser de la oscuridad indicado. Un ente procedente del fuego eterno del infierno tendría que manifestarse para cumplir su capricho. El amor de aquella chica que tantas veces lo había ignorado y que ahora pedía, fuera a él con ese interés que antes le había manifestado potencializado a tal grado de buscarlo para volverse así su novia.  Todos sus pensamientos se concentraron en visualizar su tan caprichoso y egoísta deseo. Tan grande y detallada era su visualización que él en cuestión de minutos, pudo sentir cómo sus manos rozaban la cintura de Emmy. El aroma de su perfume entrando por su nariz y esparciéndose por cada poro de su piel. Sus ojos tras disfrutar de esa escena, poco a poco comienzan a abrirse solo para contemplar con decepción que nada a su alrededor había pasado. Su mirada, se refugia inmediatamente en esa página para conocer ese detalle que había ocasionado su “sesión fallida”.

– Pedir una señal…-susurraba para sí al leer en la parte inferior de ese hechizo la última instrucción a seguir para culminar con el ritual.

Sin exponer mayor palabra, el chico vuelve a cerrar sus parpados, pidiendo con el furor de su corazón que esa señal se manifestase. Su mirada una vez más, emerge para observar su entorno y buscar así la señal que le indicaría que su solitud había sido escuchada y por ende que su deseo sería cumplido. Enfurecido por pensar que todo eso solo había sido una pérdida de tiempo, arroja el libro contra el suelo, justo cuando una ventisca helada comienza a presentarse en todo ese parque. Una violenta ráfaga de aire que se muestra de la nada, y que con su fuerza hace caer una de las ramas del árbol que se encontraba junto a él, haciéndolo saltar hacia un extremo fuera de ese círculo ante el temor de ser aplastado. Pese a estar sorprendido por ese suceso, el adolescente, toma el libro para salir huyendo de ahí lo más rápido que sus pies le permitían.

Esa noche, Manolo sin tener la fe suficiente en que su deseo se cumpliría, tendría un sueño. Un sueño que se le proyectaría dentro del subconsciente en cuanto sus ojos y su cuerpo se relajaron. En cuanto creyó que lo que había hecho esa noche quedaría en el olvido. En ese sueño, en medio de un paisaje de cielo rojo y desolado una figura de larga caperuza negra apareció, en la distancia, en esa lejanía tan pronunciada que inclusive les imposibilitaría a sus manos alcanzarlo, o si quiera rozarlo. Sus ojos, intentaban ver a quien se refugiaba debajo de esa capucha, pero no lo conseguía. Solo pudo apreciar que la mano derecha de ese personaje se levantaba mostrándole el dedo índice levantado, después de eso; un rayo pegó encima de él provocando que Manolo regresase a la realidad.

– Manolo, Manolo…-le hablaba una voz, buscando hacerlo reaccionar de ese estado de distanciamiento total.

– ¿Eh? -volteaba confundido a quien junto a él se encontraba- ¿Qué pasa, Sebastián?

– Eso es lo que estaba por preguntarte, ¿Qué pasa?

– Desde hace rato te vemos pensativo.

– No me pasa nada, me encuentro perfectamente bien-respondía soberbio, notando que dentro del salón ya no había nadie más.

– Sí, se nota-exponía Rayan entre una sonrisa irónica.

En ese momento, justo cuando el trio de adolescentes caminaban rumbo a la salida, ingresa una chica hundida en un mar de lágrimas que, al instante, los hace detenerse. Curiosos ante el sufrimiento con el que esa chica lloraba, se miran entre sí.

– ¿Qué esa no es Emmy? -preguntaba Rayan con curiosidad.

– Sí, eso parece, ¿Qué le habrá pasado?

– Se ve demasiado triste, jamás la había visto así-añadía Sebastián.

Manolo, sin tomar en cuento las preguntas morbosas de sus amigos, decide acercarse a la devastada chica que ahora se encontraba sentada frente uno de los pupitres, con la cabeza apoyada sobre la mesita y con ambos brazos ocultando su rostro lloroso. El joven, se planta frente a la joven, buscando reprimir ese placer que en el fondo le producía verla sufrir, luego de todas las humillaciones de las que lo había vuelto objeto.

– ¿Qué es lo que te pasa, Emmy?

– ¿Por qué lloras? -le interrogaba con aparente preocupación- ¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?

– Fue mi novio…me engañó-levantaba su rostro, todavía resguardada por sus pequeñas manos.

– Me engañó con una de mis mejores amigas; yo lo vi.

– Vaya-sonreía burlescamente, cuidando que la mirada de la chica no lo notase-esa sí que es una tragedia.

– Para él, claro está; porque ningún chico sensato osaría engañar a alguien como tú. Una chica tan bella y dulce. Encima de pobretón, imbécil.

– Manolo, por favor; resérvate tus comentarios. No estoy en condición de escuchar tus insultos tan despectivos-respondía la chica entre sollozos.

– Pero es que es la verdad; privilegiado debería de sentirse porque alguien como tú se interesó en él.

– Eres una chica maravillosa, Emmy. Cualquier chico se sentiría orgulloso de tenerte.

– Manolo…-dejaba el descubierto sus ojos hinchados-por favor; ahora no. Solo déjame sola, no me siento bien, en lo más mínimo. Solo vete.

– Está bien, cómo quieras…-se apartaba de la chica, dirigiéndose a la salida, a ese corredor en el que ya esperaban sus amigos por él.

– No, Manolo; espera…-se levantaba repentinamente de su asiento-lo siento…

– No es mi intención ser grosera…no cuando tú ahora no has dicho nada malo-el joven se voltea hacia ella, mostrándose inclusive sorprendido por su cambio de parecer.

– No estoy de acuerdo en cómo te refieres a las personas…especialmente cuando buscas humillarlas por su situación económica.

– Claro que hoy tengo que reconocer que tu consuelo intenta hacerme sentir mejor.

– Esa ha sido mi única intención, puedo jurarlo-respondía con suave sonrisa-y si quieres que te deje sola, lo haré. Respetaré tu espacio, creo que te debo eso.

– No, en realidad…-suspiraba profundamente-si te quedas, estará bien. La verdad es que, si te soy sincera, no puedo creer que te esté diciendo esto; pero tu presencia ahora…no me parece tan inoportuna.

– Claro, mientras no comience con mis comentarios despectivos, ¿Verdad? -sonreía Manolo sutilmente.

– Sí…-respondía la joven, mirando detenidamente al adolescente; ante el asombro del silencioso par de testigos que, sencillamente no terminaban de dar crédito al hecho de que entre Emmy y Manolo estuviera suscitándose una conversación que fuera más allá de los 5 minutos.

El alma como lienzo
Día de los abuelos (28 de agosto).

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