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Dentro del coche se respiraba esa tensión, esa electricidad que no contribuía a que una conversación naciese para dispersar el mal humor de quien conducía ese Mercedes-Benz blanco que ya se estacionaba justo frente a la reja negra de esa lujosa casa amarilla que al fondo lograba verse.

Desde el balcón de su habitación, Sebastián con chaqueta en mano se apresura a salir de ahí para reunirse con los dos adolescentes que ya esperaban por él. Baja rápido las escaleras, encaminándose hacia la puerta principal, pero justo antes de que pudiese girar la perilla para abrirse paso fuera la de casa, la puerta se abre repentinamente, dejándole ver a sus impacientes amigos.


-Rayan, Manolo-sonreía con tímida expresión tras notar la enmarcada seriedad en el rostro de este último. Suponiendo que la humillación sufrida un día antes había sido demasiado para su egocéntrico amigo, tan solo se limita a cruzar algunas cuantas palabras con él, con el único objetivo de evitar una mala contestación de su parte.


-justo iba con ustedes.
– ¿Qué les ha hecho bajarse antes del coche?
-yo quería pasar al sanitario-respondía Rayan, mientras se movía de un lado a otro con nervioso semblante.
-sí, claro; ya sabes en donde está.
-genial, regreso en un momento-el adolescente con la apuración que tan penosas circunstancias arrojaban, pasa junto a él. Corre a las escaleras por las que minutos antes había bajado.
-no cabe duda; a veces pienso que, en lugar de tener dos amigos, tengo dos niños a los cuales cuidar.
-no sé en qué momento me volví una maldita niñera.


-solo no me pidan que les limpie la baba.
-vaya, veo que sigues de muy mal humor, Manolo-respondía entre una sonrisa amarga.
-cierra la boca que hoy lo único que quiero es beber alcohol y espero que estar con dos niños como ustedes no me lo impida.


-imagínate, por poco no dejaban venir a Rayan; tuve que convencer a su mamá de que le diera permiso.
-pues me doy cuenta de que hiciste un excelente trabajo, ya que Rayan está aquí.
-sí, pero no me da gusto tratar con papás. Solo accedí a ayudarlo gracias al enorme trasero que su mamá tiene.


Sebastián, tuerce sutilmente la boca ante el comentario tan desagradable que había salido de sus labios. Por momentos, sus ojos se posaban con disgusto sobre la imagen del adolescente que tenía frente a él. Sobre ese rostro que no reflejaba sentimiento alguno, esa forma tan irritante en la que mascaba esa goma de mascar, mientras su mirada vacía recorría lo que a su vista quedaba. Como si nunca antes hubiese estado ahí, dentro de su casa.


-hola, buenas noches-sin haberse dado cuenta, una mujer repentinamente se coloca junto a Sebastián. Brindándole una sonrisa cálida a Manolo.


-buenas noches, Sra. Mendoza.
-cuánto tiempo sin verte por aquí.
-lo mismo digo, Sra.-sonreía en medio de un gesto que de forma fastidiosa lo hacia ver como un chico bien portado.
-y permítame decirle que le agradezco mucho el que haya dejado que su hijo nos acompañara esta noche.
-fue un permiso que terminé dándole gracias a que tú tuviste la atención de hablar, Manolo.
-es lo menos que podía hacer, Sra.


-aunque lamento mucho haber contribuido a que Sebastián no recibiera a su tía.
-sobre eso, lo único que quiero pedirles es que no demoren tanto en regresar, quiero que de cualquier modo Sebastián conviva un rato con mi hermana.
-ella tiene muchas ganas de verlo, puesto que es su único sobrino.
-y solo estará por aquí un par de días.
-no se preocupe, no tardaremos mucho en volver
-Sebastián regresará justo a tiempo para convivir lo más posible con su tía-respondía Manolo de nueva cuenta con esa sonrisa que fungía como una muestra sincera de ternura y cordialidad.
– ¿Y a dónde se supone que va mi querido sobrino? -sorpresivamente, por la puerta principal cruza la figura de una esbelta mujer de largas vestimentas oscuras. Con ese bolso regordete de colores opacos, y sombrilla en mano, la misteriosa dama de amable presencia entra a la casa.


Debido a su arribo tan súbito, los adolescentes se ven en la obligación de retrasar su salida de la casa y convivir un buen rato con esa excéntrica mujer que tan confianzudamente se acomodaba en la sala, sin dejar de conversar con la gentil anfitriona que no dejaba de preguntarle sobre su viaje y vivencias experimentadas en África.

Pronto, sin que ninguno de los tres chicos se percatase, la noche ya comenzaba a alcanzar su punto máximo, en medio de una conversación que ya comenzaba a fastidiarlos.

La mujer, intuyendo lo que dentro de sus mentes joviales ocurría, se voltea hacia ellos, dándoles esa importancia que daba la impresión de que tan solo en cuestión de minutos una conversación entre ellos ocurriría.


-supongo que no es muy usual encontrarse con una mujer como yo, ¿Verdad? -preguntaba la mujer.
-inclusive soy consciente de que para Sebastián es raro que alguien como yo sea su tía.
-nada de eso-respondía Rayan con forzada sonrisa-nosotros no hemos pensado nada de eso.
– ¿Verdad, Manolo? -dirigía su nerviosa mirada hacia el líder de aquel trío.
-en efecto-suspiraba profundamente.
-supimos por su sobrino que de hecho usted había hecho un viaje a África.
-sí, así fue; fue un viaje de estudio, en realidad.
-a estas alturas me imagino que saben a lo que yo me dedico, ¿No es así?
Manolo y Rayan se miran entre ellos, en un intento por contener las carcajadas que abundantes como una cascada habrían salido de sus bocas.
-solo sabemos un poco…-respondía Manolo mordiendo delicadamente sus labios, tratando de ahorrarse el ataque de risa.


-Orna es una mujer a la que le gusta mucho estudiar-intervenía la madre de Sebastián al percatarse del comportamiento de los adolescentes.
-sí y nos damos una idea de lo que su hermana estudia, Sra.
-yo no solo fui a estudiar, Dinora-respondía la mujer sin tomarse a mal los comentarios de los chicos.
-fue un viaje bastante importante para mi vida-la vista de Orna se coloca sobre ese enorme bolso que junto a ella tenía.


-y en el que obtuve un sinfín de respuestas.
Manolo, intrigado por descubrir el punto que tanto llamaba la atención de la mujer, coloca de igual forma su mirada sobre ese punto. El bolso del cual apenas se asomaba la cubierta oscura de lo que parecía ser un simple libro.
-ciertamente yo no tengo problemas en asumir lo que soy-sonreía con semblante tranquilo.
-no soy un fenómeno; solo soy alguien que tiene creencias alternas a los demás-esas esferas de avellana que tenía por ojos, se desplazan hacia el rostro de Manolo. En quien la curiosidad se ha despertado tras haber notado la existencia de ese libro que llevaba consigo.
-eso parece ser un libro bastante viejo…


-y lo es…pero desafortunadamente no es mío.
-solo me lo han prestado…me dieron ese honor.
– ¿Qué se supone qué es? -preguntaba Rayan- ¿Un recetario que dice cómo cocinar a los niños desaparecidos del vecindario?
-no…-sonreía tomándose a bien la broma de mal gusto.
-es solo un grimorio. Una especie de diario en el que cientos de brujas de diferentes épocas han escrito algunos de sus rituales, con la única intención de que puedan sobrevivir al tiempo para que así, otras brujas pueden conocerlos.
-no se ofenda, Sra. Orna; pero en lo personal yo no creo en la brujería-insistía Manolo con desinteresada postura.


-y es muy respetable, querido; no todos creen en ella.
-Rayan, Manolo; ¿Qué les parece si nos vamos? -sugería Sebastián, mostrándose incomodo por la situación que en esa sala estaba desarrollándose.
-sí, tienes razón; debemos irnos-respondía Manolo- no creo que sea bueno que sigamos quitándole el tiempo a tu tía-respondía el burlesco adolescente.
-seguro querrá hablar a solas con tu mamá
-no hay ninguna prisa, muchachos. Yo no tengo inconveniente en que se queden más tiempo.
-especialmente cuando he notado que uno de ustedes se ha mostrado bastante intrigado con el tema de este libro que he traído conmigo-sonreía al mirar a Manolo.
-es una pena que su contenido sea demasiado avanzado para ustedes.
-sí, tienes razón, tía-contestaba Sebastián levantándose del sofá y tomando a Rayan del brazo, dejando sin intención a Manolo cerca de la mujer.
-sin duda tu corazón roto inconscientemente está buscando respuestas…o debería decir, venganza-repentinamente, la mano de Orna, se coloca sobre el brazo del desconcertado joven.
– ¿Disculpe?
-no es una casualidad que tus ojos se hayan posado sobre este grimorio, muchacho-sonreía de forma traviesa-puedo ver que tu ego ha sido herido.
-tus ojos me han dicho mucho.


– ¿Cómo?
-no la entiendo.
-por supuesto que entiendes…
-pero en fin…yo no te hablaré más del tema, aunque lo que he dicho es cierto. Ese grimorio que has visto esconde información bastante interesante, pero que no está a tu alcance.
– ¿A qué se refiere con que no está a mi alcance? -le interrogaba visiblemente ofendido por el comentario que indirectamente lo subestimaba.
-me refiero a que es peligrosa…
-y que debes mantenerte al margen.
-hay cosas que no son para niños, sobre todo en el mundo de la brujería.
-la brujería no existe, Sra. Orna.


-querido-dejaba escapar una sonrisita burlesca-que no creas en estas cosas, no significa que no existan-la mirada de la mujer, adoptó la misma belleza y soberbia que tienen los gatos al mirar a su presa.

Una insignificante presa que por un simple acto inofensivo de curiosidad se aproxima en dirección a su trampa.

No era pirotécnia, sino disparos
Emociones con nombres extraños, ¿las has tenido?

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