Tener pensamiento mágico no es ningún delito, ni tampoco es motivo de burla. Las creencias que existen en relación a la existencia de la magia son tan diversas y numerosas que por esa razón se han englobado y vuelto parte de una religión, sin embargo, y aunque muchas personas continúen negándolo, el involucrarse con la magia es en realidad una labor de estudio y preparación constante.
Es devorar libro tras libro para comprender un poco más de este mundo considerado por muchos como «fantasioso».
Debes estudiar y prepararte mucho para conocer las reglas de este universo que, si bien, puede conspirar a tu favor, también puede ocasionarte grandes momentos de angustia e infelicidad.
Ni la magia, ni la brujería son motivo de juego, pues de no conocerse bien, pueden tener la misma letalidad que un arma.
Esta historia que a continuación habré de relatarte, es una muestra clara de que si bien, la brujería puede utilizarse de manera benigna, también es necesario mostrar por medio de esta historia, su lado más perverso.
Te invito entonces a que te quedes conmigo y que leas mi siguiente historia la cual puedes confiar, tan solo ha salido de esa pequeña parte habitada por la creatividad… ¿O no?
Bien dicen que uno de los peores delitos que los padres pueden cometer en contra de los hijos es darles todo. No incentivarles a que luchen por ser mejores personas, y que no los motiven a que sean personas trabajadoras y de cualidades admirables.
Manolo Ferraz, era un joven de tan solo 19 años que estaba acostumbrado a tenerlo todo, o al menos casi todo. Sus padres, a pesar de ser dueños de una poderosa empresa, se esmeraban en intentar que su hijo se desarrollase con valores y humildad, que fuese alguien de provecho.
Ellos, solo querían que aprendiese a valorar todo lo que tenía, pero infelizmente pese a sus esfuerzos, ningún método con él parecía funcionar.
Manolo, era alguien déspota, pretensioso y sumamente caprichoso. Tenía desplantes con cada uno sus profesores, confiando en que ninguna amenaza que proviniese de ellos podría perjudicarlo. No se esforzaba en cumplir con sus trabajos, ni con sus tareas, por el contrario, sabía que el hecho de que su padre fuese un personaje influyente y adinerado terminaría por salvarlo.
Justamente, sería en uno de esos días de sermón en los que esta historia comenzaría como tal. Luego de haber sido ridiculizado una vez más en clase por haber faltado con la tarea de matemáticas.
El reloj ya marcaba las 3 de la tarde, y poco a poco los corredores de ese instituto ya comenzaban a llenarse de estudiantes parlanchines que deseosos habían esperado impacientes a que el cantar de ese timbre les indicase el momento de salir rumbo a sus casas.
Entre esos estudiantes que se quedaban a conversar en medio de los corredores, presumiendo los planes que tendrían para ese fin de semana que en cuestión de horas llegaría a sus desinteresadas vidas, sobresalía Manolo; con esa mirada despectiva que por segundos tan fugaces como escasos se clavaba en algunos de sus compañeros.
Escoltado por esos clones tan frívolos que tenía por amigos, Manolo, camina con paso lento, escuchando sin gran afán los planes que sus amigos tenían pensado llevar a cabo al día siguiente.
– ¿Enserio?; ¿Ese será tu plan?
– Pero qué aburrido, Sebastián.
– Ya sé-respondía entre un suspiro, el afligido adolescente tras ver la sonrisa burlesca que brotaba cínicamente de los labios de su oyente.
– Pero no tengo más opción; mi mamá me advirtió que no podría faltar, Rayan.
– Es mi tía y mamá quiere que esté ahí para recibirla. Ella regresa hoy de un viaje que hizo a África, así que ya te imaginarás las ideas tan absurdas con las que regresará.
– Oh sí-soltaba una carcajada-tu tía la bruja.
– Ni lo menciones, tan solo escuchártelo decir ya me perturba un poco. No puedo creer que la hermana de mi mamá crea en estupideces así.
– Pues si me lo preguntas, Sebastián; creo que ahora entiendo todo-intervenía Manolo con airada postura-ahora entiendo de dónde sacaste esa virtud tuya por hacerme desatinar ante tantas tonterias que dices.
La mirada del chico que pretendía acorralar a su tan avergonzado compañero, comienza a desviarse del trayecto para esta vez, seguir a la chica de largos cabellos castaños que junto a él pasaba en compañía de ese trio de chicas que la acompañaban. Aquel, definitivamente era un ángel terrenal. tenía una cara afilada y de mejillas ruborizadas. Unos ojos grandes, enormes. Dos auténticas esferas cafés.
– Con que sigues tras Emmy, ¿Eh, Manolo?
– Oye, me parece que el enamoramiento te ha durado bastante.
– Cierra la boca, Rayan-respondía contundente ante la burla de su amigo-no es enamoramiento, solo es el simple hecho de querer tenerla. Nada más.
– Pero nada funciona; he intentado que si quiera acepte salir conmigo, y ella sigue negándose. Ninguna chica lo había hecho, y eso la vuelve un completo desafío para mí.
– Emmy no es como las demás chicas, Manolo; ya deberías haberlo entendido-replicaba Sebastián mostrándose un tanto inconforme por la reacción arbitraría de su amigo.
– No es una de esas golfas con las que te acuestas.
– Eso dicen todas-reía Manolo, mientras su mirada maliciosa reposaba nuevamente en la tierna imagen de esa niña.
– Al final, todas demuestran ser eso…unas golfas.
– Oye, Sebastián-le lanzaba un sutil codazo en las costillas en señal de burla-quizá deberías llevar a nuestro buen amigo con tu tía la bruja.
– Puede que ella le ayude a conquistar a Emmy-le guiñaba un ojo.
– ¡¿Estás loco, Rayan?! -le miraba con asombrado semblante- ¡¿Cómo se te ocurre que yo haré eso?!
– Es verdad, eso sería una total ridiculez, especialmente porque yo no creo en esas supersticiones. Solo la gente ignorante y carente de materia gris cree en estas invenciones.
– Mejor en lugar de hablar de estas cosas, deberías pensar en lo que haremos mañana, Sebastián, porque yo no tengo nada por el momento, y tú, no puedes desperdiciar tu fin de semana en compañía de una vieja loca como tu tía.
– ¡Vamos, piensa en algo!, ¡Compláceme! -exigía con arbitrariedad.
– Pues…si quieres, podemos ir a jugar billar…hay un bar cerca de mi casa…
– Pero primero tendríamos que vernos en casa, pues papá se llevará el coche.
– Sí, sí; qué más remedio, pasaré por ti-respondía con airada postura-te veré a las 8 en punto…
– De acuerdo, a las 8 entonces.
– Pues bien, aprovechando que el plan ya está hecho…yo haré un intento más para que cierta persona tenga el honor de pasar toda una noche conmigo-con aire determinado, con esa aura que lo hacía arrogante e insoportable, Manolo; camina en dirección a Emmy, quien, al instante, no puede minimizar en su rostro el desagrado que le producía verlo.
– Emmy…dulce y bella Emmy.
– Hola, Manolo-contestaba a su saludo en medio de una sonrisa forzada- ¿Cómo estás?
– Bien, ahora que hablo contigo.
– ¿Sabes? Hace un momento me encontraba haciendo planes con mis amigos, teníamos pensado ir a jugar billar mañana por la noche, y estaba pensando en que…
– Manolo…-se apresuraba a anticiparse a su propuesta, al mismo tiempo que un profundo suspiro era lanzado ante la insistencia del adolescente-escucha, no quiero ser grosera, pero vuelvo a repetirte que no me encuentro interesada en salir contigo.
– Pues si no te gusta la idea del billar…entonces…
– No, no se trata de eso-volvía a interrumpirle-no tiene nada que ver con el billar, tiene que ver con el hecho de que el que no me gusta, eres tú.
– Manolo, te he dicho miles de veces que tengo novio…
– Sí es verdad, me lo has dicho, pero yo sigo sin considerar que sea algo de importancia.
– Pues para mí, lo tiene; así que, por favor, deja de insistir.
– Oye, nena; pero no deberías ponerte así, yo solo quiero que pasemos un buen rato, eso es todo.
– ¡Yo no!, ¡Y por favor déjame tranquila!
– No puedo creerlo, te ofrezco pasar un momento inolvidable y tú me respondes así.
– ¡Y todo por un idiota como ese!, ¡Seguramente un pobretón!
– Pues poco me importa lo que sea él para ti, yo lo quiero y no por su dinero…ni su posición social.
Las chicas que en todo momento se mantenían junto a ella, no podían evitar evidenciarse anonadadas por la desafiante postura de Emmy frente a ese chico. No solo ellas, comenzaban a mostrarse interesadas por lo que parecía ser una discusión romántica, los chicos a su alrededor se detenían sin querer perder detalle de lo que entre ese par ocurría, iniciando un discurso sin fin de murmullos que apenas lograban entenderse.
– Y hubiera preferido que tú jamás escucharas esto de mí, pero eres insoportable, Manolo.
– ¡No eres más que un patán bien vestido!, ¡Insoportable!
– ¡Piensas que eres todo un galán!, ¡Y no eres más que un idiota!, ¡Yo jamás podría fijarme en alguien como tú!
– ¡Nunca!, ¡NUNCA!
Más que una afirmación, que un dictamen pactado por los labios de esa joven, fue la antesala para que Manolo sintiera en carne propia, la peor de las humillaciones. Una que no se quedaría sin respuesta, a causa de su ego herido.