Siglos atrás, cuando caballeros y dragones existían, vivió un don de nombre Verosímil; un hidalgo de armadura vieja, oxidada, y con rajas en su espada, pero eso no evitó que se sentara en una piedra al costado del camino. Los raspones y grietas en su acero, cicatrices ocultas e indistinguibles por las arrugas datan de luchas por ideales y persona, usando fuerza y valor que eran suficientes entonces, pero ya no mas.
“Buenos días, don Verosímil,” exclamó un granjero transitando, “¿Qué onda con usted?”
“Lo he olvidado.”
El granjero no supo a lo que se refería, y al indagar alzó la mirada al diurno cielo, una nube cubriendo el sol: “Se a olvidado la razón de mi jornada, mi inspiración de proteger a quien lo necesitase. Y ahora que soy incapaz de levantar una espada, siento que todo lo que he hecho en la vide fue en vano. ¿Qué valor tienen pasadas hazañas, sin reconocer por que decidí ser un caballero?”.
“Si lo que busca es tal, mi buen amigo,” le aconsejó ese granjero, “sugiero entones una última aventura: indaga en las profundidades de esas montañas al norte. Viejos rumores dicen en sus rincones más recónditos, hay una cueva. Dentro, gran hidalgo, se dice que todo lo que uno ha perdido es colectado por un grifo negro, donde se quedan bajo su discreción. Puede ser cualquier cosa, según yo entiendo. Debería probar ese lugar.”
Verosímil se levanta, bolsa a su espalda, “gracias, buen hombre. Al menos es algo que pueda intentar.”
Así, el caballero inició su caminata a las montañas en búsqueda de tal ser y lugar. Pasó por senderos, puentes, y algunos lagos; pasó cerca de un cañón y se adentró en un bosque de pinos tan altos parecían rascar el cielo.
Siguió después corriente arriba un río, se topa con un niño llorando: “achis, no me digas que este río eran tus lagrimas.”
“Estoy perdido,” le responde, “llevo tres días tratando de volver a casa.”
“No te preocupes, que yo te ayudo.”
Ambos pasaron por el bosque, desde sus orillas a lo largo de un lago y de su río, la búsqueda fue larga, y el chico perdía esperanza.
Cuando Verosímil trepó una roca para ver mejor, divisó una cabaña, lejos de donde estaba el camino principal del bosque. El niño corrió en su dirección, y fue recibido por sus padres. Cuando el caballero se aproximó, estos le agradecieron su buena acción con algo que el valoraban: un artefacto en forma de brazalete con sospechosas ranuras.
“Estamos en deuda con usted, señor,” le dijo el padre, “no tenemos mucho de valor, pero por favor, reciba esta pieza que encontré hace poco tiempo. Fue una fuente de fuerzas para nosotros en los días que nuestro hijo no aparecía, espero que le de fuerzas a usted también.”
Verosímil les agradeció, y marchó.
Un día y medio después alcanzó el centro del bosque, encontrando en el un árbol muerto sin hojas, que pareció albergar a alguien. Un figura espectral y esquelética, cadenas al derredor unidas a un candado sin ranura para una llave.
Le preguntó su situación: Tal figura yacía en este lugar por décadas, mantenida en este plano mortal hasta que el acertijo en el candado es descifrado. La figura es ciega, incapaz de leerla.
Verosímil deja sus cosas e inspecciona el aparato, moho acumulado en su superficie, pero aún legible: ¿Que ama un hombre más que a la vida, y teme más que a la muerte; que el pobre tiene, el rico obtiene, y el contento quiere; que los apostadores ahorran, los miserables gastan, y a la tumba se lo llevan?”
Él se quedó ahí, pensando por una tarde. La realización le llega poco después: “Nada,” con certeza afirmó, “la respuesta es: Nada.” Y las cadenas se volvieron polvo al viento.
“¡Santa sea su alma!” Exclamó el espectro, “he de orar por el buen fin de su búsqueda! Hasta entonces, por favor,” le presentó entonces un artefacto, muy similar al que había recibido antes de la familia previa, “acepte esto de parte mía. No estoy muy seguro de lo que es, o por qué se apareció ante mi, pero en mi momento mas obscuro me dio fuerzas para mantenerme en este mundo, y espero que te de fuerzas a ti también.”
El caballero tomó el artefacto y siguió su camino. Después de tiempo, alcanzó el borde para encontrarse a los pies de la montaña. El escalar fue arduo, lleno de vientos fuertes y unas temperatures que helarían un fuego forestal. Una vez alcanzado un sendero de piedra, se adentró a sus laderas. Fue entonces que se topó con un grifo negro, durmiendo sobre una roca a la entrada de una caverna.
“Grifo, llevo tiempo viajando a tu morada por lo que he perdido, y se me ha informado es posible que lo encuentre aquí. Lamentablemente yo ignoro lo que es, mas se que es importante. ¿Haz de saber tú lo que es, y dónde lo tienes?”
“Lo que es, no puedo decir,” la bestia alada apenas abrió un ojo ante él, “pero he de decirte, juzgando por lo que es, se encuentra hasta mero atrás. Al centro de la última pared, bajando la última escalera, sigue el sendero y no te perderás. Mil disculpas por no mostrarte yo mismo, me agotó mi previa ronda.”
Verosímil dejó su bolsa afuera y entró, tomando en mano una antorcha hacia la obscuridad. Mientras caminaba, observó las paredes, perfectamente organizadas a su largo. El aún no sentía que alguno de esos fuese lo que buscaba. Finalmente, bajando la última escalera el se acercó a la última pared, para sólo encontrar en ella un enorme espacio vacío, limpio. Consternado, tomó el camino de vuelta. “Esto me preocupa,” le dijo al grifo, aún durmiendo sobre su roca, “una vez estando donde me dijiste, encontré solo un espacio vacío.
“Oh si, disculpa, se me olvidó,” respondió con voz burlona, sin siquiera moverse, “perdona no decirlo antes. Se lo di a alguien mas.”
Verosímil solo podía escuchar: “Al volar sobre el bosque, me di cuenta de ciertas cosas que me parecieron…deprimentes. Así que me tomé la libertad de alivianar las cosas con lo que habías perdido, seguramente te topaste con ellos de camino aquí: Un chico buscando su casa, y un espectro en un árbol.”
Él recordó con eso a las persona que brindó ayuda a lo largo del sendero, y de los artefactos dados en gratitud. Al vernos de nuevo nota sus ranuras encajaban entre sí. Al juntarlas, estas se volvieron uno sólo, mostrando ante él, el conocimiento de lo que había buscado.
“¿Vez?” Preguntó el grito ante su reacción, “Tu se lo haz dado a todo el que lo necesitaba, pero diste tanto de ti en vida que, eventualmente, te quedaste con nada, incluyendo tal sabiduría. La manera más prudente entonces, era encontrarla recibiéndola de vuelta, a través de la gratitud de otros. Así que, técnicamente, no tenías por qué subir hasta acá. Ahora si me disculpas, sigo tratando de dormir.”
La bestia cerró sus ojos, y no volvió a responder, dejando a Verosímil con su paz interna y sus respuestas encontradas. Emprendió él su camino devuelta al resto de su vida.
Unos meses después, el caballeo don Verosímil falleció, dando como su última voluntad que se escribiese en su lápida aquello que una vez perdió y recuperó, para que todos pudiesen ver por lo que el luchó toda su vida, en la adversidad, y en sus momento de bajo espíritu que le permitió creer que podía hacer algo para traerles un mañana mejor. Y eso era: Esperanza.