Había una vez una gallina negra con puntos dorados, ella tenía ganas de ser mamá y se dispuso a conocer a su hermoso gallo. Él era alto fuerte y muy colorado. Se enamoró de él, se dejó cortejar, ella empezó a poner sus huevos en distintos lugares con la finalidad de que su dueña no se los comiera. Llegó la temporada en que ella debía empollar pero como había regado huevos por doquier, no sabía ni a que nido empollar, pensando cuál sería el mejor lugar para tener a sus pollitos se metió al primer nido, se dispuso a cubrirlos, en eso la pata dueña del corral la sacudió, la golpeó, y quitó muchas plumas. Ya toda sangrada la gallina, la dueña decidió sacarla, pero descubrió que la pata había quebrado todos sus huevos. La dueña enojada le quitó 3 huevos a la pata, sacó a la gallina de ese gallinero y la llevó a otro lado. Nuevamente hizo otro nido para su gallina.
Al término de 30 días se escuchaba piar, me acerque a la gallina y me encontré con 2 patos, la gallina no quería dejar solo su último huevo e intento cuidarlo, pero al insistir dejó de cuidar a sus bebes: uno de ellos murió aplastado por ella misma y sin comer. Nuevamente me acerqué, le llevé comida en un pequeño recipiente con agua para que no se ahogue el único patito, saqué el huevo que ya no iba a reventar, correteé a la gallina para que saliera a pasear con su bebé. El primer día que salió el patito se dispuso a nadar alegremente, su mamá gallina piaba y piaba, él muy feliz, al día siguiente la gallina se mete a bañar en un montón de arena, se tallaba la alas, la cola, cuello y patas. El pequeño patito sólo miraba a su mamá. Lo que es la naturaleza: un pollo nunca dejará de ser pollo y un patito nunca será gallo, puesto que ya viene definido.
Moraleja: Nunca sobrevalorar a nuestra naturaleza y cómo nos forjamos sin querer aparentar lo que no somos.