Llevo un tiempo, para ser sincera, llevo tres de mis cuatro décadas y media cosechando mujeres y hombres, he sembrado algunas semillas de locura, de amor y de tonterías en algunas personas. Hoy por hoy cosecho mujeres y hombres en mi vida. He optado por adoptar personas, llámarlos hijos, amigas, amigos, hermanos de letras, de vida, de sangre, de saliva, comadres, compadres, no sé que otros lazos poner aquí.
Pero tengo abuelas adoptivas que me han tratado con el cariño de una real, hijos a los que les he regañado, a los que me uno en sus complicadas cosas de adolescentes, a los que me gustaba ver jugar en un campo de fut siete, les he gritado como su directora técnica, y algunos de esos adoptados me han hecho abuela; he adoptado amigas de años como a mis hermanas, nos reunimos cada cumpleaños de alguna de nosotras desde hace veinte años, algunas otras nos conocimos en el trabajo y nos poníamos a platicar cada mañana y nos decíamos comadres, nunca nos vimos, pero ellas siguen en mi vida, ellas siguen compartiendo conmigo cosas que suman siempre; otras amigas de letras, hermanas de redes, que sabemos que está pasando en la vida de la otra, dónde nos sentimos y nos escribimos, nos mandamos porras, nos acurrucamos en un montón de párrafos y eso nos reconforta el alma de manera extraña, a la distancia, nos repara el alma de madres, de cosas que suceden en nuestro país.
Tengo una gran colección de pequeñas, mucho más pequeñas que yo, que no han notado mi edad, o mi puesto y me han brindado enseñanzas invaluables, me daban acceso a sus laberintos y me dejaban pasear por ellos con locuras, con viernes de chilaquiles y patadas de lentejas.
No crean que discrimino, también tengo amigos hombres, a todos ellos los admiro, algunos son ya mis compadres, obvio no más de palabra, jamás nos hemos bautizado a nadie, pero pasamos por años de café, de cosas de dolor y de algunos intercambios de apoyo; tengo maestros de vida y cosas que se pueden aprender para sumar a nuestras diez mil horas para ser mejor en lo que queremos ser, maestros de cosas útiles y datos curiosos, maestros de soledad y de cómo saborearla, de cómo hacer de ella compañera y no enemiga; compañeros de la primaria que recordaron tu nombre completo y tu apodo y deciden buscarte porque fuiste parte de un pasado donde fuimos felices y eres un recuerdo bonito y ahora eres compañero de un viaje de cosas de adultos.
Amigas-hermanas de poco tiempo, con las que ya no sabemos qué dieta usar antes de ir por unas gorditas de chicharrón; de mañanas y tardes de asoleadas por llegar a los niveles de éste juego llamado vida, de ésas que aparecen de la nada y te invaden por horas, por días, que corren la misma carrera que yo.
Amores que te cuentan su día a día, desde un punto muy lejano al tuyo, imaginando que si nos tuviéramos más cerca podríamos ser pareja, pero somos realistas y nos conformamos con querernos bonito y a distancia, con saber que ha tenido un buen día y esperando que llegue a él una persona que lo ame tanto por lo que vale.
Amigas de locuras, que por tratar de emplayarnos casi perdemos el trabajo, de mañanas de pasarelas, con disfraces del almacén, de jugar carreritas en esas cosas que levantan muebles y los usábamos de patín del diablo, de ir al final de la jornada por el pasillo de la despedida levantando la mano y haciendo el clásico saludo, corto, corto, laaaargo, largo, de la mano cómo reinas de la primavera, yo corriendo detrás de ella con mis pasos cortos, y ella con esos pasotes al ritmo de We are the champions,―aaaahhh―, que tiempos esos.
Podría describir a todas las personas que he ido adoptando en mi vida, y aquí sí que no acabaría nunca, es más creo que esas historias merecen no sólo una entrada de blog, sino un libro entero, pero es aquí donde quiero llegar, no es que la familia de sangre deje de serlo, esos son para mí, sagrados, pero esos nos tocan, por default, no hay manera de cambiarlos a menos que los demos en adopción antes de que nuestra madre se dé cuenta, pero me hubiese perdido de muchas historias increíbles, me pregunto si a ti no te ha pasado que vas por la vida entregando títulos nobiliarios a esos que entran de sorpresa y terminan conociendo de ti, mucho más que tú mismo, cómo cuando te dice tu única y favorita que ahí viene el del pan de dos pesos y sonríes maliciosamente y las dos corremos para que no se nos vaya ese hombre maravilloso con el maná en una canasta de mimbre acomodada de manera estratégica para que encuentres tu favorito a la primera, es más creo que ya también adopté a ese personaje.
Y tu familia de sangre, por no decir tu madre, te dice: ―Quiero ver en qué acaba eso. Y acaba en la parte mágica donde aún no acaba, donde siguen ahí presentes de la manera que te guste, sigues en un chat de whats con amigos de la secundaria, de los cuales recuerdas a dos tercios de ellos, y sin embargo todos te siguen hablando como si aún tuvieras catorce años.
Seguimos por la vida conectándonos con personas con las que con un solo “hola”, basta para saber que tal vez, en caso de que crean en otras vidas, sientas que los conoces de siempre, de muchas antes. Seguimos cosechando humanos, de los que todavía sienten, de los que todavía leen, de los que todavía saben vivir, de esos que dejan su celular cuando te les acercas y no sólo cuando hay una señal de interacción en una red social, me gustaría saber si a ti no te ha pasado ¿cómo es que llegaron hasta aquí?, ¿cómo es que no piensan irse de tu vida sabiendo muchos de tus secretos?, ¿cómo es que tú mismo no quieres correr cuando los escuchas llorar o hablar?, ¿cómo es que con una semillita tan pequeña, haya crecido esa cosa enorme entre tú y todos ellos?
Si te ha pasado, por favor dime que no es malo ir por la vida cosechando humanos, al menos, dime si te gusta lo que has sembrado.