Netflix se ha lucido últimamente -con sus producciones originales, claro está-. Recientemente “devoré” la nueva serie alemana “Cómo vender drogas online”, cuyo argumento está centrado en el contexto de la generación Z, tomando como protagonistas a Moritz y Lenni, dos nerds que tras no tener aceptación en un pueblo toman una ruta distinta.
En terrenos cinematográficos es de muy ingeniosa producción, la estilización de recursos audiovisuales, la animación que tiene la red social nos habla de la importancia que tiene Facebook para el discurso narrativo.
La trama los envuelve en circunstancias que les orillan a convertirse en narcotraficantes online; suena un tanto desquiciado, pero es preciso reconocer que no sería menor, pensando en otras situaciones que revelan el problemático y a veces absurdo mundo adolescente.
Pero aquello no es trascendente, cuando lo que está pululando es una apología de la falsa libertad.
La serie nos avisa que dentro de la noción de narcotraficante que tiene la generación Z, la figura del vendedor de drogas puede dar un giro inesperado ya que sin dejar a un lado la influencia cultural o histórica del líder de la mafia, este nuevo capo adolece de una identidad personal, ni siquiera porta una idiosincrasia; pero es interesante analizar la motivación de los personajes, por un lado Moritz quiere recuperar a su exnovia, quien regresa de intercambio en E.U.A., por el otro Lenni no tiene nada que perder- sólo la amistad con Moritz- debido a su desconocida enfermedad: ¿pero no es así como inicia toda aventura? La motivación es algo tan ambiguo y a su vez tan universal como triunfar, tener éxito o sentirse amado.
Aunque parezca un cliché actual, ocultar una actitud moral clásica, o al menos ortodoxa -en el buen sentido de la palabra- que el consumir drogas es nocivo para la salud física y mental, pero hay a quienes les viene bien en la parte económica; el productor y distribuidor ganan siempre, entonces no le hagamos caso a las abuelitas o a los maestros, dirían muchos chavos que se identifican con los protagonistas.
Y no se debe culpar a los padres, de sus problemas laborales o matrimoniales, es más un común denominador en la actualidad
Si googleamos “generación Z”, luego nos aparecen estudios que toman el uso de la tecnología casi como carta de presentación, pero la dificultad va a más allá del desarrollo tecnológico o las redes sociales; hay otros fenómenos por atender: la pérdida de un proyecto vital, disfuncionalidad familiar, dispersión dentro de la sociedad global, de los automatismos culturales, incluso problemáticas que rayan en el sinsentido por la vida.
Lo que intriga en la serie es el discurso que portan los personajes, quizá más acentuado en ese “no somos nada en el universo, nuestra existencia es intrascendente, por eso no necesitamos hacer lo que los adultos quieren”, algo que se traduciría mejor como un “prefiero vivir el presente que preocuparme por algo que no existe aún”: esto es preocupante, lo reitero, debido a que más allá de lo que una generación puede romper – casi por inercia- de sus antecesores- como ejemplo está el hippismo o el rock and roll-, podría caer en una apatía generacional por la disgregación de grupos sociales o en algún caso hacia un abanderamiento ilógico y cortacorriente; es decir que no existe un motivo genérico para explicar una conducta en el mundo de la no- comunicación y de la sobre saturación informativa, bien puede haber miles de sitios donde se trate sobre la drogadicción, pero la comunicación interpersonal va en detrimento.
Para el millenial la amistad es y ha sido importante.
Para la generación z, los grupos sociales se han convertido en baluartes para afrontar el horrible caos de lo cotidiano, y a eso se suman nuevos avatares que actualmente están preñados de incongruencias, en lo educativo, político y económico.
A veces es más importante un número o un estatus social, que la misma persona, es más creíble un like que la palabra del hombre.
Esto, como lo apuntó Daniel Goleman, es una brecha que se puede sortear desde una inteligencia emocional, ya que como es un recurso para un proyecto de vida personal, también puede ser una metodología para el éxito; esto se puede indagar a partir de las acciones del personaje protagónico, quien con una suerte de Walter White adolescente, se va metiendo en embrollos consecuentes a malas decisiones, debido a una necesidad de afecto, cuestión que seguro supera en el futuro, ya que la serie promete demasiado, más que de una anécdota de la realidad, de un método para ser exitoso siendo un criminal autónomo y no morir en el intento- cuestión interesantísima, pero propia de otro artículo-.
Ésta generación en ciernes, va a sufrir mayores incertidumbres intrapersonales.
En el mundo interior, el espiritual, que manifestó la novela de formación alemana, principalmente en Herman Hesse- autor de Demian-, quien apuntaba más a la experiencia y la sublimación -de otro tiempo- como método de aprendizaje.
Sencillamente, la ansiedad social que se observa en nuestros días, deniega un proyecto vital auténtico, dentro de la cual ya no figuran los otros; los individuos -si es que podemos llamarnos así- vivimos una virtualidad invisible, sobre todo para los que recordamos un mundo real, como un sueño de infancia.
La libertad entonces es partícipe de la autenticidad, y ser auténtico quizá signifique construir un estilo de vida personal, pero el vender drogas por internet es tan solo una apología de la falsa libertad. Por otro lado la serie es muy atractiva, si lo que nos gusta, en el mundo de la ficción, es ver triunfar a los otros, mientras dormimos en la comodidad de nuestra pantalla.
[…] Hace unos años atrás me dijiste que Cristo había cambiado tu vida, y que jamás volverías a estar en las pandillas, que dejaste la droga. […]