A los corazones generosos
A los Romo de la Rosa
Entre octubre y noviembre de 1914 tuvo lugar en el teatro Morelos de Aguascalientes, la llamada Soberana Convención Militar Revolucionaria. El objetivo buscar el dialogo entre los diferentes grupos revolucionarios que reprobaron el actuar de Victoriano Huerta por asumir el poder presidencial dando muerte a Francisco I. Madero y a José María Pino Suarez.
No era un asunto fácil. El país no tenía ningún referente para realizar este tipo de reuniones. El México bronco se propone sentarse en la misma mesa, compartir alimentos, reconocerse entre los diferentes revolucionarios, emitir un documento en el que el gobierno entrante se comprometería a establecer un régimen democrático que procurara el bienestar de la población que solía alimentarse de manera limitativa mientras que los dueños de haciendas tenían mejores prerrogativas para adquirir más enseres.
Carranza quería que la reunión fuera en la ciudad de México. Villa y Zapata no están de acuerdo. Otros jefes militares se suman a esta negativa. Un nuevo lugar que elegir los lleva a Aguascalientes, el centro del país. “la ciudad triste y querendona”[1], con la capacidad de recibir a tantos visitantes. Todas las facciones revolucionarias llegan y la ciudadanía vive momentos de inquietud y jolgorio. Las calles se ven abarrotadas de personas desconocidas y en ocasiones un tanto extrañas. Los restaurantes y fondas resultan insuficientes, inclusive en los puestos de comida al aire libre. Abundan por doquier los uniformados y en su mayoría han recorrido la ciudad que es muy apacible.
El problema del alojamiento se ha solucionado; los dueños de las haciendas, han acomodado en sus instalaciones a los diferentes representantes de los grupos revolucionarios, y para ello se han asegurado de esconder dinero y alhajas. También han mandado a sus hijas con parientes lo más alejado de esta zona de conflicto. Desde luego que el recibimiento a los revolucionarios no se trata de un amor a la causa, sino más bien de un temor de no ser atacados tanto sus instalaciones como sus familiares, siendo más un asunto de protección.
Los trenes que provienen de la ciudad de México llegan cargados en exceso pues aparte de venir representantes de los diferentes grupos revolucionarios, se suman periodistas y curiosos que han atiborrado los pasillos del tren.
La llegada de los trenes particulares de los diversos grupos revolucionarios, son un gran espectáculo, el general Antonio Villarreal, ex Magonista, transporta un tren con el nombre de “bonita”, un vagón exclusivo para su estado mayor, otro para sus escoltas, un carro comedor, una plataforma que en su superficie lleva un par de automóviles, otro donde vienen los caballos, otro carro con algunas vacas de ordeña y vale señalar que en el carro comedor destaca un precioso piano. Otros más revolucionarios también se hacen acompañar de semejantes trenes majestuosos para su seguridad.
A nombre del gobierno del estado de Aguascalientes, el general Triana, jefe de armas de esta ciudad, organiza una gran comida en el típico jardín de San Marcos, donde los invitados se abstienen de hacer propaganda. No hay consumo de alcohol. No pueden portar armas. Muchas de las mujeres, de las llamadas “adelitas”, quienes lo mismo son soldaderas, enfermeras o cocineras, se incorporan pronto de manera “voluntaria” a la realización de comida. El menú es harto y variado, destaca el caldo con carne de puerco y chile, tamales, los nopales, los quelites, las verdolagas y muchas salsas de molcajete, carne de res y de caballo, frijoles, vísceras, agua de sabores y muchas tortillas hechas a mano. Los delegados que pernoctan en los principales restaurantes de la ciudad consumen una comida con cierto toque francés incluyendo el vino tinto. Pronto los gastos de comida, vino y el tabaco (puros), alcanza cifras tan altas para el erario público que las autoridades estatales solicitan que cada delegación se haga cargo de sus propios gastos.
Los revolucionarios, delegados y tropa, conversan de lo que se han encontrado en la ciudad: la cultura del cine y el teatro en Aguascalientes. El cine había llegado 20 años atrás, en funciones que se iniciaron en mayo de 1898[2]. Pronto los visitantes coincidieron: no es una ciudad “triste y querendona”.
La vida cultural de sus habitantes permite ver que en el sosiego de una existencia del país llena de beligerancia es posible encontrar a través de la cultura un diálogo, una solución.
Pero para la reunión del momento todos coinciden que primero es comer. Comen con enjundia, comen lo confiscado a las haciendas y demás, comen ante el asombro de un pueblo hambriento de quietud. Comen con esas ganas y empuje de quienes a través del poder saben satisfacer su demanda por medio de esa bola llamada Revolución. Comer es primero.
[1] Constitución y Reformas 1915 q 1917 en Aguascalientes. Apuntes sobre la vida social. Carlos Reyes Sahagún. UAA. Pag. 217
[2] Véase Reyes Rodríguez, Andrés, Apuntes para la historia del cine en
Aguascalientes, p. 112.
(3) Fotografía: Archivo de los hermanos Casasola.