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El cuerpo de una mujer muestra las batallas de la vida. Batallas luchadas para ser madres, guerras sin victoria llenas de amor, de compasión y de esperanza. Cicatrices que se forjan cada día después de esa cruel lucha con la vida haciéndolas más y más fuertes.

Cada mujer ha peleado sus propias batallas; y cada una debería estar orgullosa de las cicatrices que le deja la vida. Esas cicatrices nos dejan la enseñanza de ser madres. No buenas, ni malas, solo madres; que aprenden en el camino cómo educar, criar, y llevar por buen camino a esos hijos.

Una cicatriz por cesárea, estrías en el vientre, en las piernas o en los senos, cortadas en la mano, quemaduras; todas ellas una prueba tangible de esas batallas de la vida. Visibles sólo para ellas, mientras se miran frente al espejo y se ponen una y mil cremas que puedan borrarlas. Con los años se han acentuado más y aún así; no pierdes la esperanza de, si no desaparecerlas, al menos que casi no se noten.

Cicatrices emocionales; por no saber si hacen lo correcto; por esforzarse y criar esos hijos solas, por pelear con la pareja, por encontrar su identidad. Batallas de un trabajo fuera de casa; mientras los hijos se quedan en la escuela o en casa con un familiar. En ocasiones los dejamos solos con la inquietud de qué estarán haciendo, o si estarán bien. Nadie las nota pero están ahí, algunas veces atormentado nuestras mentes.

Imagen: Plano Informativo
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Cicatrices de batallas perdidas que nadie notará, pero te acompañan cada día. No hay crema o remedio que las elimine. Por lo menos eso piensas y vives con el dolor que te causaron. Sin notar que esas cicatrices internas, fruto de cada batalla, te dejó una experiencia y una enseñanza.

Externas o internas, toda madre tiene cicatrices porque siempre está peleando en alguna batalla con la vida. Hablamos poco de ellas y algunas nos avergüenzan. Hay cicatrices más visibles que otras y toda madre se esfuerza por ocultarlas, cargan una gran responsabilidad; y de cada una depende cargarla feliz o infelizmente.

Mujer, tú que eres madre, ámate y atesora cada cicatriz, porque cada una ha valido la pena, el dolor y el sufrimiento de hayas pasado. Mírate al espejo y siéntete orgullosa de ti, de quien eres, de tus logros. Deja ya de hacerte reproches por cada equivocación, que sólo te llena de frustración. Ya no te hagas cicatrices emocionales, deja de pelear con la vida; empieza por aceptarte y disfruta.

Caballeros, no critiquen a esa dama, no es fácil ser madre, nadie nos enseña cómo hacerlo. Somos seres humanos y como tales nos equivocamos, pero también aprendemos y mejoramos. No le forjen más cicatrices a esa dama. Ámenla y amen cada una de las marcas que la vida le ha dejado.

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