Él ahora era un nombre.
José G. Mejía – Tejado Rojo (fragmento)
Ya no tan sólo una encolerizada sospecha de aquellos días en que nos llevábamos mal e imaginaba una mano entre tus pantaletas.
Un nombre cuyo significado merecía la sospecha.
Y una realidad entre tus bragas por cada noche de juerga que tomabas durante el fin de semana.
Un hombre cuyo nombre amotinó mi mente.
Mientras su tibio relente resbalaba entre tus piernas abatidas.
Ampliamente estudiados pero pocas veces entendidos; los celos son un componente de vital importancia en la vida del ser humano, y en este particular, de la vida de pareja. Pueden llegar a ser obsesivos o patológicos, pero he aquí la dificultad, ¿Cómo llegar a saber si nosotros o nuestra pareja hemos llegado hasta ese punto? ¿Cómo reenfocarlos de manera racional?
Antes de entrar en materia se debe tomar en cuenta que todos somos celosos en un estado mental sano. Sin embargo, los celos tienen mala fama y esto, en ocasiones, hace difícil tener autocontrol y aceptación al respecto. Para esto hay diferentes grados de celos bien conocidos, principalmente en las relaciones de pareja. Simplificando, a los celos se les puede clasificar en los siguientes grados:
- No sentir celos. Se describen en ciertas personas con alto grado de narcisismo patológico.
- Celos saludables. Estos celos tienen una función; cuidar y mantener las relaciones de pareja.
- Celos obsesivos. Son aquellos exagerados, con sospechas repetitivas que llevan a un control obsesivo de otro miembro de la pareja, producen sufrimiento y trastornos en la vida de pareja.
- Celos patológicos, o equivalentes a celos delirantes. La persona que los siente llega a certezas de infidelidad del otro miembro de pareja con argumentos delirantes (falsos). En su análisis es muy importante considerar los planos de la realidad y de la fantasía: si corresponde a lo real o es algo que se imagina; así como la dimensión consciente y la inconsciente de los celos.
Los celos patológicos suman diversas emociones como la tristeza, la sensación de abandono, dudas sobre la fidelidad del otro, el amor propio herido, la incertidumbre, el odio hacia quien nos arrebata el cariño de ese otro, los deseos de venganza, solo por nombrar algunos. De esta forma es que los celos nunca se despliegan sin estar acompañados. Otras emociones van y vienen con mayor o menor intensidad. Eso sucede con la sensación de pérdida y abandono en el caso de la persona melancólica, o con la suspicacia, la duda y la desconfianza en el personaje paranoide. Emociones que en esos casos acaban siendo más poderosas que los propios celos.
Los celos son considerados un problema o una patología conocida como celotipia cuando están causando sufrimiento; la palabra clave en el talante psicoanalítico. Es decir, siempre el límite lo marca la angustia asociada a un miedo de perder lo que se ama y a partir de este punto, cuando existe la necesidad de controlar al otro y de que el otro solo tenga atenciones para mí. Esta situación problemática produce congoja no solo en un miembro de la pareja, sino en ambos miembros. La persona que esta con un celotípico se siente fiscalizada, algo así como en el banquillo de los acusados. Cuando esa sensación se da, y cuando existe la sensación de un tercer grado, es decir, cuando ya no te sirve lo que te cuenta tu pareja, se está atravesando el límite de los celos coherentes. Hay una pérdida de credibilidad por convenio del ser querido o amado, sensación de agobio por parte de la pareja, sufrimiento terrible y sensación de quebrantamiento de libertad.
Pero ¿de dónde vienen los celos?
El amor en un sentido muy abstracto es muy generoso, pero cuando bajamos a la realidad, esa sensación de perdida te lleva a acotar o querer controlar a la otra persona. Hay un problema porque no se puede controlar a otras personas, no se puede obligar a alguien a que manifieste una aproximación preferente y de forma continua.
En psicoanálisis, el sentimiento inicial del recién nacido de ser uno con la madre, se transforma luego en un impulso de posesión amorosa que la considera de su absoluta propiedad al tiempo en que está seguro de ser el único en su corazón y en sus pensamientos. Es por esa razón que descubrir que hay otro y que ese otro es motivo de interés para la madre, le resulta intolerable, desastroso; además de que le impone, desde muy temprana edad, la enorme tarea de solucionar una pasión que sobrepasa las posibilidades con las que cuenta para resolver un conflicto de esa naturaleza.
Esto lo obliga a llevar a cabo una serie de maniobras con mejor o peor suerte dependiendo del soporte directo que reciba de la madre y de esa manera va construyendo el destino de sus relaciones a futuro porque este conflicto deja huellas tan profundas que bien pueden descubrirse en el trasfondo de sus fracasos futuros en la relación con sus pares, o puede estar en la base de la dificultad para tener pareja, o bien formar parte de tendencias autodestructivas de manera insospechada.
Los celos, a través del talante psicoanalítico, consideran fundamentalmente tres personajes, lo que permite analizar el elemento triangular del drama de los celos a partir de cada uno de los protagonistas: el que se siente celoso, el que es celado y el que se considera como rival. Es también importante saber que las posiciones dentro de este triángulo pueden ser intercambiables dependiendo de la misma dinámica que se está desarrollando, partiendo de la premisa en la que los elementos que conforman el triángulo pueden sentir celos, ser celados o representar al rival que permite la manifestación de los celos.
En el celoso hay una sensación de exclusión que lo puede llevar a sumergirse en una dolorosa sensación de abandono, de rabia narcisista o de duda. La acusación de infidelidad puede despertar en aquel a quien se cela de manera injusta; angustia, enojo, una necesidad absurda de justificarse, sentimientos de persecución, duda sobre sí mismo y, en un caso extremo: lo empuja a llevar a cabo la infidelidad. Esto se debe a que, con frecuencia, se ligan elementos inconscientes de quien cela y de quien es objeto de los celos, lo que propicia que la acusación se transforme en realidad ya que esa acusación se vive como una orden o como una invitación a efectuar la infidelidad y eso se liga a un deseo inconsciente de hacerlo.
El tercero en el triángulo amoroso es el contrincante, “el otro”; el que estorba a la relación de dos, o quien la erotiza y la enciende. El tercero puede ser aquel a quien se percibe como posible amante, pero también puede ser la madre, la amiga, el hermano, el jefe, el trabajo, de aquel a quien se cela. En algunos casos es un don Juan el que inicia el conflicto porque disfruta de hacer sentir amenazado al celoso, o porque desea hacerle llegar el clamor de su erotismo ya que es él su verdadero destinatario. También se puede observar que la atracción por el adversario puede tener más peso que la pérdida del amor del objeto.
El celoso siente euforia cuando ha descubierto sus sospechas o cree que lo ha hecho, confirmar le parece bien incluso cuando es algo malo. Cuando se busca información sobre alguna posible infidelidad es identificado como patológico, es decir, no hay respeto a la intimidad. Todo resulta sospechoso, se empiezan a buscar evidencias de posible infidelidad. Puede haber sospechas, si, pero cuando se pretende estar obsesionado con buscarlas, hay creencia de encontrar algo, es ahí donde hay celotipia. Lo importante es saber cuándo se cruza el límite, partiendo de la premisa, ¿Qué grado de sufrimiento se le da a la persona que se ama? Desde el punto de vista íntimo y también social. No está mal tener celos, sino que sean patológicos.
¿Cómo comportarnos de forma coherente? No normal, porque los límites de la normalidad siempre son muy relativos. Pero ser coherente con aquello que más amamos es simplemente el primer paso después de reconocerse dentro de los celos obsesivos y patológicos.
[…] dolor es inherente el sufrimiento es opcional. No trates de entender el dolor de los demás sólo quédate ahí en los momentos en que nadie […]