Y el mar lanzaba todo el poderío sobre la playa y su gemido a través de las olas parecía decir ¡Soy el Mar! ¡Soy el Mar! quedándose disminuido al sentir la arena de la playa, igualmente, se perdía la mirada en la infinitud azul, sintiendo la admiración por el mar; amalgama de vida y muerte, e inspiración de cientos y cientos de sentimientos.
Mientras caminaba por la playa sentía la arena humedeciéndole los pies, le asaltaban a la mente interminables preguntas ¿por qué la conocí?, cuando tenía la vida hecha, con sentido y el destino por cumplir. Al igual que ella. Mujer, madre, esposa y compañera de alguien que no era él. ¿Por qué en el ocaso de la vida, apareció? Y ¿ahora qué hacía con tanto amor destinado para ella? Siete años viviendo de sueño sin realidad, la plenitud de la libertad y la sonrisa de felicidad.
Siete años, despertándola con su voz cada mañana y por las noches la arrullaba con pensamientos de alborozo arrebatado; Ernest Hemingway y Gustav Flaubert. Entre los favoritos: “La próxima vez que te vea te cubriré con amor, con caricias, con éxtasis. Te atiborraré con todas las alegrías de la carne, de tal forma que te desmayes y mueras. Quiero que te sientas maravillada conmigo, y que te confieses a ti misma que ni siquiera habías soñado con ser transportada de esa manera. Cuando seas vieja, quiero que recuerdes esas pocas horas, quiero que tus huesos secos tiemblen de alegría cuando pienses en ellas”.
El amor tan grande le había empequeñecido la mente, llenándosela solamente con su recuerdo. Compartir con ella los atardeceres cada día, cuando la luz alabastrina del cielo se traslucía en el color amaranto de sus cabellos y la mirada de esos ojos semejantes a la profundidad del Mar. Los suspiros de ambos se hacían uno en cada noche en que se juraban amor. Siete años que ahora junto a la vida, se iban. Cada paso que daba era invitación a dar otro más y el Mar parecía que le abría los brazos de par en par. Sintió el abrazo seductor invitándolo al umbral del más allá. Las olas lavando los recuerdos no logrando olvidarlos. La familia, sus cosas, su mundo. Totalmente la vida de antes se quedaba atrás. ¿Y ella? Al reintegrarse nuevamente a la vida “normal” ¿Qué parte de ella volvió a ser igual? Ya no quería seguir torturándose la mente. Iba al encuentro del final y en este final se llevaba la imagen de ella. El corazón se negaba a dejarla ir. Los recuerdos, los instantes vívidos durante siete años, estaban empecinados a continuar castigándolo. El amor, el amor que se negaba a dejarla de amar, escuchaba su voz insistiéndole ¡Que ni muerto la dejara de amar!