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Amado esposo,

Te dejo esta carta junto al jugo de tu desayuno. Espero que hayas atendido mi solicitud de no abrirla, sino hasta después de haber terminado los alimentos que te dejé preparados y listos para que los disfrutes, tal y como hago cada mañana. El café está listo y calientito, como siempre, en la cafetera eléctrica. No tienes que hacer nada, sólo sírvetelo con cuidado, no te vayas a quemar… tampoco oprimas el interruptor, ese del foquito rojo, para que el café se conserve caliente, por si quieres tomarte dos.

Espero que disfrutes el café, como siempre, leyendo las noticias en las redes sociales… pero antes, por favor, lee esta carta hasta el final. Estoy consciente de que mientras estás concentrado y sonriendo frente a la pantalla de tu tablet o del celular, te molesta muchísimo que yo cometa la osadía de interrumpirte con mis absurdas intenciones de platicar como lo hacíamos antes, cuando aún te interesaba conquistarme… como cuando aún no habíamos pasado por el altar ni por el lecho nupcial… cuando aún no me considerabas un trofeo de tu propiedad.

Cada vez que te dirijo la palabra para comunicarte algo que considero importante o por el simple placer de conversar, reaccionas como si mi voz te resultara tan irritante, similar al rechinido de metal contra metal… y como definitivamente mi intención no es importunarte, para evitarte la molestia de escucharme, te escribo esta carta para decirte lo que debes saber y ya no se me pega la gana aguantar.

Cada día comenzamos la jornada juntos, generalmente yo un par de horas antes, para tener listo el café, poner ropa en la lavadora y organizar lo que vamos a desayunar, después, cada uno se encarga de sus asuntos, tú te vas a la oficina… yo me doy prisa con las tareas del hogar. Cuando termino mis labores como ama de casa yendo de aquí para allá, tengo que arreglarme y estar profesionalmente presentable, porque aunque mi trabajo es desde casa, parece que en ocasiones olvidas que mi ocupación también es importante, también genera ingresos y también requiere de capacitación continua porque yo también me quiero superar.

Con frecuencia te muestras ofendido cuando, al regresar de tu trabajo, sigo yo en el mío, y te pido que me des un momento más antes de sentarnos a cenar… si tienes tanta prisa, lo comprendo, por eso antes de empezar a trabajar con mis proyectos, me aseguro de dejar suficiente comida preparada en la estufa y en la encimera de la cocina, para que te sirvas sin reservas, a tu antojo y en completa libertad.

Ya cuando me notas estresada porque se acumularon muchos trastes por lavar, amablemente me sugieres que me siente un momento a descansar, que deje los trastes para mañana, y lo complementas con una poca atenta alusión a que ya, para ese momento, tengo cara de fastidio, de cansancio o malestar… y entonces yo, en silencio sonrío, y me pregunto ¿porqué no te ofreces a que juntos dejemos lista la cocina para que al siguiente día no sea necesario madrugar?

Te he propuesto contratar a alguna persona que nos apoye con las tareas del hogar, pero te parece una cosa innecesaria, aunque yo me ofrezca a que paguemos el servicio mitad y mitad. Tu argumento reiterado es que yo estoy siempre en casa, que yo me puedo encargar… y finalmente lo hago aunque, al final de cada día, cuando ya todos están durmiendo, yo me tenga que desvelar.

Si se me ocurre comentar que tengo algúna molestia física, que me siento enferma, cansada o simplemente sin ganas de hacer nada más, me respondes de manera agresiva, que si realmente quiero saber lo que es trabajar y cansarme, me salga a la oficina a batallar con el transporte, como lo tienes que hacer tú cada mañana… como si eso te diera en exclusiva, el privilegio de llegar, aventar el saco y los zapatos a la mitad de la sala, mismos que al final del día, soy yo quien los tiene que levantar y guardar.

Los fines de semana, cuando tenemos un momento más relajado y podríamos aprovechar para disfrutar de un poco de intimidad, lo primero que se te ocurre es estar alcoholizado, teniendo un comportamiento tan desagradable, que lo último que deseo es pasar ese tiempo a tu lado. Esa ya es una rutina, cada viernes se que así será, dices que vas a ayudar a algún amigo o tienes algo pendiente en la oficina, algo que inevitablemente debes terminar, y eso es sinónimo de que regresarás totalmente borracho… y convertido en el tipo de hombre al que no puedo admirar.

Si se me ocurre decir algo al respecto, me insultas, me ofendes, me humillas y criticas mi peinado, mi falta de maquillaje y esos kilos que tengo de más… me dices cosas que realmente me duelen, aunque al siguiente día, cuando te llevo el café a la cama y un par de aspirinas, pareces no recordar.

Aquí pongo fin a la carta, siento mucho si te ofendieron mis palabras, pero ya no me quería callar ni escuchar que respondieras tratando de sugerir que tú siempre estás peor o te sacrificas más. No es una competencia en donde gana el que da mas, no tengo ganas de discusiones ni peleas, ya no tengo ganas ni edad… Sólo quiero que sepas lo que siento, aunque no lo puedas entender ni aceptar.

Seguiremos juntos, como tantos matrimonios lo han hecho, no se si por amor, por costumbre o por respeto, pero juntos y felices para complacer a la sociedad. Quizá escribir todo esto sea algo que se va a ir al basurero, pero ya no tiene la menor importancia… al menos ya me pude desahogar.

Regreso pronto, no me tardo, sólo fui al mercado a comprar lo necesario para preparar la cena de esta noche… Hace un par de semanas fue nuestro aniversario, y aunque lo hayas olvidado una vez más, es una tradición arraigada eso de celebrar…

Por siempre tuya, tu esposa.

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