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Ese día se levantaron más temprano que otras veces, con varios años de casados, se veían unidos y felices, Sebastián, abogado postulante de buena reputación; Camila, una bióloga brillante, trabajaba en un reconocido Centro de Investigación del Gobierno, habían elegido para vivir un pequeño pueblo, cerca de la capital del Estado. Eran dos jóvenes que con su vitalidad y entusiasmo por la vida contagiaban a la familia y a los amigos.

Ese martes del mes de Marzo, iban a cerrar la operación de compraventa de su casa, ubicada en la ribera de uno de los ríos agonizantes del apacible poblado, muchos recuerdos y muchos años acondicionando a su gusto ese espacio que los había cobijado, y en el cual pasaron tiempos inolvidables. Ya lo habían platicado, también decidido, necesitaban un espacio más amplio, pensaban tener hijos, quizás una mascota.

Habían acordado la cita con la compradora, se verían a las once de la mañana. La señora González con su esposo revisaron antes el inmueble, les gustó la ubicación y su bien pensada distribución, además de sus detalles rústicos. El precio lo aceptaron de inmediato y sin regateos. Camila y Sebastián, no ocultaban su satisfacción por la rápida venta y en las mejores condiciones, estaban preparando la mudanza a otra colonia del municipio y consultando con una constructora, el diseño arquitectónico de su futura vivienda.

Nunca imaginó lo que vendría

Para Sebastián, que ya tenía experiencia en acuerdos y negociaciones, el asunto caminaba bien. Era cuestión de alistar unos documentos y acudir a una de las Notarías de la Demarcación, para recibir el pago y firmar las nuevas escrituras. No esperaron mucho tiempo, puntualmente llegaron la señora González y su marido, un tipo con apariencia de buena gente y persona tranquila. Nunca imaginó lo que vendría.

Salieron de la casa, abordaron sus vehículos y se dirigieron a la Notaría No. 3 del pueblo. En ese sitio y frente al Notario, un fedatario de solvencia jurídica y moral, se concretó la transacción, sólo surgió algo inesperado, los compradores pagarían en efectivo, dijeron no estar acostumbrados a pagar mediante cheque o transferencia bancaria. Sebastián y Camila se desconcertaron, pero asintieron la propuesta. No estaban dispuestos a cambiar de planes.

El joven matrimonio, en plática anterior, había tomado la decisión de depositar el dinero en la cuenta de Camila y tenerlo disponible para la adquisición de su nueva casa. Una vez terminado el trámite en la Notaría, con el dinero en un sobre que les fue entregado, se despidieron de la otra pareja y caminaron despacio hacia su vehículo, estacionado a una cuadra. Sebastián sonreía, besó en la mejilla a su esposa y emprendió el viaje a la Capital, se dirigía al banco, ubicado en una Plaza Comercial de la periferia, a efectuar el depósito.

La rebosante alegría de ambos, no les permitió ver que en la autopista otro auto los seguía a cierta distancia. Llegando a su destino, bajaron del vehículo, atravesaron las puertas del Centro Comercial y entraron al banco. Camila se formó en la fila de una ventanilla y sacó de su bolsa el sobre con el dinero.

No tuvieron tiempo de reaccionar

No los distrajo la clientela, que esperaba paciente su turno, tampoco se percataron que dos individuos ingresaban con paso rápido y en dirección a ellos. No tuvieron tiempo de reaccionar, uno de los sujetos arrebató el sobre a Camila y corrió hacia la puerta de salida, mientras el otro detenía a Sebastián, éste, en un esfuerzo desesperado se libera y alcanza al ladrón derribándolo, el sobre cayó al piso, esparciéndose el dinero. En ese momento, el otro sujeto, apresurado recoge la mayor parte de los billetes y los dos salen despavoridos de la sucursal del banco. El guardia de seguridad cierra la puerta y no permite a Sebastián salir en su persecución.

Vendría otra pesadilla peor. Sebastián, después del asalto, se queja ante la gerencia del Banco, y en respuesta debe iniciar un procedimiento burocrático inútil, porque la Institución Bancaria evade su responsabilidad en el atraco y no acepta resarcir el daño. La irritación presiona al abogado, decide interponer una denuncia penal y solicitar la intervención de los cuerpos de seguridad del Estado, para localizar y detener a los delincuentes. Los siguientes días fueron angustiantes, vivieron vigilados, acosados y amenazados.

Después de dos meses, Sebastián recibe una llamada de parte de un alto funcionario del Gobierno, para
tratar su asunto. En su elegante despacho, con sospechosa parsimonia le dice, “Mira Licenciado, es mejor que ya no le muevas, detrás de lo que les pasó a tu mujer y a ti, hay una banda muy peligrosa. Yo les recomiendo que se vayan un tiempo hasta que la situación se calme, nosotros no podemos hacer nada”.

Al siguiente día Camila y Sebastián abandonaron el pueblo con rumbo desconocido.

Fin de esta ficción inspirada en la histórica demanda popular de Justicia y Estado
de Derecho en un País surrealista.

Hasta la próxima.

Perfume
Fue atacada por un demonio

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