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¡Riiiiiiing! ¡Riiiiiiing! – sonó el teléfono un par de veces y Camila, que estaba aún durmiendo tapada con las cobijas hasta la cara para que el sol de las 10:00 a.m. no la molestara, contestó con voz ronca que delataba que apenas comenzaba el día para ella.

La llamada era de parte del gerente de recursos humanos de la empresa en que trabajaba, para avisarle que, después de tantos meses de cuarentena a causa de la pandemia, por fin reabrirían las puertas y ella debería presentarse a sus labores el próximo lunes.

¡Por fin! Camila estaba esperando recibir esa llamada desde hace tantas semanas que, al escuchar la noticia, terminó de despertar más rápido que si le hubieran dejado caer cubos de hielo encima.  Salió de la cama rápidamente y casi tropezando se apresuró al curto de baño para ducharse. Aunque apenas era martes y ella debía presentarse hasta el próximo lunes, estaba tan emocionada que actuaba como si tuviera tan sólo media hora para llegar al trabajo.

Mientras se bañaba, dejó que los pensamientos negativos se fueran filtrando en su mente desplazando poco a poco y sin aviso, todo aquel entusiasmo que sintió al saber que ya regresaría a su empleo.

En los meses de confinamiento, se dedicó a escuchar todo el día, todos los días, noticias acerca de la terrible situación mundial, muerte, incertidumbre, pobreza, violencia, carestía y dolor. 

Además, las redes sociales inundadas de noticias falsas y alarmistas que, aun cuando Camila sabía que eran falsas, no dejaba de leer o escuchar ninguna de ellas y hasta las compartía con sus contactos “por si acaso fueran ciertas”.

Y para no perder comunicación con sus amistades, pasaba largas horas todos los días chateando o en video llamadas y se dejaba atrapar fácilmente por las conversaciones fatalistas, llenas de frases negativas y de desesperanza.

Tuvo tanto tiempo libre durante el tiempo de cuarentena, que decidió invertirlo de la peor manera: creando y reforzando el perverso hábito del pensamiento negativo.

Salió de la ducha y se miró al espejo.  No le gustó para nada su imagen que ahora tenía algunos centímetros extra, delatando la indisciplina en su manera de comer y las horas que pasó frente al televisor tumbada en el sillón.

No es posible, estoy hecha una marrana– dijo con frustrada emoción y tristeza.

Tienes algunos kilos de más– respondió la imagen del espejo. –Siempre has sido muy disciplinada y es cuestión de proponértelo para que en pocas semanas recuperes tu peso ideal. Un poco de ejercicio y buena comida y ¡listo!

–¡Eso es una estupidez! Ya el lunes debo estar en el trabajo antes de las 9:00 a.m. ¿En qué momento voy a hacer ejercicio?

–Levántate más temprano, quizás a las 5:00 a.m.

–¡Imposible! Nunca termino de hacer mis quehaceres antes de las doce de la noche y es que en esta casa nadie me ayuda.

–Tal vez si dejaras de perder tanto tiempo navegando y publicando tonterías tendrías el tiempo necesario para todo lo que sí es importante para ti.

–Además, que me voy a poner para ir al trabajo, nada me quedará bien, engordé mucho y todo se me ve fatal.

–Mientras recuperas tu peso usa algo un poco más holgado.

–¡Ajá! Claro, y que en la oficina crean que soy una fodonga.  Y obvio, como ya escucharon mi voz de dormida al contestar el teléfono, ya saben que sí soy fodonga porque a media mañana sigo metida en la cama.

–Lo que los demás piensen de ti es problema de ellos, lo importante es lo que tú opines de ti misma, y en este momento no estás siendo amable ni positiva.

–¿Y quién puede ser positivo con todo lo que está pasando en el mundo? – Camila exclamó ya muy alterada, y decidió dar por terminada la plática con su espejo.

Se puso su vieja pijama de cuadritos, una toalla en el cabello y se regresó a acostar.

El siguiente lunes decidió no presentarse en el trabajo.

Ya no contestó las llamadas de recursos humanos, perdió el empleo y se encerró a publicar todas las imágenes que encontraba acerca de las injusticias de la vida y el dolor de la soledad.

Su “yo positivo” no podía más con la Camila negativa.  Su “yo negativo” era realmente fuerte e intolerante.  No soportaba que nadie, ni siquiera ella misma, le vinieran con filosofías de optimismo a quitarle su derecho de tirarse a la tragedia y construir un fracaso seguro con ladrillos de mediocridad.

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