Me resulta tan difícil entender lo que puede haber en la mente y corazón de las personas que maltratan a los animales. No importa si se trata de un perro, un gato, un caballo, una tortuga o un escarabajo, me indigna y no comprendo el maltrato animal.
En las noticias, en redes sociales, en distintos sitios de la internet y en general, en las calles de la ciudad, puedo encontrar día a día escenas que muestran ese maltrato, esa indiferencia, esa crueldad hacia los animales. Lamentables escenas que son un crudo espejo de la descomposición social, de la falta de respeto por la vida y los sentimientos de otros seres vivos.
La crueldad hacia los animales, me habla de la frustración de los individuos que tienen inferioridades emocionales no resueltas, muy probablemente adquiridas desde la más temprana infancia, y que de alguna manera, incluso inconsciente, desahogan actuando con indiferencia, crueldad y, en muchas ocasiones, hasta con inexplicable maldad.
Cuando su alegría cambia mi día.
Algunos días resultan más complicados que otros. Cuando todo fluye de manera ligera y feliz, puedo sentir la alegría en todo mi entorno, que parece brillar con tonos amarillos y siento mi corazón latir a ritmo de baile latino.
Pero cuando el día ha sido difícil, cuando llegan esos momentos tristes que todos llegamos a vivir alguna vez, es mágica la manera en que mis perros entienden lo que estoy sintiendo. Se acercan y pueden recostarse a mi lado, así en silencio y regalarme una tierna mirada con la que parecen decirme que descanse, que todo va a estar bien.
La alegría que muestran mis perros cuando me ven llegar, es algo que inevitablemente me provoca una sonrisa. Sin importar que mi día esté siendo excelente o no tan bueno, ver la emoción con que me reciben mis perros, me regresa a la realidad y me recuerda que, independientemente de lo que esté sucediendo, la vida es maravillosa y mi día ya es perfecto.
