En mi infancia fui Boy-Scout. Dos días. Pero aprendí el Ballestrinque.
Mi vecino Pancho y yo éramos muy buenos amigos, a pesar de que me llevaba un par de años de edad. Vibrábamos en la misma frecuencia, yo a mis 13 y él a sus 15. Nos encantaba la música, las guitarras, los comics europeos como Asterix, Lucky Luke, Mortadelo y Filemón y el basketball, para el cual yo era malísimo y no suficientemente alto.
Además nos burlábamos de los Boy Scouts. Sobre todo del hermano de mi vecino, Javier. Él era un par de años mayor que Pancho. Y era Boy Scout. También era un tipo brillante, pero era Scout.
A mis padres no le gustaban los Scouts. Para nada. Opinaban que eran simulacros de soldaditos para preparar niños a la guerra. Y sí, tenían una estructura que se podía comparar con la militar: Tropas, Escuadrones, Grupos, Jefes de tropa, etc.
A Pancho y a mi nos divertía ver a Javier cada sábado vestido con su uniforme, pantalones cortos, camisa gris, llena de parches con números e insignias, su corbata-pañoleta atada al cuello muy pulcramente con un aditamento hecho por él mismo y sus calcetas azul marino que llevaban unas coquetas borlas verdes.
Y pues la broma de cajón era: “Niños que se visten como tontos dirigidos por tontos que se visten como niños”.
Además de Javier y Pancho, había un tercer hermano, Manuel. El era menor y de hecho era de mi edad, pero nunca conectamos. Y bueno también se sumaba a las burlas hacía su hermano mayor.
Y pues un día Javier cansado de las burlas semanales nos reto a ir a una sesión de Scouts. ¿Como podíamos burlarnos de algo que no conocemos? Nos preguntaba. Y aunque las primeras veces el reto no funcionó, después de algunas semanas decidimos darle un probada a eso de ser Scout.
Pancho se desmarcó, pues él ya había pasado por ahí y decididamente no le gustaba.
Así que Manuel y yo nos apuntamos y participaríamos de una sesión sabatina de Boy Scouts.
La sesión estuvo, contrario a mi expectativa muy divertida, increíble diría yo. Nos congregamos en un terreno al pie de un pequeño cerro, ahora que lo pienso era una locación privilegiada, este lugar era conocido como “el terreno” por qué era eso, un terreno bardeado.
No había más que una pequeña caseta que servía de pequeña bodega y ya, no había ni baños, como éramos puros varones, si había urgencia, pues hacíamos las necesidades en el cerro.
El lugar tenía una parte llana en el centro y lo demás estaba rodeado de árboles, un pequeño pedacito de bosque, ideal para este tipo de prácticas, y después me enteré que había campamentos o simulacros de campamentos, que eran muy seguros pues era una propiedad privada.
Pues ahí estábamos, chicos de varias edades, desde niños de 9 o 10 años hasta jóvenes de 19 o 20. Éramos unos 25 chamacos, así que nos dividieron en equipos, tratando de que cada equipo tuviera el mismo número de Scouts y que fueran de las diferentes edades cada uno.
Y entonces se presento el jefe de tropa, o no me acuerdo como se llamaba, pero el jefe, junto con los Scouts mayores que dirigían el grupo y dictaron la actividad del día: cada equipo tenía que fabricar una catapulta.
Con nada más que los elementos que había en el local. Es decir ramas, piedras y algunas cuerdas. Y resta decir que la experiencia fue muy divertida, yo no tenía ni idea y fui apoyado por todos en el grupo que me tocó, uno de los mandamientos del credo de los Scouts es cuidar de los tuyos y ser solidario con los que necesitan ayuda.
Así que me ayudaron en lo que pudieron y me indicaban como hacer las cosas.
En un momento tenía que fijar un palo a otro con una soga de manera perpendicular y simplemente no lo podía hacer. Así que un compañero Scout se acerco y me enseñó a hacer el nudo Ballestrinque.
Que sirve para eso precisamente, unir dos palos. Y para otros usos como unir dos pedazos de cuerda suelta, por ejemplo. Y aprendí el Ballestrinque, también aprendí que hay como 20 nudos posibles y todos tienen uso diferente.
Todos vienen en el manual del Scout que apareció mágicamente para mostrarme como hacer el dichoso nudo.
Y a mi mente llegó la imagen de Hugo, Paco y Luis, los sobrinos del Pato Donald, en los comics sabatinos que leía cuando niño; que solucionaban todo con el manual de Los Castores, que era un grupo equivalente a los Scouts, en una decidida sátira a estas organizaciones. Y todo venía en el mentado manual desde como hacer pasteles hasta como afinar un auto.
Finalmente logramos hacer nuestras catapultas, con un límite de tiempo y después juzgamos cual era la mejor, no recuerdo como quedó la nuestra, pero si recuerdo que me divertí muchísimo, finalmente estábamos jugando y yo tenía 13 años.
Y había aprendido a hacer el Ballestrinque.
Después de esta sesión, decidí que quería ser Scout. Mis padres no estaban muy de acuerdo, además que me imagino tenía un costo recurrente y que había que hacer gastos en uniformes, materiales y otras cosas como campamentos, con los implementos intrínsecos, como casas de campaña, mochilas, etc.
Y aún así me apoyaron, bueno un poco condicionado el asunto. Me dijeron que atendiera a las sesiones un mes y de ahí partíamos. A lo que todos estuvimos de acuerdo.
Y llegó el siguiente sábado. Esta vez fui un poco más preparado, llevaba unos pantalones cortos, de futbol, pero eran los únicos que tenía y calcetas altas, también de futbol.
Ya habría tiempo de comprar el uniforme, que no me convencía mucho, pero era requisito.
Llegué de nuevo con mis vecinos Manuel y Javier, y la sesión empezó. Ahora iba a ser una práctica de atrapar la bandera.
De nuevo nos dividieron en grupos de diversas edades y cada cual colocó una pañoleta en un árbol a manera de bandera. Solo que este juego tenía una variante. Los equipos iban a estar encadenados en una linea con una cuerda atada a las muñecas izquierdas de cada uno.
De esta manera teníamos que actuar juntos y coordinados de tal manera que teníamos que comunicarnos y seguir al líder para, por ejemplo rodear ordenadamente a un grupo rival en caso de encontrarlo de frente para evitar que todos nos enredáramos.
Y así, con orden y sincronía llegamos a un objetivo, una bandera en un árbol, misma que estaba a cierta altura, para lo cual, la ya famosa sincronía scout tenía solución.
Yo era el tercero en la linea del grupo, así que el primero se agacho poniendo sus brazos en las rodillas como si jugáramos burro castigado, el segundo se subió encima del primero, a lo que el tercero, yo, tenía que escalarlos, apoyarme en sus espaldas y rescatar la bandera.
Con ayuda de los de atrás de mí, logré escalar la pequeña escalera humana y pude obtener la bandera. Todo bien hasta ahí. Entonces entregué el trofeo a la primera mano que vi y aquí la cosa se complicó.
Al brincar hacia abajo, mis compañeros escaleras se levantaron apenas sintieron que su espalda se liberó y se movieron rápidamente pero no se fijaron que uno: yo venía cayendo y dos: que mi mano estaba atada a la de ellos.
Así que jalaron mi mano, quitaron mi apoyo y yo solo vi un árbol que se acercaba a mi cara, instintivamente me protegí con mi mano derecha para no darme de frente con el árbol pero yo ya venía en franca caída y ya no me quedaban manos para protegerme de esta. Y di con la cara en el suelo.
Y todavía fui arrastrado un tramo antes de que se dieran cuenta que yo estaba enredado en la cuerda y noqueado. Con la cara llena de sangre.
Ahí todo se detuvo. Los gritos, los movimientos, todo. De repente todos me rodearon y me vieron con cara de asombro, yo no atinaba que hace o decir solo logré sentarme y por fin usar una de mis manos para tocarme la cara, la barbilla en este caso que fue lo que había golpeado el suelo, y al ver mis dedos estaban llenos de sangre.
No se si me asusté, yo me imagino que si, pero más bien estaba asombrado, por la sangre, y más noqueado por el golpe. Así que veía todo como en un sueño, en cámara lenta.
Finalmente los chicos mayores y el jefe de la tropa se acerco a mi y vi su cara asustada de cerca. Tomo la mía con cuidado y puso una de las famosas pañoletas en mi barbilla y me pidió que la sostuviera.
De ahí me ayudaron a ponerme de pie, y me llevaron a algún coche donde partimos a un lugar cercano, la casa de alguien. Al llegar entramos brevemente a la casa, que resultó ser la casa del adulto responsable de los Scouts.
Dentro de su jerarquía había adultos, jefes de familia que supervisaban y hacían las labores de adulto, cobranzas, compras, etc. El hombre me revisó brevemente, me sonrío dándome animo y se llevó al jefe de tropa a la cocino donde le metió una buena regañada por no cuidarme.
Yo supuestamente no debía escuchar eso, el aturdimiento se había ido, y aunque llegó la esposa del señor adulto, pude escuchar el regaño que se hacía en voz baja pero muy audible.
Finalmente salieron los dos de la cocina, yo me fui con el señor adulto, que no recuerdo su nombre, y alguien más de la jerarquía Scout y acabamos en un hospital.
Donde me trataron en emergencias, suturaron la herida, de la cual aún conservo una pequeña cicatriz, que no se ve por qué uso barba.
Y para terminar el día me regresaron a casa. Donde mi madre se encargo de poner en su lugar al buen señor adulto, a su madre, a los Scouts, a la madre que los parió, y a la abuela del señor Baden-Powell inventor de los mentados Scouts.
Después de eso y afligida mi madre me revisó y al final pues no era tan grave, me prohibió regresar con los niños exploradores, yo ya había aprendido esa lección y no lo iba a hacer.
Y después tomo el teléfono para armar un lío con la vecina, madre de Pancho y hermanos.
Mi padre que no le gustaba meterse en esos líos me vio, me preguntó si estaba bien, y me dijo que al otro día nos íbamos de paseo.
Lo que me pareció perfecto.
Y aquí acabó mi aventura con los Scouts. Dos días. Pero eso sí, aprendí el Ballestrinque.
¡Muy buen relato! Entretenido y divertido.
Súper entretenido
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Buena redacción y muy descriptivo el relato