Después de pensarlo un muy largo tiempo, saque del tintero la historia de Armando. Me resultaba complejo y doloroso exteriorizar esos recuerdos del pasado. Además, no tenía el valor ni a la mano los suficientes pasajes y referencias, para armar un texto que fuera a complacerme, menos a otros que estuvieron con él o más cerca del mismo. Pero ya sentado frente a mi vieja máquina, tuve el atrevimiento de hacerlo y tratar de hacerlo lo mejor posible, como un testimonio de su vida, que con gran actitud compartió.
Armando fue el quinto de nueve hermanos, su nacimiento fue normal y la mamá siempre presume de haber nacido sano y hermoso, algunos dirán “Al fin, dicho por su Madre” o “Mamá gallina” dirían otros. De buen peso, robusto, creció fuerte y activo hasta el año, cuando vino un episodio que le cambio el curso de su vida y la su familia, principalmente a su Madre. Una tarde cálida, jugueteando en un corralito fabricado por su Padre, de pronto se desvaneció, perdió el sentido. Su mamá al darse cuenta lo levantó e intentó reanimarlo, darle el primer auxilio, pero al durar la crisis, lo llevo rápido al hospital de la localidad, se le hizo raro el suceso.
El diagnóstico que le dio el doctor que lo revisó, después de interrogarla durante un buen rato, fue que tenía parásitos. Una percepción que resultó muy desatinada.
Tendría que esperar a que en otra visita al nosocomio, ahora el médico suplente le diría de la sospecha de otro padecimiento, y escuchar decirle que era necesario hacerle una serie unos estudios de carácter neurológico y que lo viera un especialista, su desmayo no había sido normal y habría que profundizar para encontrar su origen. Ese día empezaría una dura experiencia que se extendió por muchos años, más de treinta.
Lo que siguió de su infancia, transcurrió entre buenos años sin contratiempos y otros, cada vez más, con crisis recurrentes, que hicieron que su vida fuera azarosa y difícil, nunca dijo cuanto, porque prefería ignorar la enfermedad o guardar silencio sobre sus malos ratos, que pasaba cuando venían las convulsiones.
No tengo archivado el recuerdo ni el dato exacto, de cuando se pronunciaron los médicos especialistas sobre un diagnóstico definitivo, hubo un prolongado periodo de pruebas y especulaciones que se relacionaron con sus síntomas y reacciones, el cuadro en general que presentaba Armando. Sin embargo, fue antes de entrar a la primaria cuando sus crisis se agravaron y se terminó por afirmarle a su Mamá que se trataba de una enfermedad provocada por un daño neurológico, derivado del golpe en la cabeza, y que iba a requerir de seguimiento y medicación permanentes. Años más tarde le precisarían que se llamaba epilepsia.
Todos en la familia acogieron ese resultado con reservas, empezando por él, que actúo como el clásico enfermo que se resiste a reconocerse como tal y menos a someterse a tratamientos y constantes visitas al médico y hospitales.
Él quiso y se propuso tener y hacer una vida normal, estudiar como sus demás hermanos, aunque, como mala jugada del destino, la mayoría fueron destacados estudiantes en la primaria y secundaria. Eso no lo amilano e hizo un denodado esfuerzo por cursar sus estudios básicos. La primaria la concluyó, pero se quedó atorado en la secundaria. Después haría el intento de estudiar en el sistema abierto, que recién se inauguraba en el País y llegó la oportunidad a su pueblo. Al final se rindió y decidió mejor trabajar.
La mejor relación la tendría con su progenitora, fue su gran refugio, quien le daría mayor seguridad, quien lo protegería siempre. Con su padre la situación fue muy diferente. Distante, ríspida en algunos períodos. Con su Padre hubo problemas de comunicación, pocas veces le dio muestras de comprensión y solidaridad. Pretendió darle el mismo trato, la misma atención que a los demás hijos. ¿No podría ser de esa manera?, Armando fue diferente, como cada uno de ellos, con sus propios apuros y necesidades, obviamente no requería dedicación especial, solo distinta, por su condición.
De la Epilepsia ahora se sabe más, pero en los años sesenta y setentas que Armando nació y creció, poco se había divulgado sobre la enfermedad y menos en su pequeño pueblo. Sabíamos que producía ataques o espasmos pasajeros, y que el paciente se recuperaba rápido y podía aspirar a tener una vida completamente “normal”. En el caso de Armando, su Madre tiene sus propias hipótesis sobre cómo se originó. La idea que más defiende y reitera es la que después confirmarían los médicos, que surgió a partir de haber sufrido un golpe en la cabeza, por una caída accidental de la mesa del comedor, cuando lo cuidaba su Papá.
Por el contrario, siempre rechazó la teoría de un daño neurológico al nacer o genético.
Sea cual fuere la causa, su Madre siempre estuvo a su lado, en los buenos y malos capítulos de su vida. Armando, únicamente con la primaria en la bolsa, desistió de los estudios y se conformó con ayudar eventualmente a su Papa en el trabajo, hasta cierto tiempo. Posteriormente, cuando creció y maduro más, emprendió la búsqueda de un empleo, para independizase y hacerse de sus propios recursos. Observaba a sus hermanos que habían salido a estudiar y conseguido crecer y progresar. Ya tenían otro status y eso le acicateaba el orgullo y la dignidad.
Como los de su familia siempre amó el pueblo donde nació y creció, pero alguna vez obligado, tuvo que emigrar junto con sus Papás a otra ciudad que siempre le pareció extraña, ajena a su modus vivendi. Se sentía como “pollo en corral ajeno”, el poco tiempo que vivió en esa ciudad del sur, tal parece que opuso férrea resistencia a adaptarse. Añoraba con todas sus fuerzas su pueblo, su gente, sus rutinas, los lugares que frecuentaba y le servían de recreación, de relajamiento. Era asiduo espectador de los partidos de futbol que se jugaban en los campos llaneros de su tierra.
Procuraba retirarse de la tutela de su Mamá, pero ya se había sembrado en él la inseguridad y aunque se alejara buscando su libertad, invariablemente regresaba al cobijo familiar. El amor de su Madre, lo habría dejado con pocos recursos para enfrentar la vida, a pesar de los grandes esfuerzos que él hacía para conseguir su independencia y finalmente emprender el vuelo en solitario.
Según se ha visto y comprobado, los epilépticos pueden desarrollar una vida sin sobresaltos, estando controlados, bajo tratamiento médico, pero también en esa enfermedad hay niveles de daño neurológico.
Así también, en algunos casos, en cualquier momento puede sobrevenir una crisis mortal, que nos lleva a pensar en la posibilidad, de que su promedio de vida sea relativamente corto., Desde luego, es solo especulación.
Como especular también, seria hablar de su destino y pronta partida de este mundo. Dios le abrió sus brazos para recibirlo cuando no había cumplido todavía los treinta y ocho años de edad. Su vida terminó en un hospital, por una crisis agudizada por otra enfermedad que avanzaba silenciosa y de la cual no se percató, y los demás también lo desconocían.
De caminar pausado, de pocas palabras, de escasos amigos. Con una vida interior suponemos intensa pero reservada. Con gran ánimo por vivir y de convivir, aunque se sintiera en desventaja inaceptable. Él quería y aspiraba a ser como los demás, a tener lo conseguido por los demás. A esa aspiración nunca renunció, y luchó con mucho empeño para materializarla. No lo consiguió, no tuvo el tiempo suficiente, pero su actitud siempre fue la de un guerrero que sale a librar sus batallas, aunque le cueste la vida. Quizá sin saberlo, como todos nosotros, había cumplido su misión y el Creador le daba el merecido descanso.
“In memorian de Armando, hermano que no tuve cerca, pero a la distancia aprendería a reconocerlo y admirar su valentía para vivir”.
Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.