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Aprendiendo a vivir de verdad. Esta época en que el confinamiento es indispensable para evitar la expansión del virus que tan agresivamente ha permeado en el mundo, ha venido a provocar un nuevo tipo de sociedad, una en que revaloramos nuestras prioridades, en que abrimos los ojos y la mente a lo que siempre hemos tenido pero que hemos dado por descontado sin valorarlo en su justa dimensión.

Estar aislados ha significado el que los padres se hagan cargo en casa de la instrucción escolar de los hijos y eso ha venido a reflexionar la labor de los maestros en la escuela y les ha permitido redescubrir a sus hijos en otra faceta de sus vidas, la faceta de estudiantes.

Este horror que el mundo contemporáneo experimenta ha dirigido nuestra atención a la lucha incansable de todos los trabajadores de la salud, héroes sin capa pero con bata, médicos, enfermeras, afanadores, administrativos, todos aquellos que pasan mas tiempo haciendo un esfuerzo extraordinario para cubrir las emergencias que una pandemia provoca, ese sacrificio que día a día realizan para salvar vidas muchas veces a costa de su propia salud.

Y abrimos los ojos a una realidad que pocas veces contemplamos, que es lo que realmente necesitamos para vivir y para ser felices.

Aunque las noticias sobre la pandemia saturan los medios y es nuestra obligación estar bien informados a fin de mantenernos sanos, cuidar de nosotros mismos y de nuestros seres queridos, nos sentimos saturados y agobiados ya que lo mismo informan que desinforman y recurrimos al sentido común para tomar decisiones.

Gracias a ese sentido común, ese instinto de supervivencia, muchos iniciamos el aislamiento mucho antes de que los gobiernos reconocieran la gravedad de la situación, y aunque algunos inconscientes e insensibles realizaron compras excesivas motivados por el pánico en algunos casos pero también por la avaricia para especular con productos de primera necesidad, en su prisa no advirtieron las principales recomendaciones que nos llegaban de Países que estaban en plena crisis sobrepasados por los altos niveles de contagio.

Retomando el tema, el sentido común y el instinto de conservación se impuso, y aunque nos agobien las noticias negativas, sobre ellas se imponen muchas mas historias de vida que hacen renacer la esperanza en la bondad del individuo, se siente trillada la frase «somos mas los buenos que los malos» pero es real, así hemos sido testigos de los videos compartidos por personas que realizan actividades conjuntas desde sus balcones en ciudades italianas y españolas, desde cantos, música, ejercicios, sesiones de aplausos dedicados no solo a médicos y enfermeras sino a todos aquellos que ejercen trabajos que facilitan nuestras vidas.

Hemos sido testigos de como la gente ofrece sus servicios a desconocidos para ir a realizar las compras de sus insumos, o presentan sus datos a fin de que se comuniquen con ellos cualquiera que se sienta solo o deprimido y quiera platicar ya sea por teléfono o chatear por internet. 

Hemos abierto los ojos a que no son los bienes materiales por los que tanto trabajamos lo que realmente importa, sino la salud, el amor, la convivencia familiar, las amistades, el ejercicio de las buenas maneras, el descubrir dentro de nosotros mismos esa necesidad de ayudar a nuestros semejantes y hacer algo en beneficio de la humanidad.

Es la salud física la que al faltarnos nos hace considerar la salud mental y la salud emocional para aprender a confrontar con entereza la adversidad.

Luggio Marconi fue entrevistado hace meses por quien esto escribe, la experiencia de vida de Luggio ha sido su supervivencia gracias a un trasplante de hígado, y nos hace reflexionar que las personas como el, que son trasplantados, deben ser consideradas como personas vulnerables al igual que quienes pertenecen a los grupos de la tercera edad, diabéticos e hipertensos. Luggio comparte en su Muro de Facebook lo siguiente:

Este poema parece escrito en nuestros días, pero es de 1869. Está tomado de «La historia de Iza», de Grace Ramsay… y qué tan actual es su contenido:

Y la gente se quedaba en casa
Y leía libros y escuchaba
Y descansó e hizo ejercicios
E hizo arte y jugó
Y aprendió nuevas formas de ser
Y se detuvo

Y escuchó más profundamente
Alguien meditó
Alguien rezó
Alguien estaba bailando
Alguien se encontró con su sombra
Y la gente comenzó a pensar diferente

Y la gente sanó.
Y hubo ausencia de personas que vivían
en una peligrosa
ignorancia
Sin sentido y sin corazón,
Incluso la tierra comenzó a sanar

Y cuando el peligro terminó
Y las personas se encontraron
Lloraron por los muertos
Y tomaron nuevas decisiones….
Y soñaron con nuevas visiones
Y crearon nuevas formas de vida.
Y curaron completamente la tierra
Justo cuando fueron sanados.
Cuando la tormenta pase
Y se amansen los caminos
y seamos sobrevivientes
de un naufragio colectivo.

Con el corazón lloroso
y el destino bendecido
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.

Y le daremos un abrazo
al primer desconocido
y alabaremos la suerte
de conservar un amigo.

Y entonces recordaremos
todo aquello que perdimos
y de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.

Ya no tendremos envidia
pues todos habrán sufrido.
Ya no tendremos desidia
Seremos más compasivos.

Valdrá más lo que es de todos
Que lo jamas conseguido
Seremos más generosos
Y mucho más comprometidos

Entenderemos lo frágil
que significa estar vivos
Sudaremos empatía
por quien está y quien se ha ido.

Extrañaremos al viejo
que pedía un peso en el mercado,
que no supimos su nombre
y siempre estuvo a tu lado.

Y quizás el viejo pobre
era tu Dios disfrazado.
Nunca preguntaste el nombre
porque estabas apurado.

Y todo será un milagro
Y todo será un legado
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado.

Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.

Hoy es un buen día.

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