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En cada reunión de familia, salía la anécdota de que cuando yo era muy pequeña me metí a una alberca sin saber nadar.

Mis papás vieron que yo estaba flotando sin moverme y rápido mi papá me sacó del agua jalándome de los cabellos y yo, toda emocionada, comencé ha decir: «ya sé nadar, ya sé nadar».

Esa historia la escuché tantas y tantas veces y siempre nos reíamos, aún cuando ya todos la sabíamos de memoria.

Hoy mi papá ya no está para sacarme de los cabellos y salvarme cuando me estoy ahogando.

Me he metido en muchos problemas por tomar las decisiones equivocadas. Me he involucrado inclusos en problemas que ni siquiera tienen que ver conmigo por estar queriendo ayudar a otras personas. Me he caído muchas veces por andar caminos empedrados.

Hace algunos años, no muchos pero sí suficientes para dejarlos atrás, me metí sin saber nadar a un lago lleno de peligros.
Quise ser importante y reconocida por todas las personas que estuvieran cercanas a mi.

La gente se me acercaba para pedirme consejos, opiniones o simplemente para contarme sus penas.

Yo les dedicaba mucho tiempo y corazón y realmente me involucraba con sus emociones.

Pero en realidad yo no estaba preparada para eso. De pronto, y sin darme cuenta, ya me estaba ahogando en un lago lleno de lágrimas ajenas. Pero yo no sabía nadar.

Quería ser importante y reconocida, cuando en realidad ya lo era… Por eso las personas me buscaban y confiaban en mi… Pero yo no lo sabía. Yo misma no reconocía mi gran valor.

Mi papá ya no está a mi lado, pero sí sus enseñanzas, sus palabras llenas de sabiduría y sus dichos de ingeniosa picardía.

Ahora, cuando alguien me busca para algún consejo o desahogo emocional, me siguen encontrando. Siempre estoy dispuesta a apoyar a quien viene en busca de un abrazo.

La diferencia es que ahora, sin perder la empatía, aprendí a diferenciar que sus problemas son suyos y los míos son míos. Aprendí a compartir los momentos de dolor pero no el sufrimiento. Aprendí a escuchar el estallido de un corazón roto sin que el mío se caiga en pedazos.

Aprendí a proteger mis emociones y ya no me ahogo en penas ajenas. Aprendí a nadar.

Alicia Barco, el poder de las marcas en la era digital.
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