Hace muchos años que Don Antonio Tizapa dejó atrás sus raíces en México en busca de un mejor futuro para su familia. Su destino fue New York, donde se sumó a la estadística de mano de obra bien calificada de origen mexicano en Estados Unidos.
Su historia no era muy distinta al resto de sus compatriotas que habitan aquel territorio. No lo era hasta la noche del 26 de septiembre del 2014, cuando una noticia que llegó desde el lugar que lo vio nacer, trastocó su vida para siempre.
Aquella noche, su hijo, Jorge Antonio, y otros 42 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecieron en un hecho que sigue sin encontrar respuestas, pero que Don Antonio no olvida y lo recuerda de una manera que impacta y sensibiliza.
A Don Antonio Tizapa siempre le ha gustado correr, lo hacía desde antes de emigrar a otro país, lo hacía por pasatiempo y no lo ha dejado de hacer, solo que ahora tiene un propósito distinto: que no se cierre la herida amenazada por el olvido.
Así fue como nació ‘Running for Ayotzinapa 43’, un grupo de corredores cuyo nombre no requiere de mayor explicación, pero que aprieta el paso en busca de respuestas.
«Todo empezó a los pocos meses de la desaparición de nuestros hijos. Mi hijo es Jorge Antonio Tizapa y como la mayoría de los que estamos en otro país, venimos a ganar el sustento para las familias. He conocido a pocas personas que lo hacen de otra forma. Somos desplazados económicos y nunca esperas que vaya a pasar algo así. Antes no había muchas formas para expresarnos, la tecnología ha sido importante para todos los padres que estamos en esto», comparte.
Él comenzó a correr en el 2010, incluso tomó parte de un maratón que se hacía en Ayotzinapa, vivía a un kilómetro de la escuela rural. Ahí hizo su servicio social, conoce cada uno de sus rincones y muchos de sus familiares estudiaron en sus aulas. Hace tiempo que no regresa, tal vez sea el dolor el que se lo impide. «Empecé a correr por salud, lo hice como cuatro años en México. Ya en New York fui conociendo personas y sus experiencias en las carreras me animaron para mejorar. En el 2014 estaba en un nivel más rápido por los entrenamientos».
Pero llegó Ayotzinapa, un recuerdo vivo que se agolpa en su memoria con tristeza. «Te quedas sin saber qué hacer, no veía cómo salir de esa gran presión que vivía. Caminaba en el parque y muchas cosas pasaban por mi cabeza. El deporte me dio la fortaleza para seguir».
Entonces, imprimió su primera playera con la leyenda ‘Ayotzinapa 43’, que ha pasado por varias manos regando una semilla de conciencia. «Conocí a más personas e imprimí más playeras, de colores diferentes en cada carrera, de acuerdo al lugar de donde mis compañeros venían. De Puebla, Veracruz, Estado de México y Texcoco».
Sus compañeros de aventura (cerca de 200) lo animaron a formar un club de corredores y después de unos meses lo hicieron. «Pero necesitábamos una playera, tenía en mente tres colores: el blanco, el azul y el verde. No tardé tanto en seleccionar el verde para nuestro uniforme, por lo que representa, la vida y la esperanza. Verde por el color de la bandera y de las tortugas oscuras de Ayotzinapa». Tan lentas como la justicia que aguardan.
Sus aliados en los senderos no son activistas, tampoco asisten a marchas ni protestas, les gusta el deporte y llevar este mensaje, «y a partir de eso han conocido lo que vivimos. Hacemos lo que nuestros deportistas profesionales no hacen, hablar por las injusticias que pasan en México y en otros países, mucha gente ha sido solidaria con nuestra lucha».
Es cierto, no son profesionales pero sí corredores con un buen corazón. Así que no pide dinero ni donaciones, regala las playeras. En ocasiones la gente lo para en la calle y le da una moneda para un café o una agua, «lo hacen porque ven tu andar por todas partes. Aquí estamos a 69 meses de distancia. Es un maratón en el que nos faltan muchos kilómetros. Solo queremos saber dónde están nuestros hijos, toda persona que cometa un delito debe pagar».
Muchos ya se hubieran rendido, a Don Antonio Tizapa lo mantiene de pie el cariño y el amor por su hijo. «Es algo que no le deseo a nadie, ni siquiera a los culpables de esto. No he estado en México, no sé cómo lo viven allá. He escuchado cosas negativas pero prefiero ver las cosas positivas. Yo no soy líder ni activista, soy un papá que busca encontrar a su hijo, sus compañeros y a los miles de desaparecidos que hay en México».
Admira a todos los corredores de New York y al club, que sin tener nada que ver con los desaparecidos, surgió en el Estado de México, «es nuestra gran revolución de conciencia y esa mentalidad la llevamos al correr. No solo somos personas grandes sino también niños que nacieron acá, quienes se van dando cuenta de todo.
Estamos en más de 25 países que van descubriendo lo que pasa en México».
En Estados Unidos suelen preguntarle por qué los mexicanos son tan ‘agachados’. «Es como nos ven, como cobardes. Somos una mano cien por ciento calificada pero en situaciones de ser solidarios, muy pocos. Nosotros vamos a correr hasta encontrar respuestas».