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Los mexicanos no somos terrícolas, venimos de otro planeta con una civilización más avanzada, eso explica o justifica que la mexicana sea una comunidad de sabios, porque en cada tema, polémico o no, que verse sobre política, religión, sexo, educación, deporte y el que se ponga a la luz, abundan los expertos, que con su infinito saber, opinan con seguridad y autoridad.
La comunicación a través de las nuevas tecnologías, ha generado un enorme caudal de información, puesta al alcance de cualquier usuario y facilita la conectividad para intervenir en los sucesos públicos. Las redes sociales son el mejor pizarrón y escaparate, para la difusión de ideas, criticas, reflexiones y
demás, incluyendo los excesos, sobre los más diversos asuntos. Hasta ahora, no hay límites, excepto los puestos por las mismas reglas de operación de las plataformas.

¿Por qué hacerse y hacer a los demás la vida imposible?

En esa aparente idea, reforzada en cada ciclo de la historia nacional, del ancestral desacuerdo, confrontación y enfrentamiento entre los mexicanos. En el mito de la eterna lucha intestina, que nos niega la oportunidad de avanzar y crecer. En los recuentos o crónicas de esa enfermiza tendencia, inducida claramente, a la división y crispación social, esos grupos o facciones antagónicos permanecen, por arraigo, nostalgia o interés, en el mismo territorio. ¿Por qué hacerse y hacer a los demás la vida imposible?
Haciendo a un lado cualquier teoría maniquea y sacudiendo nuestra idiosincrasia de destinos fatales, como aquella desafortunada sentencia porfiriana, acerca de nuestra vulnerabilidad, por la incómoda vecindad con Estados Unidos, los mexicanos han mostrado al mundo sus capacidades, virtudes y recursos, que son los principales argumentos que la sostienen como una nación con viabilidad, a
pesar de las crisis y catástrofes naturales y las provocadas deliberadamente, por una clase política cínica y depredadora de las últimas décadas.
¿No sería más saludable para todos la negación del fatídico destino?, ser un pueblo siempre en la sombra, del ya merito, el de los canijos cangrejos en la cubeta, en el que si no transas no avanzas, el de la corrupción estructural y hasta genética, el de la sociedad del caos, el identificado con el narcotráfico y la
violencia, el de los agobiados migrantes que abandonan su tierra para ir al encuentro del sueño americano.
¿No sería más fácil y productivo encontrar puntos de convergencia y caminar en el mismo sentido, hacia objetivos y metas comunes?, dejar atrás el histórico antagonismo, el choque de trenes, unos que dicen van a la izquierda y otros a la derecha, en un contexto de ideologías mutables y adaptables que prevalece actualmente. El fin justifica los medios.

El antagonismo se mantiene vivo

Pero lejos del romanticismo puro, la cabrona realidad es otra. El antagonismo se mantiene vivo. Los grupos en pugna durante los últimos años, intolerantes, se ocupan de atizar a la polarización, unos cegados por el resentimiento y frustración, debido a la pérdida de espacios de poder y privilegios, que en forma mezquina promueven el odio y encono; y los otros, que instalados en el gobierno, quieren
continuar y consolidar un proyecto de transformación, asegurando tener una base amplia de aceptación y apoyo social.
No hay tregua posible, se pelea con ferocidad por el territorio y sus recursos. Es evidente la intención de cuestionar, descalificar y desacreditar cualquier declaración, idea, proyecto o acción, el tema es lo menos importante, un aeropuerto, un tren, una refinería, los libros de texto gratuitos. La finalidad es ridículamente clara, se quiere crear en la sociedad y la opinión pública, incertidumbre e irritación contra el régimen actual, sin escatimar en financiamiento y utilizando la fuerza de los aliados inconformes.
Parecería una ilusión el cese a las hostilidades e instauración de un ambiente de tolerancia y respeto a la pluralidad y diversidad que se viven en este país, hacer una pausa y esperar el resultado del juicio popular de junio del año venidero.
Continuar esta guerra absurda o justificada, solo nos condena al fracaso, al
estancamiento, al desaliento social y al final todos perdemos.
Hasta la próxima

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