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Habíamos recibido a un nuevo integrante en la cocina, vamos a llamarle Tyson. Era muy buena onda, era atento, dispuesto a aprender, comenzó el día preparando verduras y colocando lo que le indicaras en el horno. En su momento era necesario que picáramos harta cantidad de pimientos verdes y rojos, suficiente para llenar una cubeta de 20 litros (los principales ingredientes en varias platos esenciales como Gumbo, Jambalaya, y Hushpuppies). Obviamente sería eterno hacerlo a mano, por eso teníamos un aparato para picar verdura.

No fue hasta éste, mi cuarto empleo, que vi uno de estos aparatos. Principalmente de metal, con piernas largas que la suspendían de la superficie donde termina el producto. Al centro un cuadro con una red de hojas afilada, entrecruzadas en cuadros. A los costados un par de barras de los 15cm de largo en los cuales encaja la parte con la que empujas la verduras a las hojas, cortándola en cuadros, sólo es cuestión de aplicar fuerza. Yo lo había usado varias veces, así que no vi ningún problema cuando Tyson lo estaba usando en los primeros quince minutos.

Para el minuto dieciséis, se puso escuchar un sincero “¡Auch!” en toda la cocina. Al parecer Tyson juzgó mal la posición de sus dedos de su mano izquierda en el aparato, usándolo para mantener el aparado estable. Esto causó que se machucara y cortara su dedo pulgar con los filos de navaja. Las cortadas no eran muy profundas, pero el chef insistió en llevarlo a que reciba atención médica solo para estar seguro. Al principio no dije nada, era su primer día, accidentes suelen pasar, pero aún así, la mayoría de los presentes y los del turno siguiente tuvieron algo de que reír esa tarde.

Al día siguiente, Tyson volvió al trabajo con vendajes en su pulgar y traté de animarlo viendo el lado gracioso de lo que había pasado. Que a lo mejor fue mera mala suerte de principiante, el aparato nos han dado problemas antes, echándole un poco de sal porque en ese entonces nos había presumido sobre los años que llevaba trabajando en varios restaurantes.

En cierto punto nos tocaba picar cebolla de la misma forma que los pimientos previos, lo cual me tocó hacer a mí. Para entonces yo ya llevaba experiencia usando la máquina que ya le tenía confianza para hacerlo a una velocidad decente. Cortas primero las cebollas en cuartos que encajan, tomas uno, lo colocas, maquina lo pica, tomas otra, colocas, picas, tomas, colocas, picas…

Antes de continuar: por experiencia propia les puedo decir que existen dos clases de tener “confianza”: La que dices, “Sé lo que tengo que hacer, y si lo hago con cuidado, todo saldrá bien”, y la que dices: “Lo he hecho tantas veces que no existe forma posible de que me corte, y no resulte en una profecía auto-cumplida.”

En alguna parte mis manos se salieron del ritmo, y me rebané el dedo anular izquierdo con el mismo aparato.

Sabiamente dije nada, solo alcé la mano; limpié el utensilio y esterilicé, y dije “ahora vuelvo” llevándome el botiquín de primeros auxilios.

Regresaría unos minutos después, dedo vendado, y podía ver bien que se le quería soltar la risa al Tyson por que sufrí lo mismo que él. Fue gracioso incluso para mí, eso no lo voy a negar, pero le enseñé que a mi nadie me manda al hospital por niñeces. Me puse un guante elástico sobre la mano afectada, y seguí trabajo como si no hubiera pasado nada.

Ese pequeño accidente me dejó con una herida en la punta de mi dedo anular izquierdo, casi como un cuadro. Un poco más adentro o más profundo y tendría una cicatriz con la que podría jugar al garabato en mi dedo.

Y por supuesto, Tyson y yo fuimos hermanos rebanados.

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