Algo tiene la lluvia

Algo tiene la lluvia que al precipitarse me acuerdo aún más de ti. No sé si sea la forma de caer, así, solemne y tímida al mismo tiempo; o si es la suave cadencia con la que me tupe de recuerdos suscitando la efervescencia de inconclusos lamentos; el caso es que las intransigentes gotas se cuelgan del cristal de mi ventana descomponiendo en lúcidos fragmentos aquello que se creía superado; ya perdido en algún momento en algún lugar desconocido; en un sitio inalcanzable y afanosamente alejado.

Algo tiene esa lluvia cuyo murmullo incesante enardece mis pensamientos y los recuerdos se perfilan, afilados, hacia donde tú estás sin estar realmente; cuando las minúsculas gotas se enfilan suicidas buscando la superficie de tu cuerpo yaciente donde se inmolan con la esperanza de sentirte nuevamente; de vencer la desolación que tu ausencia ha provocado; que nace y muere una y otra vez entre tus fragmentos inacabados; entre los ecos resonantes del lánguido y acechante pasado.

Algo tiene esa lluvia que al caer enjuga la aflicción de mi llanto para que no se note siquiera lo mucho que te extraño, dejando al mismo tiempo que su tenue arrullo oculte palabras lejanas, palabras de antaño; despedida sin adioses clavada en la superficie de estos labios que no dejan de buscarte; que en la insignificancia macilenta de la noche balbucean tu nombre, susurrantes; con ese rostro tantas veces contemplado; inmaculado en cada gota que dentellea y se mece cuando llueve demasiado.

Algo tiene la lluvia que despierta de nuevo las ganas de abrazarte; de compartir la vida entera en un suspiro; de formar un hogar donde solo queda ausencia y cosechar tulipanes donde tu anterior candor ha dejado su inasequible reminiscencia. Aunque mil veces te haya llamado; aunque sea yo quien te haya apartado; aunque se sucedan los eones sin que pueda mirarte a los ojos sabiendo que, a pesar de todo, no estoy tan solo en esas noches de tormenta en las que tu recuerdo me acompaña y me lleva de nuevo a tu lado.