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Dionisio subió a su modesto auto y enfiló hacia la carretera. A los sesenta y cinco años su vida estaba resuelta, pensó. A un año de quedar viudo y pasado el duelo, decidió continuar su camino en soledad. Adriana y Alejandro, sus hijos, después de terminar sus carreras en la universidad, habían emigrado a Estados Unidos, ella a Boston, Massachusetts y él, a Los Ángeles, California. A Marcelo su nieto de tres años, hijo de Adriana y de un italiano, aún no lo conocía. Alejandro esporádicamente lo visitaba en San Miguel, según su cuenta, tenía más de un año sin verlo.

Retirado del servicio público, había logrado jubilarse con una envidiable pensión mensual, que le permitía darse una vida sin apuros. Continuamente decía, no me puedo quejar de nada, soy un privilegiado. Con su esposa Eugenia, hicieron un acogedor hogar y se habían esforzado demasiado en la crianza de los hijos. Cuando concluyeron sus estudios universitarios, ellos los alentaron a buscar una beca en el extranjero, para realizar un postgrado y eventualmente un trabajo. Según su percepción, el País estaba hundido en la crisis eterna.

Ahora, infinitamente solo, se ocupaba por fin, después de cuarenta años, únicamente de él. Le volvió el gusto por la lectura, se convirtió en un melómano y reaprendió a cocinar. Dionisio prefería preparar sus alimentos, añorando siempre el buen sazón de la difunta esposa. Su regular sociabilidad se vino abajo, debido al repliegue por su aflicción, pero después, a una enmascarada depresión que le restó energía y ánimo para convivir  como antes.

No hay marcha atrás, así se fustigaba cada vez que lo atacaba la tristeza, Dios tiene nuestro expediente y decide hasta cuando mantenerlo activo. Transitaba por la vieja carretera al pueblo de Santiago, iba a visitar a su amigo Alfonso, El Poncho, un compañero de trabajo también retirado. Habían restablecido el contacto, a través de una red social y ese sábado se encontrarían en la Fonda Las Cazuelas, famosa por sus botanas.   

Con desgano encendió la radio, las dos de la tarde, la hora de los noticieros, con sus impetuosos voceros atizando a la audiencia, con una abundante y pavorosa información de nota roja, exponiendo selectivamente la realidad, pero además con la evidente intención de  generar miedo en la población o una sensación de ingobernabilidad en un País, con un perfil de corrupto e histórica impunidad.

La actualización diaria del caos y el desastre en el territorio nacional,  perversamente magnificado o manipulado por algunos medios informativos, hace ubicar a Dionisio en la temporada de fuerte turbulencia política que sacude al País, la que se presenta cada seis años y desata las más cruentas batallas por el poder. Se le eriza la piel al recordar el magnicidio de 1994.  

En esa guerra, sabe Dionisio, hay más pérdidas que ganancias. Al final en una nación convulsionada todos pierden, por el ambiente turbio que predomina, resultado de  la polarización, la desconfianza y la inestabilidad política y social. Esos medios alertan a los ciudadanos del peligro de la normalización de la violencia y la inseguridad pública, cuando ellos abonan confusión y desinformación deliberadas. En este dramático olvido o desprecio por los valores del periodismo y la función social de los escritores, no se ven posibilidades de conciliación y conseguir que las fuerzas sociales contendientes, definan una agenda común de acuerdos prioritarios para el pueblo. Por otro lado, la descompuesta clase política  nacional, también debía entrar a un urgente proceso de reflexión y transformación. Hasta la próxima.

Febrero 21 de 2024

*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C. *Miembro de la Red de Escritores por el Arte y la Literatura, A.C.

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