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Después de un largo peregrinar en la vida, caes en la cuenta que has vivido demasiado, por la inmensa cantidad de recuerdos que te asaltan a cada paso. Los hay buenos y malos, pero todos están en esa canasta que cargas en la cabeza o en los hombros. Llegan sin avisar, en los mejores y peores momentos, también en los tiempos de descanso o relajamiento.

José María era uno de los miles de estudiantes universitarios que llegan a la capital del Estado con muchas ganas y grandes sueños. Empujado por sus propias necesidades y la ilusión de alcanzar la gloria con su esfuerzo y cualidades heredadas o asignadas por Dios. Sentía encima el peso de ser una esperanza para su familia. Su plan consistía en continuar sumando laureles como alumno de excelencia y graduarse con honores para orgullo personal y el de su madre, y posteriormente ayudar a la familia.

No había lugar para dilaciones ni distracciones, la meta la tenía clara y caminaría en ese sentido con toda la energía posible. Dejó atrás los recuerdos de apuros y penurias familiares y emprendió con gran decisión una carrera, eso le habría significado una cuantiosa inversión de vivencias y emociones inimaginables, que lo dejarían atrapado en las redes de la tristeza y la desolación en muchas ocasiones.

No era sencillo caminar solo y en tierra desconocida

Hace cuarenta años no era sencillo caminar solo y en tierra desconocida. Socializar en solar extraño era una osadía, cuando se migra de provincia a una capital. Ese fue uno de los primeros desafíos para José María, quien arribó a la ciudad junto con otros amigos. Luego de instalarse en una modesta pensión, vendría la adaptación, fácil o complicada según la historia personal. Chema, como le decían en casa y fuera de ésta, tendría que enfrentar en soledad los demonios que los seguían sin remedio a todas partes.

Es la soledad la que esconde y solapa, la que lleva a estados de ansiedad y depresión, la que envuelve y permite el aluvión de recuerdos que provocan risas o lágrimas. Chema, siempre fue presa fácil para sucumbir ante los juegos de la mente, que se apoderan de espíritus débiles y vulnerables. Su fortaleza no le alcanzaba, a veces, para encarar las situaciones solo y su alma. En innumerables momentos, se ubicó en el papel de víctima de decenas de depredadores que merodean a los cándidos o inexpertos.

Nadie aprende en cabeza ajena, tenía que atravesar esos obstáculos, tener esas vivencias y reponerse para seguir su aventura personal. Es la escuela de la vida, la que da las mejores lecciones de sobrevivencia. Eso lo sabe ahora, que le ha llegado la calma. Los recuerdos de las noches sin dormir por estudiar, de las horas en las bibliotecas públicas, de los días en la universidad con los nervios de punta en la temporada de exámenes, para los cuales debía concentrarse y aplicarse, porque tenía siempre presente la exigencia de una buena nota, para mantener el privilegio de una beca otorgada por una organización social altruista de su pueblo.

Chema era de esos singulares seres de buena fe y confiado con los demás, pero terriblemente exigente consigo mismo. Vivió esa pesadilla de la competencia también en la universidad y lo recuerda claramente. La disputa por aparecer en el Cuadro de Honor de la Facultad estaba al rojo vivo, la contienda fue durante toda la carrera y tuvo que enfrentar a grandes rivales con ventajas irremontables como su status económico. No obstante, se mantendría hasta el final en la competencia, a pesar de las adversidades.

Imágenes del pasado que el tiempo no ha borrado

Los recuerdos se amontonan en su cabeza. Le llegan en cascada imágenes del pasado que el tiempo no ha borrado, de sus años como universitario, administrando sus recursos, su tiempo y sus fuerzas. Sin duda, la época de más experiencias, positivas y negativas. Fue como entrar a un tobogán y deslizarte a gran velocidad, sin saber en dónde vas a caer. Así es la vida, la tomas como venga, sin excusas, sin autocomplacencias, sin sabotajes que minen tus aspiraciones, evitando averías en las alas con las que aprendiste a volar.

Chema aprendería a volar a rajatabla, sin paracaídas, con la intensidad que se viven los años de la juventud. En el tránsito tuvo muchos tropiezos y se levantó, tuvo decepciones amorosas, pero no se derrumbó, tuvo fracasos, pero permaneció firme en sus metas y convicciones, además de empoderarse con sus logros y éxitos que le daban oxígeno para continuar en la lucha.

Después de pasar temporadas de lluvias y huracanes, Chema ha conciliado con sus recuerdos, se ha aceptado cómo es, como está y su vida la alienta con su crónico optimismo. Al final, admite que la vida no es para siempre, nadie es inmortal y si los recuerdos hacen volver a vivir, entonces no esperará a que lleguen, dice, los llamará y traerá sin ningún trámite.

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