Todavía en los años 50`s del siglo pasado, cientos de burros salvajes vagaban libres desde las faldas de la Sierra Madre hasta el llano que se extiende en la zona semidesértica de Nuevo León. Estos asnos eran difíciles de domesticar, por lo que los campesinos, criaban otras variedades de jumentos más proclives al trato humano.
Los cuadrúpedos le sirven a la gente del campo como medio de transporte, para jalar el arado y hasta como alimento. Por estos servicios, el hombre, debería ser agradecido con sus animales; sin embargo, a veces los tratan con crueldad.
Una vez vi a un arriero golpear despiadadamente a un enjuto pollino que se encontraba atrapado en medio de una zanja llena de lodo. Al reprenderlo, me explicó el porqué de su proceder. Resulta que, en varias ocasiones, ha tratado de enseñar a ese burro, a rodear un poco su trayecto, para evitar pasar por el lodazal.
Y aclaró, llevándose una mano a la barbilla: “los burros flacos se van por el atolladero; mientras los gordos se van por el camino seco.”
Los machos y las mulas son por naturaleza indóciles. Pero, de alguna forma, se compensa esta cualidad, pues son fuertes y robustos. Un hombre de mi pueblo tenía dos esposas, que vivían en diferente pueblo. Además sólo se podía viajar de uno a otro de esos pueblos por una angosta vereda, que corría por entre escarpadas montañas. Distancia que él cubría cómodamente montado en su rejega mula, pues acostumbraba pasar una estación del año con cada una.
Así, cuando se despedía de una de sus esposas en el último día de otoño, le prometía regresar el 21 de marzo, inicio de la primavera. Para el efecto, el 20 de marzo, iniciaba los preparativos para partir de madrugada al día siguiente. Ya con todo preparado, sólo tenía que ensillar la mula, cargar algunos bultos y partir. Sin embargo, la mayoría de las veces la acémila se negaba a moverse, y no había poder humano que lograra hacerla dar un paso. Sin más remedio posponía el viaje para el siguiente día. A veces sucedía lo mismo al día siguiente, y el viaje tenía que esperar hasta una semana. Cuando por fin llegaba a su destino, la señora le reclamaba la demora y le decía, tú has de tener otra mujer.
Este buen señor, normalmente llegaba de un pueblo a otro una jornada, por la buena condición de su cabalgadura. Pero, las caravanas de viajeros, tardaban dos o más días en recorrer el accidentado camino.
Pues, al menos en 5 leguas del trayecto deberían transitar por un abrupto desfiladero, donde solo había espacio para que caminara un animal, pues de un lado del camino está el voladero y por el otro una alta muralla. Más adelante, se encuentran varios vados por donde pasa el río, que en ciertas épocas del año, lleva una copiosa corriente.
Una vez que el río estaba crecido, la columna avanzaba penosamente, y cuando hubo que cruzar el afluente, uno de los viajeros le pidió a su esposa, que mejor se bajara de la mula y cruzara en un pollino manso. A lo que la intrépida mujer se negó terminantemente. A mediación del torrente la pérfida mula reparó y derribó a la señora; quien fue arrastrada por la fuerte avenida.
El pobre hombre empezó a caminar por la orilla del río en busca de su terca mujer. Al poco andar se encontró un leñador, quien le preguntó que andaba haciendo, a lo que él replicó que buscaba a su esposa, quien había sido arrastrada por el agua. El leñador le indicó que debía buscarla hacia la dirección opuesta, o sea, a favor de la corriente. Entonces él le explico, que su mujer era muy contradictoria, que de seguro, iría en contra de la corriente.
Cuentan una anécdota, que cuando era niño, el gran psicólogo Milton Erickson vivía en una granja.
Un día el pequeño Erickson observó que su padre intentaba meter una mula al establo, y ya en la puerta, el animal se negó a introducirse. Por más que el señor Erickson la jalaba ella permanecía inamovible. El niño empezó a reírse de los esfuerzos de su padre, hasta que lo desesperó. Por lo que, el señor Erickson le dijo, que apoco el si podía hacer que la mula entrara al establo. Aceptó el reto Milton, y para sorpresa de su padre empezó a jalar la cola de la mula como si quisiera evitar que cruzara la puerta. No era muy fuerte Milton, así que, la mula lo venció y avanzó hacia el interior.
Como podemos ver las mulas además de testarudas, les gusta llevar la contraria.
También en mi pueblo, vivía don Jesús Quien tenía una enorme casa, con frescas habitaciones, un jardín, un huerto de nopales y un corral donde se resguardaba el ganado, las gallinas y tres o cuatro caballos. De estos caballos el encargado de tirar el exprés, era un viejo jamelgo llamado el Mariachi.
Pues bien, sucedió que en la última época de su vida el Mariachi desaparecía cada cierto tiempo. Los demás caballos solían pastar cerca del pueblo, pero el Mariachi se separaba, y se iba a una comunidad distante como 40 kilómetros, lugar donde invariablemente se podía localizar.
Este misterio se resolvió, muchos años después cuando los descendientes de la otra familia de don Jesús, que residían en el poblado donde se perdía el rocín, buscaron acercarse a sus parientes que hasta entonces les eran desconocidos. Fue un encuentro emocionante, y quedó resuelto el misterio de las desapariciones del Mariachi.
Perdón por apartarme del relato, les estaba platicando de los asnos salvajes que agostaban donde se junta la Sierra Madre con el llano, en el sur de Nuevo León. Y comentaba los beneficios que aportan al ser humano, desde carga, para jalar el arado y aún como alimento.
No faltó quien buscara sacar provecho económico de estos onagros, comercializando su carne. Para tal, efecto instaló un próspero negocio conocido como la “Matanza”. En ese lugar, se compraban los animales, que la gente del lugar capturaba en los alrededores.
Después de ser sacrificados, se procedía a separar la carne, una parte se enviaba a la ciudad y con otra se preparaban ahí mismo carnitas y chicharrones de res. En cierta ocasión, acompañé a mi papá en sus recorridos como comerciante ambulante, y nos tocó llegar a la Matanza, para ofrecer nuestros productos. Ahí pude observar varias personas formando un círculo en torno a un gran perol, donde hervía la producción de aquel día.
La persona, que parecía ser el dueño, le daba el punto al amasijo que bullía en el caso; y cortésmente invitaba a todo mundo a probar la apetitosa, pero grasosa carne que iba sacando del perol con un gancho de metal.
Había un burro de mayor alzada que los demás, que aunque todos los cazadores habían tratado de capturar, nadie lo podía lograr. Entonces se organizaron en grupos, pero fue en vano. Hasta que por fin, para lograr atraparlo, se pusieron de acuerdo varias comunidades para perseguirlo. Así los habitantes de la comunidad de más al norte, lo siguieron hasta la siguiente villa, donde ya los esperaba otro grupo; después se repitió el mismo método en el siguiente pueblo, hasta que al último grupo ya con el pobre asno bien cansado logró su captura.
Con el tiempo, el negocio tuvo problemas legales, que fueron consignados por los periódicos de aquella época. El empresario enfrentó una demanda, por comercializar carne de equino, como si fuera de res, y esto probablemente, fue lo que lo empujó a la quiebra.
Recuerdo una tarde cuando nos encontramos reunidos en la cocina, devorando unos ricos tacos de chorizo con huevo acompañados de frijoles refritos con manteca de puerco, nos enteramos de la noticia del cierre de la Matanza, que aparecía en un diario, que había sido usado para envolver algunas frutas.
Cierto día en que fuimos a la ciudad, ya de salida para nuestro pueblo, mi papá determinó llegar a comprar chorizo para nuestra acostumbrada cena, pues la empacadora nos quedaba de pasada A esa hora el negocio estaba cerrado, por lo que decidimos esperar unos minutos, que parecían eternos. En eso estábamos, cuando en la desierta calle, apareció una pick up que pertenecía a un vecino de nuestra comunidad. En la caja del vehículo, transportaba dos famélicos pollinos. Se estacionó de reversa en el portón de la planta, y tocó el claxon, para que le abrieran. A los pocos minutos salió, ya sin su carga, y de seguro con unos pesos en el bolsillo.
Seguramente, las normas sanitarias ahora son más estrictas, pero aun así, a mí ya no me gusta el chorizo.
Divertida la pasión de los burros. Se les miran tan agobiados, quizás están pensando en su no hacer.