Cervezas en la esquina de una mesa, mirando al hotel de enfrente, turistas con muchos dólares escapando de los niños que piden dinero o algunas monedas. De este lado en una mesa sin cervezas unas putas proponiendo, gastando su tabaco, con ropas diminutas que las hacen afrodisiacas.
Busco algo más en que distraerme, esta el joven con su guitarra, patea una cajetilla, es quizás de colección, la han arrojado al piso los pinches gringos que hoy quieren coger a una de nuestras putas, la cajetilla tiene un caballo, un sombrero y una bandera que lleva la leyenda «Revolución Mexicana» son buenos escenarios para escribir, no escribiré todos los detalles, pero si intentare violarme algo de lo contemplado.
Me incorporo a mis cervezas, pido otras ocho botellas con esto tengo para toda la tarde y parte de la noche, me queda tiempo, aún llevo la cara llena de hambre, son cerca de las tres:treinta pm hora de México, el mesero me ha traído nueve cervezas, pagaré solo las ocho solicitadas, fingiré no tomar la novena, que pareciere que la corcholata esta sin haberse movido.
Dos muchachas muy bonitas, jóvenes, pasan sin saludar, van sudadas de las piernas a los senos, son atletas, maratonistas o alguna tontería de esas que la gente se inventa para usar sus nuevos audífonos y acabar la lista de reproducción que alguien les paso, detrás de ellas las sigue un perro, va con la lengua de fuera, debe estar caliente, es muy probable que esas dos bellezas despidan aroma a pollo con papas fritas, mi hambre se hace presente.
No tengo idea si podré terminar estas cervezas pero quizás beba una tras otra y en este intento el mesero me ha tocado por el hombro, la tarjeta no ha servido para realizar el pago, en la bolsa del pantalón llevo setenta pesos, sirven para al menos tres buenas botellas de esta cerveza que se presume de buena pero que debe estar hecha con químicos corrientes, golpea en el estómago como un puñal que entra y sale, así se siente el alcohol en un estómago sin comida.
El policía me observa, me mira mi atuendo con extraños ojos, le incomoda o talvez tiene sed y la misma hambre que yo, valla, ha salido la mosa del hotel, arroja agua, el piso mojado y sucio se deja acariciar por esa rica mamita, la imagino entrando a la habitación para hacerme la cama, pero debo conformarme con la imaginación, me golpeo la espalda contra la silla, estoy a cien metros de la situación, respirando el trabajo que hacen en la pizzería junto al hotel, la gente sacude la campana de la entrada, sale un tipo gordo, mal humorado; solo hay dos tipos de pizza, toma la orden sin anotar nada en la hoja, lo guarda en su memoria, claro debe ser fácil cuando no se dan alternativas a las personas y esa gente pide siempre lo mismo, allá ellos y sus trescientos ochenta pesos de pizza, que disfrutan en las bancas del parque y otros tantos en el piso, me siento todo un Cesar sorbiendo mi cerveza desde mi silla, en esta mesa atiborrada de grasa y manchas de mostaza.
Y todo esto para poder escribir lo que uno ve, llevo ya aquí dos horas y no veo que se marchen, debería quedar poca gente, siguen pidiendo pizzas de jamón y cervezas; respiro, hago eficaces mis pulmones, los tengo bien vestidos con humo de tabaco, estos pulmones valen oro, en la mano el mejor cigarro mexicano, un faro sin filtro, parece que la fabrica fue vendida a una línea extranjera eso y tres días de ayuno para celebrar a este demonio de la escritura que me hincha las rodillas pero me hace feliz, escribo pensando en el pecado, cierro los ojos y gozo, solo quiero llegar al orgasmo determinar el relato, busco en mis bolsillos, aun tengo un billete, me sirve para agua caliente y café, ha oscurecido.
[…] en realidad estas personitas disfrutan mucho cocinar y le llamo ritual porque implica desde el horario y días para ir a comprar los ingredientes hasta […]